Hay jugadores que han nacido para desafiar sus orígenes. Tal es el caso de ‘Súper Mario’, como tan apropiadamente fue bautizado Mario Basler. Un virtuoso del toque que sembró la memoria del fútbol bávaro de los 90 con su don para el zapatazo a larga distancia y sus mortíferos pases con parábola.
Curtido en las categorías inferiores del Kaiserlautern, un servidor se pregunta qué pasaría por la mente del entrenador Sepp Stabel para que Basler limitara su currículum con el primer equipo a un solitario partido. Una razón sobre esta decisión surge de un obstáculo insalvable para un entrenador de la vieja escuela germana como Stabel: la cuestionable dedicación de Basler a la hora de defender. Hecho del que el propio Basler se servía para ofrecer su opinión sobre Cristiano Ronaldo desde su cuenta de Twitter: “Yo corría más que Ronaldo. ¡Yo! Increíble”.
Y es que este diestro de empeine prodigioso era de esos que se saben poseedores de un talento, y lo van a alimentar de un ego sin filtros. Así fue como, a pesar de su decisión de ser el polo opuesto a la ética implantada en los 70 por Uli Stielike, Basler se ganó un trocito del aficionado alemán a base de repetidos golpes de genio. Sobre todo en el caso del Werder Bremen, donde entre 1993 y 1996 desplegó los atributos de su diestra en forma de arrancadas sorpresivas al contragolpe, goles olímpicos y una colección de libres directos al palo corto digna de estudio en las escuelas de fútbol.
En un Bayern comandado por el emblema de la disciplina alemana, Basler pudo transcender gracias a su condición de solista
En la temporada 1994-95, su olfato de gol le llevó a sumar 20 tantos, y ser el máximo goleador. En este sentido, es básico entender que estamos hablando de un centrocampista, no de un delantero. Uno que en sus 121 partidos defendiendo la elástica de los verdes condimentó sus estadísticas con 38 asistencias de gol. En un fútbol donde la querencia por la circulación de balón ideada por Cruyff aún estaba en vías de expansión, Basler alimentó la virtud del centrador nato, que él dotó de un sello particular: el plus de potencia que proporcionaba a sus centros desde los costados. El resto lo hacía la inercia: con simplemente tocar el cuero, era una ocasión de gol asegurada. Dicha característica habría calado hondo en la Premier League de aquellos tiempos. Sin embargo, el destino le tenía guardada una meta más interesante: el Bayern de Múnich de Lottar Matthäus.
En un equipo comandado por el emblema de la disciplina alemana, Basler pudo transcender gracias a su condición de solista. Eso sí, uno de panorámica entregada al equipo. De hecho, se movía por la cancha como una versión estilizada de Milinko Pantic. Su casi metro noventa de altura hacía de su conducción del balón un verso en movimiento. Pura plástica sobre la hierba. Por desgracia, su actitud altiva fue un lastre demasiado grande para la selección alemana. A pesar de sus 30 entorchados, su participación fue testimonial en el Mundial del ’94, y en la Euro cosechada en 1996 no disputó ni un solo minuto. El gran berrinche se produjo en el Mundial de 1998 cuando Berti Vogts decidió no incluirlo en la selección final. Con 30 años cumplidos, Basler sabía que esa era su última oportunidad de ser protagonista con el equipo nacional. Pero su puesto tenía nombre y apellido, Andreas Möller.
Sólo un año después, el genio de Neustadt contó con una ocasión de oro para quitarse la espina: hacerse con la Copa de Europa. En aquella mítica final contra el Manchester United en el Camp Nou, Basler estaba siendo la estrella. Su gol ponía el 1-0, que parecía inamovible. No sólo iba a devolver la gloria al Bayern tras 22 años sin el ansiado título, sino que iba a dárselo en bandeja al gran capitán, Matthäus, su némesis futbolística. Pero la historia ya es más que conocida, la remontada in extremis más famosa que se recuerda. El golpe fue tan devastador que Basler abandonó el equipo, y partió hacia el Kaiserlautern, donde cerró su ciclo de forma natural.
Sus años de madurez le habían recompensado con dos Bundesligas, en la 1996-97 y la 1998-99 y varias copas menores. Una cosecha muy corta, incluso, para un tipo que prefirió ser siempre consecuente con su esencia a contracorriente.
Después de probar el sabor del petrodólar en Qatar, Basler comenzó en 2004 su carrera de entrenador, irregular y guadianesca. A pesar de ello, por su misma naturaleza díscola, sigue siendo una figura para la prensa germana. Un francotirador de la polémica y la palabra nacida para el titular, como cuando en 2015 comentaba que “el Bayern es como ríos de cerveza, que nunca terminan. Este Bayern es como 300 días de vacaciones por año, y el resto es gratis”.