1| INVENTARIO DE FÚTBOL
En El fútbol a sol y sombra, Eduardo Galeano preguntaba al lector: «¿Ha entrado usted, alguna vez, en un estadio vacío?». La pregunta no es baladí: Galeano, evangelista del fútbol moderno, sabía que en las entrañas de hormigón de un estadio vacío, en el silencio de su sueño, en esa extraña quietud, puede encontrase —o al menos pensarse— la esencia del fútbol.
«Los escritores oyen el silencio, descubren lo inaudible, y después lo cuentan», sentenció José Antonio Garriga Vela. Es fácil imaginarse a Juan Tallón colándose en un campo de fútbol de tercera regional. Es de noche. Después de saltar la valla, se sienta en las gradas, vacías. Desde ahí tiene una buena perspectiva. Siente la respiración del hormigón, las palpitaciones del césped en la oscuridad, los bostezos de las porterías. Enciende un pitillo. Rebusca en el bolsillo y saca un pequeño cuaderno de notas. Y un bolígrafo. Entre calada y calada, hace inventario del attrezzo que adorna la tragicomedia del fútbol: la portería, el área, el balón. Vuelve a nombrar cada objeto, los bautiza con palabras, conquista cada metro de campo con adjetivos. Y reflexiona: «Algunos días la grada es el único refugio del hombre común».
Esa es una de las muchas sentencias que perlan Manual de fútbol. Un libro en fuera de juego. Hay un tipo de conocimiento del deporte rey que solo tienen los que han clavado los tacos en la tierra, los que han chupado humedad en vestuarios de regional, los que han sentido la electricidad del penalti. Igual que existe un tipo de conocimiento de la vida que solo puede tener un filósofo. La mirada de Juan Tallón es una mezcla de los dos. Ya lo avisa Manuel Jabois en el prólogo: «Hay dos maneras de ver el deporte: como lo ve la gente y como lo ve Tallón».
2| COLGADO DEL LARGUERO
Cuenta Tallón que el primer futbolista que le robó el corazón fue Arconada. Surgió la chispa, así, sin razón, como se forjan los grandes amores: «Yo tenía 8 o 9 años. Quería ser Arconada, qué cosas». Tuvo una camiseta del portero vasco. Le fascinaba verle por la televisión, siempre con las medias de la Real Sociedad, incluso cuando se calzaba la zamarra de la Selección.
Como todo amor de infancia, aquel idilio tuvo mucho de fiebre pasajera, y pronto descubrió el que sería el amor de toda su vida. Su padre le transmitió la pasión por el escudo colchonero. Y, sin él todavía saberlo, apoyó en su hombro la cruz con la que carga todo atlético. Los traumas futbolísticos se heredan, pasan de generación en generación, aunque no se hayan vivido. Sobre todo, los que pululaban por las gradas del Calderón. Tallón heredó la frustración por la derrota en la final de la Copa de Europa del ’74, disputada contra el Bayern un año antes de que él naciera. Pero no se amilanó ni escondió sus colores. En una excursión del colegio, visitó el Bernabéu, y sus compañeros tuvieron que meterlo en el estadio a empujones. Al pisar el césped, lo que le salió del alma fue un escupitajo.
A esa edad ya sabía que su sitio en el campo era la soledad del área. Cuentan los que jugaban con él que quedaba con su novia en el palo derecho para morrearse. Así pasó muchas tardes y partidos. Algo se le rompió dentro con el descenso del Atlético a Segunda, quizás la adolescencia. Los dos años de infierno le marcaron. Vivió la marcha del ‘Niño más grande’ a Liverpool como la de un hermano. Él también había dejado su casa para crecer. Hizo de los libros peligrosos su nuevo hogar. Creció en sus páginas. Con los años, cambió los guantes por la pluma. Pero no los olvidó, como tampoco olvidó las tardes que pasó colgado del larguero, ni el dorsal que llevó a la espalda: «Cualquier sacrifico te parece poco cuando llevas el número uno en la camiseta».
3| SEÑORES, EL FÚTBOL
Hay palabras y palabras. Están aquellas, tan cortas, en las que no cabe un sentimiento. O las que son tan largas que no expresan nada. Las palabras justas conviven con las desmedidas. Las hay que lo dicen todo, y las hay que todo se lo callan. Palabras con dobles significados. O que suenan a hueco. Hay palabras que embelesan como si encantasen serpientes y otras que abofetean sin contemplaciones en la cara. Las hay, incluso, que cambian su sentido por el rasguño de una tilde.
No es el caso de fútbol. La tilde o su ausencia, dicta la RAE, no la determinan. Tallón deja de acentuarla en algunas páginas de su manual. Y ahí terminan las coincidencias con la RAE. La academia define «fútbol» como un «juego entre dos equipos de once jugadores cada uno, cuya finalidad es hacer entrar un balón por una portería conforme a reglas determinadas, de las que la más característica es que no puede ser tocado con las manos ni con los brazos». Para Tallón, el fútbol está muy lejos de todo lo académico. Es un juego, pero no solo eso: «Si el fútbol solo tuviera que ver con el juego, seguramente hace tiempo que hubiera desaparecido, o evolucionado hacia la inanidad, como el gin-tonic o la democracia de los partidos».
