EL REFERÉE DEL REVOLVER
Paco Bru vio nacer el foot-ball en España.
En su etapa de jugador aprendió una valiosa lección: al referée no le bastaban el silbato y las amonestaciones verbales para impartir justicia en un partido. Los pitidos no amedrentaban a una turba enfurecida. No evitaban linchamientos. Ni una tormenta de cantos rodados o un chapuzón en un río helado. Ni que todo un pueblo te persiguiera para colgarte de un árbol como a un pájaro de mal agüero. Por eso, cuando dejó el fútbol en activo para dedicarse a arbitrar, iba bien pertrechado: el silbato y un revolver camuflado en el bolsillo de la chaquetilla. Para tener la fiesta en paz. Si el partido se descontrolaba, lo sacaría sin dudarlo y pegaría un tiro al aire. O dónde terciase.
Paco Bru había visto mucho foot-ball. Practicó el romántico que trajeron los ingleses en la maleta. El de los balones con dientes de correílla. Aquel en el que los jugadores calzaban pañuelos blancos —de tregua— en la frente y botas de tacos ortopédicos en los pies. Fue un zaguero duro, bregador, rocoso. Defendía la banda como si aquel corredor fuera el pasillo de su casa. En 1902, debutó con la camiseta de Internacional. Tras ganar la Copa Torino, pasó por los grandes clubes de la ciudad: cinco años militó en el Barcelona y cuatro en el Español. La temporada de su retirada, volvió al Barcelona. Terminó su carrera con varios Campeonatos de Cataluña y la Copa del Rey de 1910.
Al retirarse, ejerció de árbitro, entrenador, dirigente y periodista deportivo. Cuando hizo falta, desempeñó dos papeles a la vez, como en aquella eliminatoria de Copa que enfrentaba al Madrid y al Barcelona. Acudió al estadio como reportero de El Mundo Deportivo. Minutos antes de comenzar el partido, al Barça le faltaban dos jugadores. En la grada se comentaba que el tren que traía a Massana y Vinyals no llegaría a tiempo. Paco Bru no se lo pensó. Enseñó el carnet de socio, pidió unas botas y saltó al campo vestido de corto. No había color: era infinitamente mejor jugar el partido que escribirlo. Como entrenador, dirigió a la Selección en los JJOO de Amberes. Aquel fue su gran momento, el del fútbol español. Volvió de tierras belgas con la medalla de plata colgada al cuello y se encontró con un país encandilado con la furia española.
Antes de aquella gesta épica, Paco Bru había participado en otro gran proyecto como entrenador. En 1914 había dirigido al primer combinado femenino del fútbol español: las Spanish Girl’s Club.
LAS SPANISH MARIMACHOS
El foot-ball que había visto Paco Bru era cosa de hombres. Juego de viriles caballeros. Había que ser muy macho para rematar aquellas pelotas caídas del cielo. Había que tenerlos bien puestos para meterse en una meleé. En España, algunas mujeres de clase alta jugaban a tennis, montaban a caballo, nadaban o salían a la montaña; a las pocas de clase baja que daban patadas al balón se las tildaba de marimachos. El médico Gregorio Marañón lo había dejado claro: el deporte enfermaba la feminidad de las mujeres.
Pero Paco Bru tenía sus propias ideas. Cuando le explicaron el proyecto, no lo dudó: entrenaría a las chicas. En un mes y medio podría tenerlas listas para jugar un partido. Les daría algunas conferencias tácticas para familiarizarlas con las reglas, las prepararía físicamente. Con una condición: aquello sería fútbol y el fútbol era algo serio. Exigió que jugasen en pantalones cortos —nada de ropitas remilgadas—, y que se duchasen juntas. Un equipo que no se ducha después del partido no era un equipo. Y las chicas necesitarían de su espíritu para el otro partido: el que les enfrentaría a la opinión pública.
Acudió al estadio como reportero de El Mundo Deportivo. Minutos antes de comenzar el partido, al Barça le faltaban dos jugadores. Paco Bru no se lo pensó. Enseñó el carnet de socio, pidió unas botas y saltó al campo vestido de corto
Padres, hermanos y maridos presentaron sus quejas. Hubo discusiones. El foot-ball era deporte de marimachos, decían. Paco Bru les contestaba: sportwoman, no marimacho, sportwoman. A muchos los convenció, a otros no; pero se salió con la suya: en abril tenían un local en la sociedad L’Amistat. Y quedó fijada la fecha del primer partido: 9 de junio, en el campo del Español. Sería un amistoso entre ellas. Ningún equipo masculino había querido jugarlo. Aquel día se cumplirían 45 de preparación. Paco Bru sabía que los futbolistas no nacían, se hacían. Y que en ese tiempo no podría cocerse lo suficiente ninguna.
