Contraria a aceptar que el partido acababa cuando acababa el encuentro, rechazó cualquier posibilidad de que el fútbol terminara con aquel silbido del árbitro que ponía punto y final a su carrera. Moya Dodd fue una de las figuras de la selección australiana de fútbol (conocida como The Matildas en honor al himno oficioso del país “Waltzing Matilda”) que jugó el primer partido internacional oficial, “de los que tenían algún tipo de repercusión”. Pese a no ganar en toda su trayectoria ni un solo centavo por jugar al más alto nivel, cuando aquella maldita lesión de rodilla avisó por tercera vez, allí por el 1995, Moya decidió torcer por un camino algo más oscuro, hostil e inexplorado para una mujer en el escenario del fútbol; el misterioso, competitivo y complejo mundo de los despachos.
El día 31 de mayo de 2013 resultó ser uno de los días más emocionantes en la vida de Moya. Después de años dedicados a la Federación Australiana y a la Confederación Asiática de Fútbol, era una de las favoritas en la votación de aquella primavera de 2013. La misma se desarrolló con admirable expectación por parte de la prensa –había un titular asegurado– así que al “se convierte en la primera mujer electa del Comité Ejecutivo de la FIFA” sólo hacía falta añadirle un nombre con su apellido. Por un voto, Moya Dodd vio desde un segundo plano como la africana Lydia Nsekera se hacía con una plaza histórica. Aunque la FIFA, en una admirable maniobra de generosidad (o lavado de imagen), declaró que aceptaba a las otras dos candidatas al puesto como parte del Comité Ejecutivo de la FIFA en calidad de invitadas durante un año. Fuera como fuese, así es como Moya consiguió escalar el último peldaño de un ascenso hasta el mayor organismo del fútbol internacional. Y una vez allí, empezó a desarrollar su plan.
Moya, abogada con más de 20 años de experiencia, hizo las maletas en el caluroso sur de Australia para mudarse a Suiza, colocó sus cosas encima de una de las 27 mesas del Comité Ejecutivo de la FIFA y asumió el liderazgo del progreso del fútbol femenino en el mundo. Aunque a Moya esto le pareció poco. Si el juego es algo que va mucho más allá de los terrenos de juego, la mujer también. Así que Moya ha capitaneado desde entonces la formación, reivindicación y el apoyo a la figura femenina presente en todos los estamentos que rodean al balón: entrenadoras, gestoras, expertas en marketing, participantes en una sala de juntas o directivas. Todo, a través de un programa de liderazgo que trabaja para llevar a todos los rincones del mundo.
Moya habla con pausa. Nada de lo que dice parece improvisado. Posiblemente porque lleva repitiéndose las mismas ideas desde que era una adolescente. Ahora las desarrolla en la FIFA, con una tranquilidad abrumadora que reconforta un discurso cuidado, pero natural. Ella sabe lo que hace.
¿Cómo era en Australia el fútbol femenino en los años 80?
El fútbol no era ni es el deporte más popular aquí. Por encima siempre ha estado el fútbol australiano, el rugby, e incluso el cricket. Tampoco era una época ni un lugar para el fútbol femenino, por eso era un deporte marginado. Pero aun así jugábamos, y crecimos jugándolo.
Cuando tenía 19 años, fui con la selección australiana, ¡todo un logro! Pero entonces no había Mundiales ni Juegos Olímpicos, y la mayoría de los partidos internacionales eran amistosos. Yo nunca jugué profesionalmente. Es más, nunca ganamos ni un centavo por jugar, pero nosotras siempre intentamos ser tan profesionales como pudimos. Era otra época, claro está, por que mira, yo empecé a jugar a los 12 años, demasiado tarde. En cambio, ahora mismo en Australia hay 100.000 chicas que juegan a fútbol, un deporte muy popular entre las jóvenes. De este total de jugadoras, entre un 70 y un 80% tienen menos de 18 años.
¿Y en qué momento pensó que podías formar parte del sector más burocrático del fútbol, como una federación, un comité o un consejo?
Recaí demasiadas veces en una lesión de rodilla –algo demasiado común en las mujeres– y dejé de entrenar en 1995. Como jugadora ya había estado algo involucrada en el sector organizacional del fútbol, además de haberme formado como abogada y ejercer como tal.
Australia pasó de formar parte de Oceanía a ser una federación de la Confederación Asiática, cosa que proporcionó grandes oportunidades internacionales. Entre otras, crecía el reconocimiento internacional que tenían los miembros femeninos de Australia. Entonces yo empecé a entender qué estaba pasando, no solo en mi país sino en el mundo. A finales de los 90, China y Japón tenían mucho terreno ganado en la rama femenina del deporte, pero había otros lugares de Asia donde la mujer lo tenía realmente complicado. Así que me creí con fuerza e ideas para luchar contra eso.