«Si el fútbol solo tuviera que ver con el juego, seguramente hace tiempo que hubiera desaparecido, o evolucionado hacia la inanidad, como el gin-tonic o la democracia de los partidos»
Las reglas que lo rigen no son lo realmente importante. No solo importa el gol, ese contratiempo casero que tanto incomodaba su portería en la infancia. No solo son importantes la victoria o la derrota. El partido, como la vida, debe continuar a pesar de ellas: «La vida es más compleja que un éxito o un fracaso, cuánto no el fútbol, que está por encima de la vida». El fútbol no consiste, simplemente, en marcar más goles que el rival, sino que cuenta, y mucho, la manera en que se consiguen: «La victoria queda en los libros pero la forma de conseguirlo, en la cabeza de la gente». Tallón tiene claro que el fútbol es algo más que juego, que va más allá, que su esencia no se deja agarrar con facilidad, como ese extremo habilidoso que corre por la banda con el cuero pegado a la bota.
El filósofo, entonces, salta al campo y sentencia: «El fútbol es tiempo. Y el tiempo no sabemos del todo qué es».
4| «SEÑORES, EL BALÓN»
Hay tantos factores que condicionan el fútbol moderno que es fácil olvidarse del más importante: el balón. Ese que, con sus caprichos, decide el destino de los futbolistas. Ese que fue, para Tallón —y para muchos de nosotros—, el primer amor. «Un balón hace música, y el día que tu madre no esté ese sonido te recordará a las tardes de infancia en las que todavía la besabas a diario».
Si Juan Tallón pudiera echarse unos tragos con Roberto Sedinho, entre lingotazo y lingotazo, seguro que charlarían de fútbol, y se darían cuenta de que los dos basan su filosofía en la misma idea: el respeto al balón. La generación de los 80 crecimos escuchando cómo Roberto Sedinho abroncaba a Oliver, Benji y compañía por coger el balón con las manos. Sedinho defendía que la pelota se tocaba, exclusivamente, con los pies. La pelota odia las manos. La pelota merece todo nuestro respeto si queremos que nos respete. A pesar de ser portero, Tallón tuvo que escuchar sentencias parecidas, en boca de sus entrenadores, en los campos de regional donde se curtió. Aunque las palabras no fueran tan filosóficas: «Las manos, para mear, ¡coño!».
Cada futbolista trata el balón de una manera: unos, con cariño desmedido, lo acarician; otros, en cambio, lo golpean sin piedad. Pero todos entienden que un bote a destiempo puede convertir la gloria en tragedia. El fútbol, en primera y última instancia, depende de los caprichos del balón. «Es común incurrir en un error de apreciación:», reflexiona Tallón, «no advertir que el balón, para que corresponda, merece ser tratado de usted». Ahí radica la dificultad de este juego que no es solo juego, de este deporte que no es solo deporte:«No hay un manual de estilo para tratar al balón». Como tampoco lo hay para agarrar una pluma o para besar a una mujer. No hay manual que enseñe a disparar cuando no tienes ángulo, ni a correr detrás de un pase en el que solo tú tienes fe de llegar. No hay manual, en definitiva, para ninguna de las cosas importantes de la vida.
5| FÚTBOL HECHO VERBO
Palabra a palabra se construye el relato. Lo que fuimos, lo que somos, lo que seremos. Palabra a palabra, Tallón levanta un estadio, desempolva la alfombra del césped, repasa las líneas de cal. Con las palabras se cuelga del larguero y vuelve a calzarse los guantes de la infancia. Recuerda el gol que crucificó a Barbosa, el que santificó a Maradona. Reflexiona en el banquillo con Kant y Hegel. De la mano de las palabras, acompaña a los lectores, un domingo cualquiera, a un campo de regional a ver fútbol del nuestro.
Tallón defiende que «el fútbol es para contar. No es un deporte, contra la evidencia, sino un relato». Y añade: «La belleza se escribe». Como buen filósofo, da vueltas y vueltas a la idea de fútbol hasta dejarla mareada, cubriendo el balón hábilmente con el cuerpo, para después poder regateársela y avanzar. En sus disertaciones por la banda, se niega a sí mismo para, a la vez, darse la razón: «No hablo de fútbol. En realidad, cuando hablo de fútbol, casi nunca acostumbro a hablar de fútbol». Porque el fútbol no termina en sí mismo y sus lecturas son, como las de la vida o las de un libro, infinitas. El fútbol hecho verbo. El verbo convertido en fútbol. Palabra a palabra, el filósofo construye su pensamiento y el periodista, su narración. «Cuando escribes bien de deportes, en realidad escribes bien de lo que sea». Tallón convoca esas dos palabras: escribir y bien. Y concluye: «El periodismo, cuando es del bueno, del que te hace vibrar con cada la elección de los verbos, te redime incluso del mal fútbol».