Los días previos al partido, pensó que iría poca gente. Pero hubo una buena entrada. Los beneficios iban destinados a la Federación Femenina, en su lucha contra la tuberculosis, y aquello había atraído a muchas mujeres. Entre el público, se encontraba el Capitán General César Víctor Augusto del Villar, que había acudido acompañado de su hija. Buena señal. Paco Bru miró a sus jugadoras, ataviadas con bombachos por debajo de las rodillas. Y recitó de memoria: Emilia Paños, Concha Ferrer, Dolores, Dorotea Alonos, Juanita Paño, Emilia Calvo, Josefa López, Emilia González, Rosita Just, Pilar Carratala y Presentación, jugaréis en el equipo de Montserrat. El resto: Mercedes Azul, Palermo, Esperanza, Mercedes Queralt, Narcisa Colomer, Natividad Miguel, María, Leocadia y Clotilde Rodríguez, formaréis el Giralda.
LAS DESCENDIENTES DE LA MADRE EVA
Les dio las últimas instrucciones y lanzó la moneda al aire para sortear los campos. La moneda giraba y giraba. Pocos en la grada eran conscientes de que en aquel campo no solo se iba a disputar un partido de foot-ball. Aquellas chicas se jugaban mucho más que goles. Pitó el inicio. A los pocos minutos, los asistentes se divertían con el juego de las chicas. Pero lo que realmente preocupaba a Paco Bru no eran los pases errados, sino lo que dirían los periódicos. Las palabras podían doler más que las patadas.
Al día siguiente, rebuscó en los quioscos. La primera reseña del fútbol femenino en España apareció en El Diluvio. A las pocas líneas, el cronista olvidaba lo esencialmente deportivo para poner el foco en la indumentaria: «Correctamente vestidas de pantalón de bombacho, blusas y medias altas. […] El problema principal en la indumentaria femenina, el peinado, lo resolvió cada una a su manera. Si bien resulta, como más práctico, cortado a lo romano». Después de la narración de los goles, decía que «las footbolistas demostraron en general haber aprovechado las lecciones del entrenador, teniendo en cuenta los pocos días que han empleado, hicieron mucho más de lo que era de esperar». Después de la cal, como siempre, venía la arena: «La impresión general producida por el partido es que el sexo femenino no permite las características rápidas que exige el juego». Y, para colmo, acababan dándole a él lecciones de foot-ball: «Deben evitarse en las meleés empujarse con los brazos y no tener miedo a la pelota cuando va directa al pecho, pequeños detalles que, indudablemente, dada la inteligencia del señor Bru, se corregirán en los sucesivos partidos».
Padres, hermanos y maridos presentaron sus quejas. Hubo discusiones. El foot-ball era deporte de marimachos, decían. Paco Bru les contestaba: sportwoman, no marimacho, sportwoman
Tuvo que esperar al jueves para leer la de El Mundo Deportivo. Página cuatro, “Niñas futbolistas”. La primera frase dejaba las cosas claras: «jugose el primer partido entre representantes del sexo débil». Después de los datos del partido, el cronista suavizaba el adjetivo: «Las jugadoras estuvieron a la altura que les correspondía, mostrándose en el comienzo del encuentro bastante azoramiento, que fue desapareciendo hacia el final, en el que el bando Giralda, que lucía jersey rojo, consiguió apuntarse dos goals por uno que en la primera mitad, entró el Montserrat, que lo ostentaba blanco». ¿Quién demonios había escrito aquella frase? Y finalizaba: «Esta primera actuación de la mujer en el viril fútbol, no satisfizo, no solo por su poco aspecto sportivo, sino que también a las descendientes de la madre Eva, les obliga a adoptar tan poco adecuadas como inestéticas posiciones, que eliminan la gracia feminil».
En El Poble Català apenas les dedicaron las típicas líneas con alineaciones, goles y nombres de personalidades. Y el anuncio de que el próximo jueves tendría lugar el segundo partido: mismo campo, a las cinco de la tarde.
LA GIRA DE LAS HERMOSAS FOOTBOLLISTAS
Paco Bru sabía que era preferible que hablasen mal a que no hablasen. Así empezaba todo: con las palabras.
Al partido de desempate, acudió menos público. Empataron a uno. Escasearon los goles pero las chicas jugaron mejor. El Mundo Deportivo solo les dedicó un puñado de líneas, bajo el mismo título. Acababa así: «por segunda vez las niñas futbolistas no convencieron a las personas amantes de lo bello». El Diluvio se explayó, otra vez haciéndole referencia a él: «El señor Bru, que ejercía de referée, prolongó el partido a fin de deshacer el empate, no lográndolo». Paco Bru lo admitía, lo había alargado; pero ahora tendrían que admitir ellos que las chicas habían jugado infinitamente mejor: «La impresión producida no se aparta de la del primer día, hay alguna señorita que revela disposiciones, de manera que seleccionando y teniendo en presente que el juego femenino no pude apartarse del pase y la combinación, con un buen entrenamiento podrá hacer algo».