¿Dos décadas después, cuál es el panorama en Asia para la mujer que quiere jugar a fútbol?
Dificultades las hay en todas las partes del mundo, por supuesto. En Asia también. Por ejemplo, en Arabia Saudi no solo no hay fútbol oficial para mujeres, sino que tampoco se las incluye en sus Federaciones porque algunos individuos no creen en esta idea. En otros países incluso es complicado para las mujeres poder ver un partido. En Iran tienen prohibido acudir a un estadio.
Sin embargo, hoy en día si que tienen algunas oportunidades de jugar, pero con algunas barreras, como por ejemplo, la segregación que prohíbe que un equipo de mujeres sea entrenado por hombres. Y en el otro lado de la moneda, las mujeres que entrenan tienen una experiencia demasiado limitada en los terrenos de juego, entre otras cosas porque tampoco pueden acudir al estadio para ver fútbol.
Otras de las barreras que existen son culturales. Hay países donde a las mujeres no se las motiva para que hagan deporte, y tampoco disponen de tiempo libre ya que se sigue dando preferencia a sus hermanos a la hora de alimentarlos bien, educarlos bien y darles ese tiempo libre que ellos emplean en jugar en la calle. Todo esto tiene implicaciones no solo en el deporte, sino en la sociedad en general, donde la mujer puede convertirse en alguien independiente y productiva y dejar de hacer faena no remunerada en casa. El fútbol puede hacer una gran contribución al bienestar social en todos estos lugares.
¿Todo esto es lo que se intenta cambiar desde la FIFA?
Bueno, el reto de cambiar todo el fútbol para mujeres y chicas es un poco atrevido, incluso irreal. El fútbol como deporte es algo histórico, ha estado durante décadas y décadas considerado un deporte de hombres. Eso no lo podemos cambiar, hay que asumirlo. Hasta los 60, por ejemplo, el fútbol femenino no se legalizó en Inglaterra y en sitios como Brasil no fue hasta los 80. Por lo tanto no se puede negar la historia, sino intentar igualar la mujer en todos los estamentos de la sociedad, y por consiguiente en el fútbol.
Junto con Lydia Nsekera y Sonia Bien-Aime, fueron las primeras mujeres en formar parte del Comité Ejecutivo de la FIFA. ¿Qué se propone una mujer que acaba de ser elegida para formar parte del mayor organismo de fútbol del mundo?
Yo sentí una gran responsabilidad. Estaba realmente emocionada. Nos tocaba representar un papel que hasta entonces estaba infra representado, en una organización muy dañada en los últimos años. Pero sentía que por fin nos colocábamos en lo alto de una pirámide de influencia en el mundo del fútbol. Para ser sinceros, pienso que haber sido jugadora es muy importante. Eso me ha dado siempre una cierta credibilidad. Es fácil ser aceptada cuando te rodeas de otras personas con unos intereses similares. Y después, todas las cosas que aprendí como jugadora me ayudan en mi día a día en la FIFA; tener que estar unida con todas las personas con las que juegas/trabajas o aprender algo nuevo cada día. Todo ello me ha ayudado a afrontar la vida en Suiza, donde se encuentra la sede de la FIFA.
Con todo el trabajo que hay todavía por hacer, ¿Por dónde hay que empezar?, ¿Cuáles son los objetivos que se marca Moya personalmente?
Yo no tengo objetivos propios. Nada es mi objetivo personal. Hay muchas mujeres en el mundo –y hombres– que quieren ver crecer el fútbol femenino. Trabajo para conseguir que las mujeres, sobre el terreno de juego, sigan batiendo récords de audiencias, aunque el principal reto sea que no tengamos que esperar a cada cuatro años (año de Copa del Mundo) para que el fútbol femenino tenga esta repercusión. La competición regular debe ir haciéndose más y más fuerte.
En el último congreso de la FIFA en México se aprobaron planes para aumentar presupuestos, estrategias comerciales para convertirlo en un deporte popular y, obviamente, se prometió aumentar el presupuesto destinado a las mujeres. Yo, como sabes, sigo apostando fuerte por la mujer que entrena, que dirige, que toma decisiones. De los últimos eventos, me quedo con las palabras del presidente de la Federación de Puerto Rico, que vino a agradecerme el progreso de sus equipos femeninos. Hemos conseguido el cambio cultural que se consideraba el más difícil: que el desarrollo femenino sea considerado algo positivo, un motivo de orgullo para los presidentes de los territorios. Tenemos una gran oportunidad para conseguir todo lo que nos proponemos y lo vamos a hacer.