“Nunca sabes que la última vez que haces algo es la última vez. Si lo supieras harías algo al respecto. Un padre nunca sabe que ese pañal que ha cambiado será el último pañal, porque su niño va a dejarse de mear al día siguiente. Ese pañal no está revestido de trascendencia. Es solo un pañal. Pero si supiese el significado que acarrea, el padre caería de rodillas y le lloraría a gritos al cielo, pediría quedarse allí un tiempo más, anclado a ese momento, besando el pañal“.
Reflexiona Kiko Amat en Revancha sobre las últimas veces. Nunca sabes cuándo ocurren ni cómo afrontarlas, así que se acaban difuminando con los años. Con las primeras veces es distinto: la fijación es prácticamente automática, se adhieren a la memoria como un imán a la nevera. Resisten al tiempo y, en ocasiones, lejos de deteriorarse, ganan brillo, color, épica, hasta mutar en excitantes idealizaciones.
Nada es comparable a una primera vez.
Mi hijo vivió una primera vez hace poco: descubrió la guardería. Su grito ahogándose en la garganta y yo alejándome mientras hacía ver que la escena no me dolía. Para mí fue la segunda vez pero me arrancó la piel como la primera, cuando participé de la misma crueldad con su hermana mayor. Sé que será la última vez, y precisamente porque lo identifico, ahora y aquí, me gustaría ser capaz de celebrarlo. Pero ocurre que uno está preparado para normalizar los buenos momentos pero es incapaz de festejar que terminan los malos. Como en el fútbol.
Que no haya primeras veces no quiere decir que no sigamos persiguiendo su esencia como perros hambrientos. Y esta búsqueda llega cada año, de forma puntual, por las mismas fechas
Nos atrae un deporte que ya no produce primeras veces pero al que nos entregamos como si fuera nuevo. Se han marcado goles de todas las formas posibles, se han dado todos los resultados posibles y se ha procurado que ganen siempre los mismos. Esperas con más corazón que razón que tu equipo vuelva a ser el mejor, si es que nunca lo ha sido o lo sigue siendo o alguna vez lo fue. Como el deporte es cíclico, perder mucho no te va a hacer ganar mejor; de la misma forma que ninguna victoria va a blindarte de un revés. Por eso esperas equivocarte.
Que no haya primeras veces no quiere decir que no sigamos persiguiendo su esencia como perros hambrientos. Y esta búsqueda llega cada año, de forma puntual, por las mismas fechas. La gestión de la expectativa irrumpe en septiembre con la vuelta al cole, el regreso al trabajo, la nueva temporada de tu serie favorita y, por supuesto, el inicio de la Liga de Campeones.
Ahora piénsalo: ¿Y si ya has celebrado todas las Champions de tu equipo? ¿Habrías saboreado de otra forma la última? Pero este deporte no es un pañal. Y el aficionado siempre seguirá negándole a su equipo la posibilidad de hacerse mayor.
Así es la vida: el hincha se resiste a madurar y el fútbol se vive como si fuera la primera vez.
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Fotografía de Getty Images.