Cerró el periódico. No importaba lo que escribieran. Después de aquellos dos, habría más partidos. Se estaban atando los últimos cabos de una larga gira. Por el momento, se habían apalabrado tres encuentros en Palma, dos en Sabadell, tres más en Valencia, uno en Reus, otro en Tarragona y además se estaba negociando otro en Pamplona, durante las fiestas de San Fermín, para inaugurar el nuevo estadio del Punching Club. Las Spanish Girl’s Club trotarían por muchos estadios de España y, si las previsiones se cumplían, también jugarían fuera del país.
La gira no pudo arrancar mejor. Sabadell se volcó con las chicas. Y ellas correspondieron con goles: Montserrat ganó por 4 a 1. Tres días después, el 17 de junio, El Diluvio publicó su crónica: hablaba de «inmenso gentío», de «cariñoso recibimiento». Y terminaba: «En todo el trayecto, desde la estación al campo del Atlètic, el paso de los dos teams fue presenciado por una enorme multitud». Calificaban el partido de «interesante» y «simpático». Y decían de las chicas: «Siguiendo así, dentro de muy poco tiempo podrán luchar con equipos segundos o infantiles, porque sino llegan a tener la fuerza de pies de los hombres, en cambio combinan muy bien, tienen mucha picardía en todas las jugadas y tienen, sobre todo, mucha afición y amor propio».
El día 21 de junio jugaron en el Campo de Tiro Nacional de Mataró. Esta vez, la crónica de El Diluvio fue breve: «Sumamente satisfechos salieron los que asistieron a presenciar el interesante partido jugado en Mataró el domingo por la tarde». Hablaban de jugadoras de «gran destreza» y «serenidad». Del partido disputado el 29 de junio en Barcelona, que ganó 2 a 1 el Montserrat, se ocupó El Poble Català: «Ha estado animadísimo, ya que nuestras hermosas footbollistas cada día imitan mejor el juego de combinación que hacen nuestros futbolistas de primer nivel». Escueto comentario, en parte porque todo el mundo vivía pendiente, aquellos días, del atentado que había acabado con la vida del archiduque Francisco Fernando y su esposa, Sofia Chotek.
EL SAQUE DE HONOR
El 6 de julio se jugó el primer partido fuera de la provincia. Las Spanish Girl’s Club se desplazaron a Reus, Tarragona. La Vanguardia se unió a los reseñantes: «Ayer tuvo efecto, ante numerosa y distinguida concurrencia, el partido de football por los equipos femeninos de Barcelona Giralda y Montserrat, habiendo resultado vencedor el primero por dos goles a cero».
Paco Bru se sentía orgulloso de las chicas. Del trabajo que habían realizado dentro y fuera del campo. Habían dado el primer paso de un camino que parecía largo. Habían atravesado la primera frontera: la de la provincia. La siguiente parada era Pamplona. Jugar en los San Fermines suponía la oportunidad que había esperado Paco Bru. El partido por el que habían entrenado aquellas chicas. Después de aquel, se habían apalabrado varios partidos en el sur de Francia para ampliar la gira. Desgraciadamente, nunca realizaron aquel viaje. Las Spanish Girl’s Club podrían haber llegado lejos, si no hubiera comenzado la Primera Guerra Mundial, pero el estallido de la contienda obligó a suspender la gira y el Spanish Girl’s Club terminó desmantelándose.
Calificaban el partido de “interesante” y “simpático”. Y decían de las chicas: “Siguiendo así, dentro de muy poco tiempo podrán luchar con equipos segundos o infantiles”
Hasta 1923, el fútbol femenino no volvió a jugarse en Barcelona. Fue un partido amistoso entre Francia e Inglaterra, organizado por el sindicato de periodistas. Narciso Masferrer Sala ofició el saque de honor. No en vano, era como un apóstol del deporte español en todos sus periódicos. La crónica, sin embargo, que apareció el 15 de junio en Stadium —diario que había dirigido—, dejó mucho que desear: «Hemos de confesar que el fútbol no se ha hecho para la mujer y que la mujer no se ha hecho para el fútbol. […] Nosotros le tenemos horror al marimacho. Y es indudable que el fútbol femenino tiende a la formación del más completo, perfecto, acabado y espeluznante tipo de marimacho». Y sentenciaba Enrique Guardiola: «El fútbol es un deporte al que sin exagerar podríamos calificar de antifemenino».
Cuando Paco Bru leyó aquella crónica, seguramente se acordó del revólver que, años antes, llevaba en las chaquetilla de árbitro. El fútbol había cambiado muchísimo en dos décadas. El florecimiento de los periódicos especializados en sports eran el termómetro perfecto. El profesionalismo se comía los restos de romanticismo. Y todavía cambiaría más. Había hombres, como Masferrer, que arrimaban el hombro para lograrlo. Para conseguir que el fútbol no pareciese antifemenino. Ni las futbolistas unas marimachos. Ellas terminarían jugando. Lo harían, claro que lo harían. A Paco Bru no le cabía la menor duda.
Los recortes de los periódicos citados, aquí, gracias al trabajo de CIHEFE.