Este es un fragmento de Los once funerales de Alcides Ghiggia, texto que puedes encontrar en el #Panenka98.
El conductor del camión no le ve venir y además no hace caso a la señal de stop. Antes de que Alcides Ghiggia se pueda dar cuenta, su coche ha quedado destrozado. El anciano sufre fractura de brazo, pierna y cadera, y tiene heridas internas. Sus pulmones funcionan a medias. En el hospital, los médicos lo mantienen en un coma inducido. El pronóstico no es muy favorable. Un mes después, el 17 de julio de 2012, un día después de la conmemoración anual del ‘Maracanazo’, Ghiggia abandona el hospital. Durante un mes, toda Uruguay ha estado pendiente de la salud del mayor héroe de la historia del pequeño país, el último superviviente. Matado por un camión; hubiera sido demasiado trágico, insoportable.
Desde entonces, Ghiggia debe apoyarse en un bastón, y no lo aguanta. Tiene que pedir ayuda a otros, y ahora no solo en el aspecto económico. El país se indigna cuando, cuatro años antes, en 2008, el jugador se ve obligado a subastar gran parte de sus trofeos para costearse la vida. También su medalla de oro de 1950 se encuentra en el lote; la empresa Tenfield lo compra por 1.600 dólares y se lo devuelve a Ghiggia. La misma compañía, que posee los derechos de televisión del fútbol uruguayo, ya le ha ayudado antes con la construcción de una casita en Las Piedras, a 30 kilómetros de Montevideo. Uruguay se avergüenza de cómo ha tratado a sus campeones, ahora que el más grande está en la ruina. Después, Ghiggia acabará vendiendo un reloj de oro que le regaló la FIFA; su mujer vio en Internet que valía 23.000 dólares.
Su esposa, en los últimos años de vida, se llama Beatriz. Tiene 27 años cuando se apunta a unas clases de conducir; su profesor, Alcides Ghiggia, tiene 69 en aquel momento. Desde hace algún tiempo es viudo y se queda prendado por esa mujer 42 años más joven que le asegura no haber oído hablar antes de él. Son sus amigos quienes le explican a la chica que su profesor de autoescuela es el hombre que le ha dado al país el día más feliz de su historia. Beatriz no se queda con él por dinero. Ella vende ropa de bebé en un mercadillo, y de ese dinero viven los dos. A Alcides a veces le dan algo de dinero famosos exjugadores como Enzo Francescoli. Hasta que el Estado decide otorgarle una pensión suplementaria a la prestación que ya recibe por haber trabajado durante 20 años en el casino, una empresa pública.
Alcides Ghiggia será para siempre el verdugo de los vecinos norteños, aunque los brasileños tienen un gran gesto con él cuando en 2009 le otorgan un lugar en el Paseo de la Fama de Maracaná
Pero Alcides Ghiggia siempre ha gastado su dinero rápido y mal. Ha ganado bastante, sobre todo en Italia, donde celebra nuevos triunfos tres años después de la Copa del Mundo. Ocho temporadas en la Roma y otra en el Milan, hasta que en 1962 retorna a Uruguay. Se compra una casa y un apartamento en la playa de Montevideo, que vuelve a vender cuando fallece su segunda mujer -de la primera se había divorciado-, y decide retirarse del bullicio de la capital.
Ya no le apetecen las visitas, ni las invitaciones para todos los homenajes, ni todas esas entrevistas sobre el minuto 79 del Brasil-Uruguay del 16 de julio de 1950. Ya no quiere volver a pronunciar la frase que siempre lanza cuando le preguntan lo que sintió: “Solo tres personas fuimos capaces de silenciar Maracaná: el Papa, Frank Sinatra y yo”.
En el descanso, cuando Maracaná todavía está rugiendo, Ghiggia le da unas instrucciones muy claras a Julio Pérez: “Juega el balón en profundidad, yo soy más rápido que él”. Se refiera a Bigode, el desafortunado lateral izquierdo, algo lento, de la selección brasileña. Y en la jugada de la pared, a once minutos del final de partido, Pérez pasa el balón, raso, en profundidad. Ghiggia es rápido. Y listo. También, a partir de aquel momento, inmortal.
Alcides Ghiggia fallece a los 88 años, 65 de los cuales los vivió como ‘El héroe de Maracaná’, como el hombre que le enseñó a Uruguay que lo imposible no existe
Lo llaman ‘El Ñato’, como se conoce una nariz chata. Un apodo irónico, porque si el pequeño Ghiggia tiene algo grande, esa es su nariz. En los pies calza un 39, y las botas con las que juega el partido las mantendrá durante años, hasta que estén desgastadas del todo. Las acabará perdiendo de vista. Igual que la camiseta. Poco a poco se desprende de todos los recuerdos físicos, subastados o no. Lo que permanece son sus memorias. Sus años en el Sud América y Peñarol, su aventura en Italia, donde gracias a sus antepasados puede jugar para su selección, igual que hace Schiaffino. Su lucha contra la federación, liderada por Obdulio Varela unos años antes, contra la falta de reconocimiento. El mismo Obdulio que lo levanta en brazos después del 2-1, ante los ojos de más de 200.000 espectadores estupefactos…
Alcides Ghiggia será para siempre el verdugo de los vecinos norteños, aunque los brasileños tienen un gran gesto con él cuando en 2009 le otorgan un lugar en el Paseo de la Fama de Maracaná. Ghiggia es el sexto extranjero que recibe ese honor, después de tres que militaban en clubes brasileños (el chileno Figueroa, el paraguayo Romerito y el serbio Petkovic) y los grandes Eusébio y Beckenbauer. Aquel día, Alcides Ghiggia no se siente del todo cómodo cuando debe plasmar sus pies en una placa de escayola para dejar así su imprenta histórica en el suelo de cemento de Maracaná. El aplauso de los asistentes es tímido. Le regalan la placa de escayola con sus huellas. Otra placa similar, pero dorada, se la regalarán en Italia. La subastará unos años más tarde.
Dice Ghiggia que no necesita nada para recordar aquel gol. Le basta su propia memoria.
El 16 de julio de 2015 Uruguay se detiene, como cada año, en recuerdo del ‘Maracanazo’. Pocos saben que Alcides se encuentra hospitalizado. Ha sido ingresado por unos intensos dolores en la espalda, una de las secuelas del accidente de coche de hace tres años. Con su hijo Arcadio está viendo en la televisión la repetición de la semifinal de la Copa Libertadores entre Internacional de Porto Alegre y Tigres de México. De repente, un fuerte pinchazo en la espalda le hace girarse sobre su costado; sufre un ataque al corazón. Arcadio y los médicos ya no pueden salvarlo.
Alcides Ghiggia fallece a los 88 años, 65 de los cuales los vivió como ‘El héroe de Maracaná’, como el hombre que le enseñó a Uruguay que lo imposible no existe.
Pero no lo hizo solo.
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