En esta serie de artículos, proponemos un viaje al lector a través de lugares, momentos, casualidades, héroes y villanos que conforman la historia de los Mundiales de fútbol, desde sus primeros días hasta la actualidad.
Hablar del Mundial de México en 1970 es hacerlo de una joya. De alguna manera es una pieza de museo, de las que aún conservan la vitola de ser algo único, importante, que infunde el respeto de las grandes citas de la historia con solo evocar su presencia. Pelé y su Brasil, la Alemania de Müller y Beckenbauer, la Italia de Mazzola o Facchetti… Hablando de la selección de Perú de esa época, Miguel Villegas dice en un artículo de El Comercio que la cita mexicana es el Mundial del que “nunca nos fuimos”. Creo que es bastante cierto.
En México’70 uno lo que quiere es quedarse. Para la experiencia de quien no vivió esos días, México’70 es viajar al color desde los grises de antaño. De la victoria de Inglaterra en los 60 al amarillo de Brasil. Ese paso entró de lleno en la experiencia de quienes vieron a través de la televisión, en ese momento histórico, o más tarde, cuando las imágenes de muchos de los ídolos de los que solo habían oído grandes historias se volvieron móviles, reales, en una pantalla coloreada, muchos años después.
Ponerle color al fútbol también fue descubrir África. México era la octava edición del torneo desde que madurara la idea de Jules Rimet. El torneo había tenido, hasta 1970, una sola participante procedente del continente africano. Egipto, selección entrenada por el escocés James McRea, fue la pionera en los Mundiales en 1934. Italia recibía el primer equipo nacional africano en un torneo marcado por la aureola fascista de la Italia de Mussolini. Egipto apenas disfrutaría de su presencia en el campeonato, tras no lograr contrarrestar el empuje y calidad de Hungría en el Estadio Partenopeo. Los cambios suscitados por el fin de la Segunda Guerra Mundial trajeron inevitables consecuencias al continente africano, que fue desvinculándose de sus colonias progresivamente, para ir dejando clara su voluntad de independencia y autodeterminación, no sin lucha, no sin sufrimiento, no sin demasiada resistencia por parte de las naciones colonizadoras.
Curiosamente, el edificio multidisciplinar de Nápoles donde se jugó ese duelo fue destruido en los años 40 por los bombardeos aliados, un símbolo de lo que fue la impronta africana en los torneos Mundiales desde su regreso, en 1950, hasta la década de los 70, donde Marruecos se ganaría un billete a México para seguir haciendo historia. La selección marroquí había tenido pocas opciones en los torneos anteriores, comenzando su aventura como combinado nacional apenas una década antes, en 1957, en un partido contra Irak que finalizaría la contienda con tablas en el marcador. Esos Juegos Árabes de 1957 serían el pistoletazo de salida para un ascenso que acabaría con la participación en el Mundial y su presencia en la Copa África y en los Juegos Olímpicos de 1972. Tres debuts importantes en apenas dos años.
Hablar de México’70 es hacerlo de una joya. De una pieza de museo, de las que aún conservan la vitola de ser algo único, importante, que infunde el respeto de las grandes citas de la historia con solo evocar su presencia
A más de 4.000 kilómetros de Rabat, el St. Louis Stars de la NASL cierra la temporada de 1969 como cuarto clasificado. Ese año, Kansas City se hizo con el título y Blagoje Vidinić, jugador de St. Louis, se replantea su futuro después de varios años jugando en los Estados Unidos. En su currículum como futbolista hay clubes como el Vardar, el Radnicki, el OFK Belgrado o el Sion, para después comenzar la aventura yanqui en los Toros y, como contamos, en su última parada en la localidad de Missouri. A Blagoje le llama la atención seguir en activo, pero el fútbol empieza a hacérsele pesado con botas y empieza a pensar en la banda. En San Luis logró jugar bastante y fue uno de los responsables de la buena clasificación, pero ante sí se plantea un reto mayúsculo: dirigir en un Mundial.
