Casi medio siglo había durado la división germana. Consecuencia directa de la derrota nazi en la Segunda Guerra Mundial y la ocupación aliada de Alemania, las malas relaciones entre las potencias occidentales y la Unión Soviética acabaron cristalizando en dos estados independientes: la República Federal, al oeste y capitalista, y la República Democrática, en el este y comunista. El gobierno de esta última decidiría, en 1961, construir un muro alrededor de Berlín-Occidental para frenar las huidas al oeste. Así nacía el mayor símbolo de la guerra fría y la división de europa en dos bloques contrapuestos: el telón de acero.
Rápidamente cada república impulsó su propia liga y su selección nacional. Heiko Püchel nació y creció en la RDA y recuerda bien cómo, a pesar de la división, muchos ciudadanos germano-orientales seguían con atención el fútbol del Oeste.
Siempre a la sombra del potente vecino occidental, el fútbol de la RDA careció del apoyo gubernamental que merecieron otras disciplinas como el atletismo o la natación, más rentables en el gran escaparate olímpico. Sin embargo, el balompié germano-oriental atravesó un periodo dorado durante los años 70, coincidiendo con el máximo esplendor económico del país. En 1974, el Magdeburgo ganó la Recopa, el único trofeo continental que obtendría nunca un club de la RDA. La selección olímpica cosechó medallas en tres Juegos consecutivos, Múnich’72, Montreal’76 y Moscú’80. Pero, sobre todo, los 70 fueron la década del gol de Sparwasser, que le dio a la modesta DDR la victoria en el primer y único enfrentamiento entre las dos Alemanias.
Como todo el bloque soviético, Alemania Oriental se estancó económicamente a finales de los 70. Durante los siguientes 10 años, las protestas contra el régimen de Erick Honecker no dejaron de aumentar. En los estadios también corrieron aires de cambio. Mientras en las calles el punk y el rock crecían en la clandestinidad, en las gradas apareció un fenómeno nuevo: el hooliganismo,
Los clubes, por su parte, empezaron a disimular mal su enojo por el favoritismo gubernamental hacia el Dinamo Berlín, controlado por Erich Mielke, el jefe de la policía política: la temida Stasi. El Dinamo, siempre convincente para fichar a los mejores jugadores y con el colectivo arbitral usualmente a favor, llegó a encadenar 10 títulos de liga consecutivos entre 1979 y 1988.
También entre los jugadores había síntomas de hartazgo. Algunos aprovecharon los partidos europeos para pasarse al oeste; tristemente famoso fue el caso de Lutz Eigendorf, que pagó con su vida haber abandonado el Dinamo del todopoderoso Mielke. Todo indica que el accidente de tráfico que en 1983 le costó la vida llevaba la macabra firma de la Stasi.
En 1989, sólo 6 años después de la muerte de Eigendorf, el panorama político cambió radicalmente. Las huidas masivas a Occidente y la política aperturista de Mijail Gorbachov en el Kremlin se aliaron para jubilar a Honecker. Así, el 9 de noviembre ocurrió lo impensable: el gobierno de Berlín Oriental abrió una grieta en el telón de acero, que la euforia del pueblo ya no permitiría volver a cerrar.
Sólo unos días después de la Caída del Muro, la selección de Alemania del Este se jugaría el acceso al segundo Mundial de su historia. Liderado por Matthias Sammer, Andreas Thom, Thomas Doll y Ulf Kirsten, el combinado germano-oriental podría sacarse el pasaporte a Italia’90 en el último partido de clasificación.
Quien sí se clasificó para ese Mundial fue Alemania Federal, que acabaría bordando en Roma su tercera estrella. Para entonces, verano de 1990, la cámara popular de la RDA ya le había puesto fecha a la reunificación: el 3 de octubre. La selección de fútbol se despediría tres semanas antes, el 12 de septiembre, en un amistoso contra la Bélgica de Scifo y Preudhome, previsto inicialmente como partido de clasificación para la Eurocopa de Suecia.
Casi todos los internacionales actuaban ya en la Bundesliga, y optaron, salvo Sammer, por no acudir la convocatoria. Igual que los aficionados.
Así fue como Matthias Sammer, la única estrella que le fue fiel hasta el final, echó la persiana de la selección de la RDA. Con sus dos goles en un amistoso sin lustre, aquella noche el futuro Balón de Oro clausuró el fútbol de la República Democrática Alemana.