Acaba de cumplir 16 años y está en cuarto de ESO. Su padre es marroquí y su madre de Guinea Ecuatorial. Él nació en Esplugues de Llobregat, pero vivió en Granollers y Mataró. Concretamente, en el barrio de Rocafonda, uno de los más pobres de toda Cataluña. Con 7 años ingresó en La Masía y allí deslumbró a cada uno de los entrenadores del club, que pasaban por el campo de entrenamiento solo para ver cómo jugaba al fútbol un niño prodigio. Jordi Roura, entonces director del fútbol formativo del Barça, dijo que era el talento más grande de toda la cantera. Por eso, Xavi Hernández lo llamó para entrenar con el primer equipo cuando todavía no había cumplido los 16. Nunca un jugador tan joven había dado ese paso.
Su debut se produjo el sábado 29 de abril en un partido ante el Betis. El atacante era entonces cadete de segundo año. Batió el récord de precocidad de Vicenç Martínez, que se estrenó con el Barça a los 16 años y 280 días en 1941. En la rueda de prensa posterior al encuentro, Xavi dijo de él que “tiene un talento innato y no se parece a nadie, tiene cosas de varios futbolistas”. El técnico azulgrana destacó que “posee los rasgos de las nuevas generaciones, que actúan con una inconsciencia tremenda y un gran desparpajo”.
El de Terrasa, seguramente, hacía referencia a una generación de adolescentes que no titubean. Que van por ahí como locomotoras, expulsando un denso y aromático vapor procedente de vapers de colores, mientras tú te sentías parte del mismísimo barrio del Bronx por simular que fumabas con un cigarro de chocolate. Para el botellón eras de Malibú con piña y hoy prefieren mezclar el Jagger con Redbull. Las cosas han cambiado, eso es incuestionable.
El joven futbolista se pasea por el campo cumpliendo las funciones de una cámara dron. Sus pies están sobre el césped, pero su mirada llega a sitios que otros ni siquiera se percatan de que existen
Como ocurre con el resto de jóvenes, para Lamine no existen etapas. Se las salta a un ritmo vertiginoso. El que marca su cadera de seda y un tobillo izquierdo privilegiado que confunde e hipnotiza a sus rivales cuando lo miran. Sergio Reguilón parecía pedir clemencia después de que el canterano acabara con él en el Trofeo Joan Gamper de este verano. Ejecutó un regate perfecto, sin tocar el balón, que dejó petrificado al lateral izquierdo madrileño.
Albert Morén escribió en Twitter que Lamine, a diferencia de la gran mayoría de futbolistas del planeta, posee la ventaja de poder jugar siempre con la cabeza levantada. Porque no tiene que preocuparse por el balón, que se le pega a la bota izquierda como si tuviera un imán. De esta forma, el joven futbolista se pasea por el campo cumpliendo las funciones de una cámara dron. Sus pies están sobre el césped, pero su mirada llega a sitios que otros ni siquiera se percatan de que existen. Todavía necesita el permiso de sus padres para hacer según qué cosas, pero ya lleva a cientos de aficionados culés hasta Montjuïc –que no es poco– solo para verlo. Mientras los jóvenes están vapeando, él continúa regateando.
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Fotografía de Getty Images