La mayor realización personal de quienes juntamos letras y analizamos esto del fútbol plasmando emociones en un texto debe parecerse mucho a lo que sentí al descubrir la historia detrás del debut de Declan Eratt-Thompson con el Sheffield Wednesday. Hasta aquí todo normal, pensaréis. Un joven de 18 años que comprueba en primera persona que la magia de la FA Cup no es otra leyenda urbana.
Si la noticia me conmovió sobremanera es porque sus primeros pasos en la élite llegaron tras haber superado una enfermedad que me visitó fugazmente en la infancia: el raro síndrome de Legg-Calvé-Perthes, con el que Declan fue diagnosticado a los cinco años y que le obligó a pasar 18 meses en una silla de ruedas y someterse a numerosas operaciones. Aquí hay una historia que contar, me dije.
En mi caso fue suficiente con recurrir a las muletas, que con sorprendentes naturalidad y destreza hube de manejar durante algo más de un año. Además y para mi suerte, nadie me dijo que no volvería a caminar como recuerda hoy el joven futbolista. O no quise oírlo ni quien me rodeaba lo permitió. Ambos compartimos una preocupación infantil que es a la vez muy adulta, lo confieso: esa irrefrenable visión cortoplacista de querer jugar al fútbol por encima de todo. Con otros niños entonces, con otros adultos ahora. Porque con el tiempo, las cosas importantes de verdad cambian menos de lo que creemos.
El tímido defensa británico admite con brillo en los ojos que “nunca pensé en ser una inspiración, solo quería ser yo y convertirme en lo que siempre quise ser”. Abrumado por los múltiples mensajes de cariño recibidos en las últimas semanas, Eratt-Thompson demuestra tener la cabeza bien amueblada y su testimonio desprende humildad, perspectiva y gratitud con la vida. Estadísticamente, historias con final feliz como las nuestras son más excepción que norma entre quienes padecen esta infrecuente anomalía que afecta la cadera a nivel óseo.
“Nunca pensé en ser una inspiración, solo quería ser yo y convertirme en lo que siempre quise ser”
“Me dijeron que no podría jugar al fútbol”. Estas palabras actuaron como combustible de motivación y superación para un Declan que es embajador de la organización benéfica Steps en ayuda de quienes sufren enfermedades similares en la infancia. “Quiero estar ahí para otros niños, ayudarlos a seguir adelante y lograr lo que se propongan. Nunca digas que no, nunca es el final”.
Su padre Lee, exjugador del Boston United y segundo entrenador del Stocksbridge Park Steels, no pudo contener las lágrimas al presenciar el debut por televisión, en familia y desde casa, como dictan los tiempos que corren. Familia y casa. Estoy convencido de que Declan sabe igual de bien que yo que ahí reside la clave del éxito.
Reconozco que hasta la fecha no había querido informarme en exceso sobre el Perthes, para mí un recuerdo lejano con sabor a alivio, a disparo que se marcha fuera cuando atacan a tu equipo en el tiempo de descuento. Pude seguir jugando en el recreo, después en campos de tierra, después en hierba artificial o natural y con eso —que es muchísimo, lo es todo— tuve más que suficiente. Porque como Declan, conozco de memoria lo esencial: obrar el milagro requiere amor incondicional de tus familiares, constantes sacrificios (sin duda más de ellos que tuyos), disciplina férrea y una innegable dosis de fortuna. Fútbol y vida y viceversa; una vez más y van…
Casi 30 años más tarde y gracias a su cameo en la FA Cup con ‘The Owls’, me documenté debidamente para juntar estas letras y ahora sé que la incidencia de la enfermedad varía entre cuatro y 32 niños por cada 100.000 y que no existe consenso en cuanto al tratamiento más eficaz para su cura. Más o menos es la idea que desde la infancia me traje a la edad adulta, donde jugar al fútbol y contarlo me sigue importando por encima de todo.
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Fotografía del usuario de Twitter @decthompson09 (Declan Eratt-Thompson).