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David Silva contra el reloj

David Silva no se detiene. Pese a los años, ni se retira ni se jubila, al revés, continúa muy vivo. Ya avisaba de joven con ese pelo alocado, la melena: los viejos rockeros nunca mueren

david silva

Cuando David Silva debutó, yo aún no había llegado al instituto, empezaba la primaria, y los hermanos mayores de mis amigos utilizaban Fotolog, enviaban zumbidos por Messenger, no existían Instagram ni Twitter, y las discusiones las tenía uno sentado en la barra de un bar. Ahora ya termino la universidad, las redes sociales se han apropiado de la actualidad, los vídeos son verticales, no horizontales, y la inteligencia artificial está cerca de sustituirlo todo: Wikipedia, El rincón del vago, el traductor de Google, el corrector de faltas de ortografía, Softcatalà, todo en uno. Pero David Silva continúa ahí, igual que el primer día. Caracolea y pasa como si el tiempo no existiera. Como si no envejeciese. Como si hubiese encontrado el error en la Matrix. El antídoto. Igual que Luka Modric. Ambos hacen parecer al tiempo una ilusión, lo noquean cada fin de semana, lo rebasan con una pared, con una asistencia con el exterior, y es un jodido disfrute.

David Silva toma el futuro igual que a un despertador, aplaza la alarma una y otra vez, aunque suene más seguido y más fuerte que en la ocasión anterior. No quiere despertarse, y tú tampoco quieres que despierte. Porque cada vez quedan menos jugadores que te liguen con tu infancia. Cada año hay una nueva despedida. Joaquín, Busquets, antes Villa, Aduriz o Casillas. Ver al canario asistir, girar sobre sí mismo, es revivir la época en la que intercambiabas cromos en el patio, tengui, falti, cuando veías al Valencia en la televisión y sabías que el ‘21’ era el bueno, también el ’7’. Cuando repetías de carrerilla los nombres de todas las plantillas de Primera División, cuando empezabas a jugar a la Playstation y fantaseabas con que todos los jugadores buenos y bonitos acabasen en tu equipo. Un espejismo. Pero lo de David Silva es real, sigue ahí en la televisión, lo puedes ver en el estadio, escuchar cómo golpea el balón, cómo gira y baila con él. Un vals lento que no acaba nunca.

 

Silva juega ahora contra el tiempo, aunque nos lo regale. Cada año que el canario resista es uno más en el que podremos volver a ser unos niños. Cuando el despertador era la voz de tu madre y soñabas con ser como él

 

Cualquiera estaría ahora en Miami, con las medallas colgadas en la pared y una copa de vino esperando en la terraza, pero Silva ya avisó en su juventud, cuando debutó con ese pelo alocado y la melena al viento: los viejos rockeros nunca mueren, sólo siguen tocando. Como si fuese una obligación, un castigo divino, una losa, un vicio del que no pueden deshacerse, del que en verdad no quieren olvidarse. Cada pase del canario ahora es un regalo, un recuerdo. Una melodía que puede ser la última, y que rezas para que no lo sea. Porque quieres más. Piensas que debe haber más. Estás convencido, el tiempo no puede esfumarse tan rápido. Es imposible.

Pero, aunque uno se escaquee unos años de más, y alargue bailando hasta las cinco o las seis de la madrugada, el despertador siempre acaba sonando y pasándonos la factura, el parte de los daños. Siempre sale a pagar. David Silva juega ahora contra el tiempo, aunque nos lo regale. Cada año que el canario resista es uno más en el que podremos volver a ser unos niños. Cuando el despertador era la voz de tu madre e imaginabas estar en el álbum de Panini algún día, cuando soñabas con ser David Silva. Tal como lo haces ahora. Porque no quieres envejecer, porque el canario no envejece, no, y todo sigue igual que el primer día.

 


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Fotografías de Getty Images.