Nacido en Skopje, Vidinić considera un acercamiento poder cruzar el charco para preparar y dirigir a la selección marroquí en la cita mundialista de 1970. Aunque apenas tiene experiencia, tiene claro el plan de viaje de una selección cuando participa de nuevas en un torneo como ese. Marruecos no había disputado nunca un campeonato de la calidad y de la exigencia como ese. Estaban encuadrados, además, en el grupo 4, junto a Bulgaria, Perú y Alemania Federal. A los chicos de Helmut Schön apenas había que presentarlos. Finalistas en 1966 ante Inglaterra, solo esa prórroga maldita les había alejado de conseguir otro torneo para su palmarés particular. Contando con algunos de los titulares de esa edición, añadiendo mucho talento joven que empezaba a despuntar en la fuerte competición teutona, la ‘Mannschaft‘ metía miedo. Perú, selección brillante en la década de los 70, iba a ser otro hueso duro de roer, con jugadores como Chumpitaz, Cubillas o Sotil en su plantel. Bulgaria podía parecer más asequible, pero los nombres de Asparuhov o Bonev invitaban a pensar que la defensa marroquí no iba a poder estar a la altura.
El primer duelo iba a ser contra los alemanes y, como era de esperar, fue imposible rascar un resultado favorable. Aunque el 2-1 no tenía el final que podía haberse esperado del choque entre la experiencia de unos y de otros. Sobre todo porque, antes de los goles de Uwe Seeler y Gerd Müller, Houmane Jarir, delantero del Raja Casablanca, había abierto el marcador aprovechando un error tras el despeje de Höttges en el 21′ de juego. Juntos eran capaces de dar buena imagen y el resultado ante Alemania Federal era una buena prueba de ello. En el segundo partido, sin embargo, la goleada fue incontestable. En el duelo ante los peruanos, el ídolo Cubillas, logrando dos tantos ante Ben Kassou, y Roberto Chale, centrocampista de Universitario, pusieron el 3-0 definitivo. Vidinić y los suyos sabían que era el itinerario esperado. Un Mundial era la exigencia máxima.
Tras la derrota de Egipto en 1934, ese empate de Marruecos ante Bulgaria, en México’70, abría un nuevo camino para África
El 11 de junio de 1970, se habían citado búlgaros y marroquíes en el Nou Camp, estadio del Club León. Alineaciones esperadas, Stefan Bozhkov en el banquillo europeo y Blagoje Vidinić en el africano. Sol y tiempo apacible en la ciudad de León, estado de Guanajuato, mientras México seguía vibrando con el fútbol. A las 4 de la tarde, hora local, el colegiado luso Antonio Saldanha pitaba el inicio. Fue el primer paso para que los marroquíes se encontraran con un momento ineludible de la historia de su seleccionado nacional.
Siguiendo ese guion, a los 40 minutos de partido, una falta lateral al borde del área era aprovechada por Zhechev para rematar el balón tras dos rechaces al fondo de la red de Hazzaz (quien había sustituido a Ben Kassou). Pero la sorpresa llegaría tras el descanso. El centrocampista del FAR Rabat, Maouhoub Ghazouani, tras una jugada atropellada y algo caótica, probaría suerte desde fuera del área. El balón, mordido por la pierna de un defensa búlgaro, logró entrar en la portería de un impotente Yordanov. El marcador no volvería a moverse.
El punto logrado por esa selección de Marruecos fue el primero que conseguía una nación africana en una Copa del Mundo. Tras la derrota de Egipto en 1934, ese empate de Marruecos abría un nuevo camino para África. Zaire, entre medias y entrenada también por el seleccionador yugoslavo Vidinić, no podría lograr igualar el hito, pero solo se tendría que esperar hasta finales de la década para ver a Túnez golear ante México en Argentina’78.
Ese primer paso fue para Marruecos la confirmación de sus ambiciones. En 1976 llegó a ganar la Copa Africana de Naciones en Etiopía, ante las 30.000 personas que se dieron cita en el estadio de Adís Abeba. En la portería marroquí del gran estadio etíope, formaba Mohammed Hazzaz, titular ante Bulgaria en el memorable partido empatado en México que sería de nuevo testigo del éxito de Marruecos. En esa ocasión, otro empate a un gol les daría el punto definitivo. Ese punto servía para liderar el grupo final de la Copa África y hacerse con el torneo. Era otro empate a uno que volvía a marcar la historia del equipo marroquí. Otro paso para entender que, a pesar de las dificultades, a pesar de que los focos se dirigían a las muchas estrellas en color del Mundial de 1970, ellos eran también muy capaces de hacer historia.
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