Se encienden los focos e Inglaterra se ilumina bajo estos. Protagonista, el resto de países observa lo que ocurre sobre el país británico. Y no solo porque la Eurocopa haya echado a rodar y las selecciones se congreguen alrededor de sus sueños; también porque Boris Johnson ha dimitido como primer ministro. Qué manera de estrenar el torneo veraniego. El caso es que la inestabilidad política que puede estar viviendo actualmente el país anfitrión del campeonato europeo no se ha trasladado ni a su selección, ni mucho menos al torneo. Tampoco se esperaba, no nos vamos a engañar.
Pero teniendo en cuenta que se abre una vacante en el parlamento británico, qué menos que tener en cuenta a una de las pocas personas inglesas que ha dado una alegría a su gente en los últimos días. Debutaba el combinado británico en un escenario sin igual. El Teatro de los Sueños reunía cerca de 70.000 personas, logrando un récord histórico: nunca un partido de Eurocopa había logrado congregar a tantas personas. Así pues, con la platea en carne viva, Inglaterra debía mostrar sus credenciales ante una correosa Austria.
Antes del partido, los pronósticos. La mayoría apostaban por la anfitriona, liderada por una ganadora nata como Sarina Wiegman. Sin embargo, Austria llegaba como una de las serias candidatas a convertirse en revelación, como hiciesen en la pasada edición. Pero al cuarto de hora, no hubieron más votaciones. Pues Kirby metió un balón durísimo al corazón del área que Mead acomodó con el pecho. Fría, presentó el interior por debajo del esférico, propulsando un globo maravilloso que sorteaba la salida de Zinsberger. La tensión se apoderó del momento. Wenninger se lanzó con todo y desvió el balón. Este golpeó en el larguero y salió escupido hacia el corazón del área chica.
Silencio entre todo el ruido. La celebración se detuvo en seco y la incertidumbre reinaba en el teatro. Llegaba ese giro grotesco de guion que mantenía en vilo al público. Nada previsto, pues las protagonistas también esperaban acontecimientos. Tic. Tac. Tic. Tac. El reloj de Marta Huerta de Aza vibró. Así como vibraron las gargantas británicas desde los asientos del público. Fue el primero y único tanto de la noche. Mead presentaba la candidatura británica al trono europeo. Y no lo hacía en un ambiente ni cómodo, ni fácil. Austria, sin ser candidata al oro, demostró que su piel se vende carísima y, sin embargo, el cuchillo en ocasiones desafilado de las inglesas hizo mella en la escuadra de Fuhrmann.
Inglaterra fía su ilusión al fútbol. Noruega arrasa en busca de la corona. El resto de selecciones esperan su turno para dar el primer golpe
Y al término de los 90 minutos, la mirada oteaba otro horizonte. Un día más tarde, Noruega presentó su programa al respetable bajo la atenta mirada de las anfitrionas. Y lo hizo con la primera goleada del campeonato. Demasiados años sin reinar, las llegadas desde el norte de Europa añoran un trono del que no saben nada desde hace casi tres décadas. De hecho, la mayoría de las futbolistas que ayer se vistieron con la casaca nacional ni siquiera habían llegado a este mundo el día que Hegstad anotó el gol de la victoria, en el minuto 75 de un 4 de julio de 1993. Fue el último oro que se echaron al cuello.
Con esta brecha temporal inerte de títulos llegó Noruega al campeonato. Enfrente, una Irlanda del Norte que aterrizó en Inglaterra como debutante. En los rostros de las futbolistas se leía la ilusión por enfrentarse a futbolistas de la talla de Hegerberg o Caroline Graham-Hansen. Y, sin embargo, la misma faz se tornó en desasosiego en cuanto las nórdicas aparecieron por el túnel de vestuarios. El esférico comenzó a circular. Lo hacía cada vez más rápido. Las noruegas diseñaron el fútbol líquido.
Como si fuese agua abriéndose paso entre las rendijas de la defensa irlandesa. No había parches suficientes para pararlas y el desastre natural que estaban hilvanando no dejaba de ser bello a los ojos del espectador. Pues el balón corría por las botas de Engen, pasando por la potencia de Caro y encontrando la calidad de Hegerberg y el atino de Blackstad. Y, sin embargo, quién llevó la corriente de la marea fue Reiten. Timón, brújula y mapa del navío noruego.
El temporal amainó con los tres silbidos finales de la colegiada. La tormenta noruega había hecho mella en forma de un póker de goles. Pero lejos de las similitudes con el juego de cartas, el azar no formaba parte de estos. La noche cayó en el St. Mary’s Stadium de Southampton con la sensación de que ambos combinados salían alegres de aquel escenario. Primero porque el resultado permitía a las futbolistas de Even Pellerud colocarse en lo más alto del primer grupo de la Eurocopa al término de su primera jornada. Y, por su parte, las derrotadas se marchaban con la alegría amarga de haber logrado debutar en un torneo de tales dimensiones. E, incluso, haber anotado el tanto del honor.
Acababa de empezar la Eurocopa. Tan solo se habían disputado los partidos del primer grupo del torneo y dos candidatas mostraban sus cartas. En el viejo continente hay demasiadas cabezas para una única corona y la conquista del título no había hecho nada más que empezar. Por delante, un mes cargado de argumentos futbolísticos. De soliloquios que se pegan a la bota de su protagonista. De réplicas a ras de césped cuyo único cometido es que la palabrería de la rival no sea más que papel mojado. Ataques. Defensas. Goles. Atajadas. No se entiende otro lenguaje. No se quiere otro lenguaje. Hay cientos de maneras diferentes para dominarlo. Y a pesar de ser una quimera para la gran mayoría de las invitadas, no hay derecho más grande que el de soñar.
En el fútbol, la democracia no suele tener cabida. Se habla siempre de reinados. Se puede vencer y convencer. O triunfar como un antihéroe. La hegemonía la logra el más fuerte, pero el trono no siempre es para el que más lo merece. 16 cabezas de cartel en busca de la misma plaza. Los currículums ya están echados. La suerte, también. Inglaterra fía su ilusión al fútbol. Noruega arrasa en busca de la corona. El resto de selecciones esperan su turno para dar el primer golpe. Se busca primera ministra. Europa aguarda a su nueva reina.
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Fotografía de Getty Images.