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Mapi León y los goles extraordinarios

Mapi León se ha especializado en marcar desde lejos. Se atreve, lo intenta y acierta. ¿El secreto? Su confianza y su estado de ánimo, limpios y sin un rasguño

Hay goles que no son goles: son puñetazos. Lucen de maravilla, pero suenan feo, como si alguien le pegara a la pared con un martillo. Cuando ocurren, te levantas del asiento, pero no sabes si llevarte las manos a la cabeza o a los oídos para que no te piten. Mapi León juega al fútbol con taladro. Cada vez que recibe en la frontal, coloca la broca, mira la marca y les pide a los demás que se aparten. El resto es polvo. Y otro golazo para la colección. Yo, de pequeño, odiaba a los adultos por muchos motivos, y en cambio los admiraba por uno solo: me parecía increíble que fuesen capaces de perforar los ladrillos de una casa sin asustarse. Cómo no les temblaba el pulso, cómo aguantaban el ruido, cómo no lanzaban ese aparato del demonio por el patio de luces y salían corriendo. No podía entenderlo, así que me encerraba en la habitación y hacía tiempo con un cómic o la Game Boy, hasta que pasaba el vendaval. Luego, volvía al salón, miraba el cuadro colgado y, después de rascarme un par de veces la oreja, me decía que el mundo era un lugar muy extraño. Lo mismo debió pensar la portera de la Roma, Camelia Ceasar, cuando el miércoles vio a la ‘4’ de las azulgranas recibir lejos de la frontal y preparar el cuerpo para el golpeo, en lugar de abrir a la banda o filtrar un balón al área, que hubiera sido lo más lógico debido a la distancia y el poco espacio. Pero es que lo de Mapi no es normal. Juega con la confianza atada a la cintura, como si no le cupiera en el cuerpo. Está tocada por la varita del optimismo, que es la que hace que alguien bueno pase a ser automáticamente infalible. A las pruebas te remites. Vas al corte y te quedas el balón. Haces un cambio de juego y la pelota cae exacta al pie de la compañera. Tocas de primeras y la acción sigue tal como habías imaginado. Tiras desde tu casa y escuchas la red. El fútbol fluye como la sangre. ¿El secreto? Tu estado de ánimo, limpio y sin un rasguño. A Borges le preguntaron una vez en una entrevista si, antes de publicar un texto, pasaba muchas horas dudando y cambiando las palabras. Visiblemente incómodo, como si para él la literatura fuera otra cosa, se apoyó en el respaldo de la silla, dejó unos segundos de silencio y se señaló la frente: “Si un escritor no cree en lo que está escribiendo, difícilmente puede esperar que lo crean sus lectores”.

 


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Fotografía de Getty Images.