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Braga y el efecto Mandela

La mente, al menos la de parte de los nacidos en los 90, dice que se jugaron muchos partidos de la Euro'04 en el estadio de Braga, tan singular. Solo fueron dos

Enrique Mejuto González no dijo Rafa, no me jodas. Darth Vader no dijo Luke, yo soy tu padre. Sherlock Holmes no dijo elemental, querido Watson. Nunca. Igual que nadie siguió en directo por la televisión el golpe de Estado del día 23 de febrero de 1981: porque en realidad solo se retransmitió por la radio. Son ejemplos del denominado ‘efecto Mandela’, que se produce cuando la mente archiva y recuerda situaciones, hechos o acontecimientos de forma errónea. Se conoce con este nombre porque cuando Nelson Mandela falleció (2013) muchas personas ya recordaban haber vivido su muerte años antes. Algunas incluso afirmaban recordar detalles de su funeral. La mente, al menos la de parte (confío) de los nacidos en los 90, asegura que se jugaron muchos partidos de la Eurocopa de 2004 en el estadio de Braga, tan singular. Pero Wikipedia testimonia que solo fueron dos.

Un Bulgaria-Dinamarca que acabó con victoria escandinava, con un gol de Jon Dahl Tomasson en el atardecer del primer acto y un tanto de Jesper Grønkjær en el epílogo del segundo, después de una rápida pared con el espigado atacante del Milan. En el conjunto búlgaro, que acabó último del grupo C con tres derrotas en tres jornadas, sobresalían los nombres de Dimitar Berbatov y de dos Petrov, Martin, ex del Atlético de Madrid, y Stiliyan. En el equipo danés, que pasó ronda junto a Suecia, acompañaban a Tomasson futbolistas de la talla de Thomas Gravesen, Thomas Sörensen, Thomas Helveg, Martin Laursen, Daniel Jensen, ex del Real Murcia y el Werder Bremen, Dennis Rommedahl o Martin Jörgensen. El equipo caería en cuartos de final ante República Checa por un inapelable 3-0, obra de Jan Koller y Milan Baroš, por partida doble, pichichi del torneo.

Un Holanda-Letonia que acabó con triunfo neerlandés, con un doblete de Ruud Van Nistelrooy antes del descanso y un tanto de Roy Makaay en el 84′. Letonia, la única de las tres repúblicas bálticas que ha disputado un gran torneo internacional (Eurocopa o Mundial), cerró su única participación con un punto, conseguido contra Alemania, mientras que el combinado ‘oranje’ pasó como segundo de grupo, por detrás de República Checa, por delante de Alemania. Después caería ante Portugal en semifinales, ya en Lisboa y con goles de Cristiano Ronaldo y Maniche. Aquella noche del 23 de junio de 2004, Dick Advocaat alineó un once con Edwin van der Sar; Michael Reiziger, Jaap Stam, Frank de Boer, Gio Van Bronckhorst en defensa; Edgar Davids (Wesley Sneijder), Phillip Cocu, Clarence Seedorf en la sala de máquinas y Andy van der Meyden (Marc Overmars), Van Nistelrooy (Makaay) y Arjen Robben arriba. En el banquillo aguardaban Sander Westerveld, Patrick Kluivert, Pierre van Hooijdonk o John Heitinga.

Aquella noche del 23 de junio de 2004, Heitinga, como Robben, tenía 20 años. Hoy cuenta 38: los años pasan igual para los futbolistas y para los humanos, así que los que teníamos diez contamos 28. Los nombres citados hasta aquí también dictan la edad, cual prueba del algodón, pero a la vez siguen siendo un tesoro, cual máquina del tiempo. En una carretera de sentido único, la vida, emergen de tanto en cuanto como un cambio de sentido. Hacia la infancia. Hacia ese campo que se fusionaba con la montaña, tan particular que se instaló en la memoria de tantos preadolescentes: ¿qué más da que en realidad solo fueran dos partidos? ¿Qué mas da que en realidad Mickey Mouse no llevara tirantes? El señor del Monopoly nunca llevó monóculo. “A veces la verdad sobra”, escribió Enrique Ballester, en una de las columnas que conforman Barraca y tangana: “Ese señor que juguetea con la cucharilla del café, que recuerda un gol histórico en el descuento de un Burgos-Alavés del año 76, que lo desgrana con todo tipo de detalles añejos y verosímiles detalles, y a todos el cuento nos parece perfecto porque ya vas medio borracho y en el fondo qué más da, y qué bonito todo hasta que un chaval saca el móvil, lo posa sobre el mantel y exhibe un puñado de pruebas: no era el Alavés sino Osasuna, ni el año 76 sino el 74. Y el gol lo marcaron cuando faltaba un cuarto de hora. Ese chaval te jode la vida porque te jode el momento, porque no ha entendido nada. Ese chaval merece morir porque a menudo la verdad no importa. A veces la verdad sobra”.

 


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Fotografías de Imago.