Las piernas juegan un partido y la cabeza otro. Es así de sencillo de analizar. Pasan los minutos y comienza el nerviosismo, las jugadas se suceden y la portería cada vez es más pequeña. El portero es la reencarnación de Lev Yashin y Buffon, los defensas llegan a cada balón y sus reservas de oxígenos no conocen el límite. Un disparo y nada. Otra ocasión y nada. ¿Qué cojones es lo que pasa? De nuevo regresan los fantasmas del pasado. Como si de un doppelgänger se tratara, Agüero tiene una versión suya en Mánchester y otra cuando se viste con la camiseta de Argentina. Es Michael Jordan en Space Jam cuando perdía sus dotes geniales. El Agüero al que comparaban con Romario no aparece con la ‘albiceleste’, se reencarna en las botas de un cualquiera.
Ante Qatar Agüero falló hasta que por pura inercia e insistencia terminó cerrando el partido. Suspiró todo un país. Suspiró el Kun. Suspiró Messi. Argentina necesita salir bien al césped, anotar lo antes posible y de esa manera tratar de gestionar sus nervios. Pero aun cuando no juega mal, genera ocasiones y se siente dominadora del partido, le llegan los momentos de duda, como si las finales del Mundial o Copa América emergieran de la nada. Como si hubiera algo o alguien que les hiciera recordar sus peores ratos. Messi, Di María o Agüero continúan acudiendo a la llamada de su selección, a la espera de lograr su redención o de agotar todas las vías posibles en busca del éxito. El Kun no es el máximo goleador en la historia ‘citizen‘ o uno de los nueves más prolíficos que jamás conoció la Premier League, se trata de su doppelgänger.
En el otro extremo de este asunto está Lautaro Martínez. Sobre su espalda no se conocen fracasos aunque tampoco éxitos, tan solo un largo camino por recorrer. A Lautaro le da igual fallar, él lo sigue intentando con la frescura del primer día. Sus goles no tienen sabor a perdón, sus goles los grita como nunca ya que son los primeros. Al delantero del Inter no le persigue una maldición, él juega con sus botas y su cabeza no le atormenta. A medianoche no ve a Neuer o a Arturo Vidal corriendo como si no hubiera mañana, se imagina perforando redes con la ‘albiceleste’ y el sueño termina en sonrisa. Argentina necesita rejuvenecer sus cabezas, afrontar con ilusión cada torneo y no con la sensación de ‘ahora o nunca’, ya que esa no es la manera de levantar un título.
La ilusión, como todo en la vida, se va perdiendo conforme pasa el tiempo, pero la de gritar un gol es algo que no debería tener fecha de caducidad. Los goles se celebran, no deben ser símbolo de redención ni tener el alivio como fin. Lo que está claro es que Argentina debe darle espacio y tiempo a la nueva generación, ya que posiblemente no tenga la calidad individual de la anterior, que viene de rozar la gloria en varias ocasiones. Nada de aspiraciones ni mensajes de ‘ahora o nunca’, el fútbol argentino debe aprender a creer en el proceso y sobre todo tener un plan. Sin plan no hay proceso ni hay nada, esto deriva en pesadillas y el peso emocional termina siendo un factor más determinante que las propias piernas.