“Desde la cuna hasta el cajón: nací de Boca y moriré de Boca”, afirma Sebastián, argentino de Mendoza, mientras limpia el baño portátil de uno de aquellos circos que una tarde llegan a las ciudades y una mañana desaparecen, sin saber ni quien los visita ni quien los habita. Es el único aficionado de Boca Juniors del River Plate Circus, que esta semana hace parada en Montcada i Rexach (Barcelona).
Relata la historia del circo José María Díaz Fascia, nacido hace 49 años en la región de Tucumán. “De casualidad: porque el circo pasaba por ahí”, dice. Es la cuarta generación circense de la familia, casi toda de River. Sus hijos son la quinta: uno nació en General Rodríguez, en la provincia de Buenos Aires, y el otro nació en Rosario, “a 500 kilómetros”. “En el circo naces donde te toca”, añade José María. Ha vivido toda la vida en el circo. Actuó por primera vez con seis años.
“Para estar en el circo te tiene que gustar. Porque no es un trabajo normal, es una vida. En un trabajo normal llegas a las ocho de la mañana y te vas a las cuatro de la tarde. Aquí no. Aquí son las 24 horas. Vives aquí. Esto se tiene que llevar en la sangre. Yo no sabría vivir si me dan otra cosa. No deja de ser un negocio más, pero es mi vida”, asiente. “Aquí el que entra ya no sale. Porque te atrapa”, remarca.
También le gusta el fútbol desde la cuna, aunque nunca pudo jugar en un equipo por la naturaleza nómada del circo: “Tiene su parte fea porque no echas raíces, porque no estás más de 15 días en ningún sitio, no tienes un punto fijo, pero también la bonita de ir conociendo y viendo mundo, de ir poniendo sitios en el mapa, mientras haces lo que te gusta”. “Como los futbolistas”, ríe José María. El circo está lleno de balones, de camisetas de River. Casi todos son argentinos.
“Mi hijo me dijo: ‘Tendrías que buscar un nombre que no te canse ni te aburra. ¿Por qué no le pones River Plate Circus?’. Así llevamos ya dos años y no lo cambiaré nunca”
En 2006 vendió lo que tenía, un coche, una furgoneta y un autobús hecho caravana: “Era la época de después del corralito, cuando el país estaba muy mal, y me vine para probar suerte. Dije que era por un año y ya llevo 17”. Los inicios fueron “horrorosos”. Sin dinero para volver ni para quedarse, casi. “El emigrante viene de fuera y llega sin papeles y sin nada. No consigues trabajo, no conoces a nadie. Es empezar desde cero, buscarte la vida”, recuerda mirando hacia atrás.
Trabajó repartiendo flyers por los buzones, en la construcción y haciendo espectáculos en hoteles. Fueron los únicos tres o cuatro años que ha vivido fuera de una caravana, con una residencia fija: “Noté que eso de vivir sin el circo no era para mí”. Hasta que entró en un circo italiano y ocho años después abrió su propio circo, la primera semana de marzo de 2020. Abrió y tuvo que cerrar durante meses por el coronavirus. Lo abrió con el nombre de Fantasy World, pero un conocido lo tenía patentado y buscó una alternativa.
“Mi hijo me dijo: ‘Tendrías que buscar un nombre que si lo ves todos los días no te canse ni te aburra. ¿Por qué no le pones River Plate Circus?’. Así llevamos ya dos años y ya no lo cambiaré nunca”, acentúa. Lleva más de diez años en Catalunya, “el segundo mejor lugar del mundo para ver el Mundial si eras argentino”. Se declara enamorado de Messi, incluso por encima de Maradona: “Si me lo encontrara por la calle le diría que me firmara el brazo y me tatuaría la firma para tenerla para siempre”.
El circo recorre Catalunya y ha recibido más de una, dos, tres visitas de Xavi Hernández y su familia. José María cuenta que tiene su número de teléfono y que el técnico culé grabó un vídeo de ánimo para el equipo de su sobrino, en Argentina.
“En Argentina el país entero es un campo de fútbol. Se juega en todas partes, en el asfalto o en la tierra. Y si no tienes un balón, armas uno de trapo”
El 9 de diciembre de 2018 vivió en el Bernabéu la final de la Copa Libertadores entre River y Boca. “Fue… Fue… Fue…”, reitera sin hallar el adjetivo para definir uno de los días más felices de su vida. Ese día lloró mucho, admite. Con su hermano se tatuó el trofeo y la fecha del encuentro. Habla del “amor” que siente por River Plate y el fútbol.
Prosigue: “El fútbol es parte de nuestro lenguaje. El argentino vive al fútbol de una manera única y que aquí cuesta entenderlo”. Dice vivir al, no el fútbol, como si fuera una persona. “Mi novia, que es banquera en el BBVA, ha venido a ver algún partido y me dice ‘están todos locos’. Luego en Argentina, a veces, se llega al otro extremo, eh, a lo enfermizo, a la locura, y esto yo ya no lo comparto para nada”, matiza. Reconoce que en Argentina, siempre en crisis o entre ellas, el fútbol es como una medicina: “Si Argentina no tuviese el fútbol, no sé qué haría. Porque la gente aprovecha esas dos horas que va al campo para desconectar. Y no solamente lo viven los hombres, no, todos: los hombres, las mujeres, las chicas, los nenes, los abuelos”. “La diferencia es que aquí tienes un campo de fútbol aquí y un campo de fútbol ahí y que en Argentina el país entero es un campo de fútbol. Se juega en todas partes, en el asfalto o en la tierra. Donde venga. Y si no tienes un balón, armas uno de trapo”.
“Lo que más extraño de Argentina es el fútbol, 100%. Porque prácticamente toda mi familia está aquí y porque el fútbol representa muchas cosas, todo”, argumenta. A su vez, el fútbol y River le hacen sentir “un poco más cerca de casa, volver a Argentina”. “Mil veces” se ha puesto el despertador para levantarse en medio de la noche, “a las dos, a las tres, a las cuatro”, para escuchar los partidos por la radio, solo en una caravana y en un punto ignoto a miles de kilómetros de sus raíces.
La carpa del circo es de color azul y amarillo. “Al menos los colores de la carpa me favorecen a mí”, sonríe Sebastián, el único hincha de Boca Juniors del River Plate Circus.
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