“El fútbol es socialización. Da igual la clase, da igual el origen. Solo necesitas una pelota, o ni eso”, asiente el actor Antonio Resines (Torrelavega, 1954), compañero de tantas y tantas generaciones desde la pequeña y la gran pantalla, antes de echar la vista atrás. Hasta aquella primera tarde en ‘su’ Santiago Bernabéu, hace ya más de medio siglo.
Estas reflexiones están extraídas del #Panenka117, un número que sigue disponible aquí
Empezamos a jugar en el colegio, con seis o siete años. Había balonmano, hockey, baloncesto, pero el fútbol se llevaba toda la atención. Recuerdo a 43 anormales dando patadas a un balón en el patio. Yo, muy chiquitín, jugaba de defensa. En aquella época me encantaban Di Stéfano y Puskás. Hasta el 60 y pico no hubo televisión para retransmitir los partidos, así que lo poco que sabíamos era por los periódicos y los cromos. Recuerdo que Puskás vivía en una zona cercana al colegio, y que se tomaba sus cañas y sus vermús en un bar del barrio. Recuerdo haberlo visto muchas veces por la zona, incluso fumando. Ahora los futbolistas son atletas, casi extraterrestres, pero antes eran gente que, estando en su mayoría en una estupenda forma física, hacía vida de lo más normal.
“El ruido de un estadio impresiona siempre, y de niño más. Todo se multiplica por diez”
Mi primera vez en el Santiago Bernabéu fue, seguro, en un partido de Copa contra la Gimnástica Torrelavega, con 12 años. Mi padre no era aficionado al fútbol, pero me llevó al campo. No recuerdo nada del partido. Pero sí recuerdo quedar impresionado, casi acojonado, por el ruido. El ruido de un estadio impresiona siempre, y de niño más. Todo se multiplica por diez. Recuerdo que estábamos cerca del campo, pero para un niño ‘cerca del campo’ igual era estar a 500 metros…
“En la universidad no se hablaba de fútbol: se veía como una cosa de gente sin estudios, y eso ha existido hasta hace relativamente poco. En esa época yo estaba más centrado en el rugby”
Ya en la facultad, con veintitantos, comencé a ir más. Comprábamos entradas arriba del todo, porque no teníamos ni un duro, e íbamos yendo hacia abajo, colándonos. Los de seguridad nos perseguían, pero todos hacíamos deporte y no nos cogía ni su puta madre. Ahora los entiendo, ellos tenían que cumplir con su trabajo, pero de joven me parecían unos gilipollas. Alguna vez cogerían a alguno, pero a mí nunca. De los 70 también recuerdo que no estaba muy bien visto que te gustaran el fútbol y los toros y que se disimulaba. En la universidad no se hablaba de fútbol: se veía como una cosa de gente sin estudios, y eso ha existido hasta hace relativamente poco. En esa época yo estaba más centrado en el rugby, pero me gustaban los dos deportes: el rugby para jugarlo y el fútbol para disfrutarlo. Desde que me hice el abono, en el año 1991, habré ido 300 o 400 veces al Bernabéu: más de diez al año seguro. Y es brutal. El fútbol crea una comunión espiritual momentánea. Disfruto mucho, y más si tu equipo gana, por supuesto. Antes era muy burro en este sentido, ahora ya no: en cuanto salgo de un partido se me olvida que he ido al fútbol. Me voy a tomar unas cañas con mi hijo y hablamos tres o cuatro minutos del partido, y rápidamente pasamos a hablar de otras historias.
“El gol de Zidane en Glasgow es el gol más bonito que he visto nunca, junto a uno de Raúl contra el Manchester United tras un regate de Fernando Redondo”
Mis dos recuerdos futbolísticos más felices son las dos Copas de Europa que viví en directo: la de París, contra el Valencia, y la de Glasgow. Esta última fue impresionante. Fui con mi hijo, y recuerdo que el viaje fue un palizón horroroso de cojones. De ahí me fui directo a grabar Al sur de Granada. El gol de Zidane fue brutal. Estábamos en el otro fondo, a 100 metros o más, pero se vio de maravilla. Todo el mundo estaba sentado en ese momento. Cuando Roberto Carlos empezó a avanzar la gente se puso algo nerviosa, pero nadie esperaba que Zidane pudiera meter ese trallazo. Lo recuerdo perfectamente. Es el gol más bonito que he visto nunca, junto a un gol de Raúl contra el Manchester United tras un regate de Fernando Redondo.
“Eso es lo más bonito del fútbol: no solo recuerdas el título, la victoria o el gol, recuerdas todo lo que hacías, toda la historia”
También recuerdo la final de Lisboa. Se casaba una sobrina mía, para gran disgusto de parte de la familia. Al final pusimos una televisión y lo estuvimos viendo, con gente del Atleti y gente del Madrid. Mi hermana casi nos mata a todos. Vimos hasta el gol de Ramos, y después alguien gritó que había ganado el Madrid. También recuerdo que a la Champions de París fuimos cinco o seis amigos en tren y lo pasamos de puta madre. O que la final de Johannesburgo la vi en casa de unos amigos en Sevilla. Estaba rodando Don Mendo Rock en Utrera, y cuando llegué y llamé al telefonillo un termómetro marcaba 53 grados en la sombra. Suerte que dentro había aire acondicionado. Fue un estallido de alegría tremendo. Eso es lo más bonito del fútbol: no solo recuerdas el título, la victoria o el gol, recuerdas todo lo que hacías, toda la historia.
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Fotografía de Cordon Press.