Entre el dolor y la nada, prefiero el dolor.
Las palmeras salvajes; William Faulkner
La historia del París Saint-Germain como club de fútbol no se entendería sin el actor Jean-Paul Belmondo, el canalla por excelencia de la Nouvelle Vague, quien el pasado lunes perdió la vida a los 88 años. Belmondo fue uno de tantos hinchas conversos del Racing Club de París, que, hasta antes de la crisis financiera que azotó la estructura del fútbol francés en la década de los sesenta, se había erigido como uno de los clubes más competitivos del país.
Ante el irreversible colapso financiero del Racing, para 1973, Belmondo se asoció con el modista Daniel Hechter, el publicista Frances Borelli, el productor musical Charles Tahar, el político Bernard Brochand y el multifacético Jacky Bloch para conformar un grupo de celebridades conocido como ‘le gang des chemises roses’, responsable de la refundación del PSG —cuyo origen provino de la fusión entre el incipiente Paris FC y el histórico Stade Saint-Germain—, con la consigna de convertirlo en el “nuevo centro de gravedad de la ciudad de París”. Desde entonces, el club fue condenado a cargar con el estigma de ser un producto artificial, concebido para satisfacer las demandas de una capital cosmopolita.
Antes de convertirse en uno de los personajes más influyentes del cine francés durante la segunda mitad del siglo XX, Belmondo compatibilizó una prometedora carrera como boxeador —el contorno irregular de su nariz y la separación de sus dientes daban fiel testimonio de ello— con la portería de un club de fútbol amateur. En 2018, durante una charla con el periodista Eric Michel en Le Parisien, dio cuenta de los motivos que lo orillaron a custodiar el arco: la estela dejada por los grandes guardametas franceses de antaño, de los que aseguraba “fueron mejores que los de hoy”, y, más importante aún, la intervención de su madre, quien se presentó ante el director del Liceo Pascal del Bois de Boulogne para decir lo siguiente: “Mi hijo es muy torpe. ¡Así que pónganlo de portero!”. Visto lo anterior, hay argumentos para concluir que Belmondo no tuvo una madre especialmente amorosa, circunstancia que lo adscribía al universo particular de Antoine Doinel, el niño rebelde de Los 400 golpes.
Antes de convertirse en uno de los personajes más influyentes del cine francés durante la segunda mitad del siglo XX, Belmondo compatibilizó una prometedora carrera como boxeador con la portería de un club de fútbol amateur
Además de aquella memorable secuencia que protagonizó junto a Jean Seberg, mientras ésta sostenía sobre su regazo un ejemplar de Las palmeras salvajes, novela de William Faulkner, la imagen que construyó buena parte del mito de Belmondo como antihéroe también tuvo lugar en À bout de souffle, el primer largometraje de Jean-Luc Godard. Durante la cinta se posaba en las afueras de un cinema frente a una fotografía de Humphrey Bogart, el arquetipo gangsteril de la época, para imitar su repertorio de gestos. Resultaba fascinante como siendo un hombre con todas las posibilidades de ser poco atractivo, se las arreglaba para parecer el más apuesto de todos.
Ante dicha postal, es posible trazar una analogía respecto a Belmondo y su entusiasmo febril por la pléyade de porteros de los años cincuenta en Francia: René Vignal, Marcel Domingo, Julien Darui y César Ruminski. Quería ser como ellos, pero bajos sus propios términos. Le parecía una pena que las nuevas generaciones ni siquiera supieran de su existencia. También se escandalizó con los sueldos percibidos por los futbolistas bajo la gestión del jeque. “Es inmoral —dijo—. Mata el espíritu deportivo”. Se juró hincha eterno del PSG, aunque nunca le sentó bien el maquillaje ni el falso glamour. Renunció a su porcentaje al poco tiempo del establecimiento del equipo, aludiendo temas de agenda. Entre el dolor y la nada, contrario a Faulkner, eligió la nada. Bribón a fin de cuentas.
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Fotografías del PSG.