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Arshavin en Crónicas Marcianas

Verano de 2008. Basilea. Cuartos de final de la Eurocopa. El mundo se prepara para descubrir a Arshavin. Y el pequeño genio de San Petersburgo obedece sin rechistar: qué espectáculo para el recuerdo

arshavin

Este texto forma parte de la sección Football Review publicada en el #Panenka97


 

Países Bajos 1-3 Rusia | St. Jakob-Park, Basilea, 21-06-2008

Rusia es un país tan grande que cabe en unas pocas líneas de Tolstói. Por eso parece fácil descifrarla. Porque siempre nos remite a lo mismo. Todo lo que tiene que ver con los rusos aterriza en nuestras cabezas revestido con una gruesa capa de rectitud y solemnidad.

Quizá por ese estereotipo, lo que ocurre en los cuartos de final de la Eurocopa de 2008 nos pilla por sorpresa. Nadie espera que la selección que entrena Guus Hiddink se salte un semáforo en rojo; sin embargo, lo hace, unas cuantas veces además, e impulsada por un fútbol eléctrico y descarado, le manga la cartera a Países Bajos en un descuido y se convierte en el equipo más simpático del torneo. “Qué alucinantes que son estos tíos”, nos decimos. Tienen un modo irreal de comportarse en el campo. Es como si hubiesen salido de los relatos de Ray Bradbury en Crónicas marcianas, pero en lugar de ser humanos que colonizan Marte, son extraterrestres que han dado el salto a nuestro planeta con el fin de interrumpir su normalidad.

Al finalizar el choque, la cara de Van der Sar, un portero que ya estaba ahí cuando el hombre descubrió el fuego, habla por sí sola. No fue posible ver venir a los alienígenas. Gracias a un gol de Van Nistelrooy, se los empujó a la prórroga, pero ahí esas criaturas inexplicables burlaron el control enemigo. Nada logró acobardarlas. Zhirkov, Semak, Semshov, Pavlyuchenko… Con sus fintas, combinaciones y disparos, daba la sensación de que estuvieran inventando una nación nueva, y mientras tanto bailaran sobre el cadáver de la anterior, tan alegremente. Una banda de chiflados a la que no le podía faltar su líder.

 

Arshavin es el Davy Jones que comanda esta tripulación errante. Un futbolista exquisito e inclasificable. Sus regates de seda y su diminuto cuerpo contrastan con una personalidad siempre dispuesta a encenderse

 

Arshavin es el Davy Jones que comanda esta tripulación errante. Un futbolista exquisito e inclasificable. Sus regates de seda y su diminuto cuerpo contrastan con una personalidad crepitante, siempre dispuesta a encenderse ante la mínima provocación. Él mismo, después de protagonizar una actuación sublime, sentencia el encuentro cuando este ya agoniza y manda callar al público en su celebración. Parece imposible que de un jugador de sus dimensiones, tras plantar a Ooijer con un delicado movimiento de caderas, pueda salir un gesto tan obsceno.

Pero es Arshavin, claro. Un genio arisco y fascinante, cuya mejor obra fue probablemente el final de su carrera, años después de aquel verano mágico, cuando decidió apagar su estrella desapareciendo de un día para otro. Aguantó algunas temporadas más al máximo nivel, se marchó a la liga de Kazajistán y se evaporó. A lo J.D. Salinger. O como Felipe Alfau, ese otro escritor esquivo para el recuerdo, que después de obtener prestigio en la literatura, optó por esconderse en su asilo de Queens a finales de los 80. Cuando los periodistas trataban de entrevistarle, él mismo se encargaba de despacharlos: “Lo siento, pero el señor Alfau está en Miami”.

 


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Fotografía de Getty Images.