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Paisajes de Tercera

El campo del Racing Lermeño es uno de los más singulares de la provincia de Burgos, con su ermita anexa y su tribuna con inmejorables vistas

No resulta muy común encontrar un lugar para la oración en el interior de un campo de fútbol; lo que resulta algo ordinario para una plaza de toros o un hospital, se convierte en un ornamento excesivamente espiritual quizá para algo tan mundano como un terreno de juego, donde por lo general, las invocaciones de los aficionados suelen ser bastante poco respetuosas con el segundo mandamiento de la Ley de Moisés.

Don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, el caprichoso Duque de Lerma, levantó en la villa burgalesa de la que tomó su nombre una serie de siete ermitas a principios del año 1600 en la finca de la vega del río Arlanza que se desplegaba ante su fastuoso alcázar (que contaba con el privilegio del monarca –del que era valido- para izar las cuatro torres que hoy contemplamos, licencia sólo válida para reyes). Quien visitase cualquiera de esas ermitas, recibiría las mismas indulgencias que el peregrino que viajaba a Roma, lo que da buena medida del poder del favorito, que terminaría sus días tomando el báculo obispal para protegerse de sus numerosos enemigos, como cantaría la coplilla popular: “el mayor ladrón de España, para no morir ahorcado, vistióse de colorado”.

Resulta llamativo que la única ermita que se conserva de esa época de esplendor en la villa, la del Humilladero, se encuentre hoy adosada al campo de fútbol del Racing Lermeño, denominado ‘Arlanza’, como si se tratase de una especie de último recurso para el jugador antes de disputar un partido. El campo del Lermeño se encuentra además adornado con numerosos pinos y otras coníferas que proyectan su agradable sombra sobre el césped, con publicidad de los comercios de la villa ducal, y con un curioso cartel a la entrada, que ruega a los señores espectadores “que aplaudan las buenas jugadas de ambos equipos”, aunque no especifica si las malas también las pueden silbar.

Una de las liturgias de muchos campos de Tercera División como este consiste en la rifa de un jamón o de merchandising del equipo en el descanso, mientras los jugadores reciben las consignas de su entrenador, para mantener al público entretenido y con alguna perspectiva adicional a la de ver algún gol local; de esta forma, se sortean productos de chacinería a través de papeletas que se venden a la entrada del estadio. Se trata de uno de los momentos culminantes del partido: el anuncio del número ganador de la rifa, igual que el encendido ritual del puro (de dos centímetros de espesor mínimo), o la ingesta de un licor que ayude a digerir la comida que en ese momento es centrifugada por el estómago del aficionado.

Se tiene constancia documental de fútbol en la villa ducal al menos desde 1931, aunque el Racing Lermeño no se fundó hasta 1969, justo un año después de la construcción del Campo de Arlanza, aprovechando unas obras en la carretera de Francia (actual autovía A-1). Los munícipes aprovecharon las máquinas pesadas para allanar un terreno en la vega del río Arlanza, junto al cauce molinar… y de paso se construyó también la Plaza de toros para sacar estos festejos de la Plaza Mayor, donde se realizaban desde los tiempos del duque. El Racing, que en 2019 celebrará su cincuentenario, ha militado durante 22 temporadas en el grupo octavo de Tercera, destacando la época en la que el club fue presidido por Avelino Navarro, entre 1985 y 2001, disputando dos veces la Copa del Rey y llegando a obtener el subcampeonato liguero en la temporada 88/89, quedándose a tan sólo un paso del ascenso a Segunda B (en aquella época subía sólo el campeón del grupo), que correspondió a otro club que ahora suena más al aficionado: el CD Numancia de Soria. Por Lerma siempre pasaron las mejores promesas del fútbol burgalés y ribereño, como Pacheta, Molinero o Pablo Infante (“el divino calvo del Mirandés”), aunque hoy otros clubes de la capital burgalesa han acaparado ese protagonismo de cantera.

El campo del Lermeño es uno de los más lucidos de la provincia de Burgos, además de la ermita anexa antes mencionada, desde su tribuna se aprecian unas inmejorables vistas del conjunto ducal, desde el Palacio hasta la Colegiata de San Pedro, y el campo se rodea de tupidas acacias y coníferas. El único problema es que los pinos además de sombra, de vez en cuando también proyectan piñas que caen aleatoriamente desde considerables alturas. Hace no demasiadas temporadas, una de esas piñas cayó a plomo exactamente sobre la mollera de uno de los más veteranos socios del Racing, Justito, natural de un pueblo vecino, y cuya fidelidad al club es absoluta, rayando con el fanatismo religioso.

Justo quedó conmocionado por el violento e involuntario impacto del conífero fruto, haciéndose necesaria la presencia de las asistencias del club visitante, que socorrieron con su agua milagrosa de la mejor forma posible al hincha, que llegó a perder el conocimiento. El partido debió ser suspendido por unos minutos hasta que el aficionado racinguista dio muestras de completa recuperación. Como no podía ser de otra manera, al despertar su primera pregunta fue para saber la situación del marcador.