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La primera gran noche de Eslovenia

La selección eslovena se estrenó en un gran torneo en la Euro 2000, con un inolvidable empate ante Yugoslavia en un duelo vibrante dentro y fuera del verde

Eslovenia

“¿Cuándo comprendiste lo que ocurrió en 1991?”, le pregunta Roger Xuriach a Jan Oblak en una maravillosa entrevista del #Panenka103, y pienso en lo poco, casi nada, que sabemos los nacidos en la década de 90 sobre Eslovenia y la Guerra de los Balcanes; en lo poco, casi nada, que entendemos qué sucedió en realidad. Quizás sea porque ese sangriento conflicto sigue avergonzando e incomodando a quienes poco hicieron por evitar que la metralla volviera a Europa y porque no casa con la idea de un continente libre de guerras desde la Segunda Guerra Mundial que ha intentado vender la Unión Europea; siempre más preocupada por venderse como un continente de paz que por serlo. Que la realidad no te estropee un buen titular, que dicen en nuestro gremio.

En el trigésimo aniversario del inicio de la guerra, con todo, se cumplió, a la vez, el trigésimo aniversario de la independencia de Eslovenia, a la que dedicamos el número de la revista en enero de 2001 y que, en el universo futbolístico, se estrenó en un gran torneo internacional en el 2000, en la Eurocopa que se disputó entre Países Bajos y Bélgica. El destino, tan juguetón como un niño pequeño, quiso que el debut de la selección eslovena fuera, precisamente, ante la selección de Yugoslava, de la que se había separado nueve años antes, a mediados de 1991.

El encuentro, disputado el 13 de junio en el Stade du Pays de Charleroi, tuvo una tremenda carga geopolítica, en una muestra más, quizás una de las más claras, de que, digan lo que digan, el fútbol es inseparable de la política, y, además, resultó trepidante por lo que se vivió sobre el césped. Asombroso. Brutal.

 

El destino, tan juguetón como un niño pequeño, quiso que el debut de la selección eslovena en una Euro fuera ante la selección de Yugoslava, de la que se había separado nueve años antes

 

Vujadin Boškov, técnico del cuadro yugoslavo y exentrenador del Madrid y el Sporting, entre muchos otros equipos, salió con Ivica Kralj; Ivan Dudić; Miroslav Đukić (Valencia), Siniša Mihajlović, flamante ganador de la Serie A con la Lazio y actual entrenador del Bolonia, Albert Nađ (Real Oviedo); Vladimir Jugović, exjugador del Atlético de Madrid, Slaviša Jokanović (Deportivo de La Coruña), Dejan Stanković (Dragan Stojković, min. 36), Ljubinko Drulović; Predrag Mijatović (Mateja Kežman, min. 82) y Darko Kovačević (Savo Milošević, min. 52); mientras que, por Eslovenia, el joven Srečko Katanec, de tan solo 37 años, alineó a Mladen Dabanovič en portería; Darko Milanič, Marinko Galič y Željko Milinovič en defensa, Džoni Novak, Aleš Čeh, Miran Pavlin (Zoran Pavlović, min. 74) y Amir Karić (Milan Osterc, que en la 98-99 celebró tres goles con el Hércules, en Segunda, min. 78) en el centro del campo; y Mladen Rudonja y Sašo Udovič (Milenko Ačimovič, min. 64) justo por delante de Zlatko Zahovič.

Con su “media melena de poeta maldito”, como escribe Vicent Chilet en un imprescindible perfil del #Panenka103, y su exquisita técnica, Zahovič, el ’10’ de Eslovenia, fue uno de los principales protagonistas de un partido que entró en ebullición en el minuto 23, con el 0-1. Desde tres cuartos de campo, Novak envió un gran centro medido al área que Zahovič remató a gol con un certero cabezazo desde las altura del punto de penalti. El propio Zahovič, un sensacional trequartista que ese mismo verano cambiaría la elástica del Olympiacos por la del Valencia, aunque en Mestalla nunca llegó a responder a las altas expectativas depositadas en él, con fallo incluido en la tanda de penaltis de esa aciaga final de la Champions ante el Bayern de Munich, pudo doblar la ventaja visitante apenas unos minutos después, pero Kralj estuvo más atinado en el mano a mano.

 

El encuentro tuvo una tremenda carga geopolítica, en una muestra más de que, digan lo que digan, el fútbol es inseparable de la política. Además, resultó trepidante por lo que se vivió sobre el césped

 

El 0-2, con todo, llegaría en el amanecer del segundo acto, en el 57′, justo después de que Milošević relevara a Kovačević, por aquel entonces en la Juventus. Zahovič, omnipresente sobre el césped del feudo del Royal Charleroi, sacó una falta con maestría y el mediocampista Miran Pavlin la cabeceó con un remate tan inalcanzable, o más, para el meta yugoslavo que el del primer gol de la noche.

El tercero de los hombres de Srečko Katanec, desatados, tampoco se demoraría mucho más. Lo marcó el propio Zahovič, el máximo goleador histórico de la selección eslovena, con 35 tantos en 80 partidos, aunque la mitad del mérito del gol, o más, fue del zaguero local Siniša Mihajlović; que en un gravísimo error le regaló el balón al ’10’ y que en el 60′, solo tres minutos después de dejar solo a Zahovič ante Kralj, redondeó una horrorosa actuación al ser expulsado por tirar a Udovič al suelo sin la pelota de por medio y justo delante del árbitro. 

Las opciones de Yugoslavia, ya remotas, parecieron evaporarse mientras Mihajlović, teñido de rubio y con el cuello de la blusa alzado, desandaba el camino hacia la caseta, pero, cuando los eslovenos ya acariciaban la gloria, los locales resucitaron por sorpresa general, y gracias al gol más surrealista e inexplicable de la noche, y quizás de todo aquel trofeo que Francia alzaría al cielo de Róterdam tras ganar a España en cuartos de final y a Portugal e Italia con dos goles de oro de Zinédine Zidane y David Trézéguet.

 

Con su “media melena de poeta maldito”, Zahovič, el ’10’ de Eslovenia, fue uno de los principales protagonistas de un partido que entró en ebullición en el minuto 23, con el 0-1

 

Corría ya el minuto 67 cuando el equipo de Boškov, con hasta siete futbolistas del campeonato español en su plantilla (Đukić, Nađ, Jokanović, Milošević y Goran Đorović (Celta de Vigo), Jovan Stanković (Mallorca) y Željko Cicović (Las Palmas)), recortó distancias con el 1-3, obra de un Milošević que cazó un balón sobre la misma línea de gol. Apenas tres minutos después llegaría el segundo tanto yugoslavo: Mijatović, que por aquel entonces ya defendía la camiseta de la Fiorentina, tras brillar en Valencia y en Madrid, asistió a Drulović (Porto), y este superó a Dabanovič con un potente zurdazo, en una acción que fue el prólogo del 3-3.

“Ningún otro deporte genera más dramatismo”, escribiría John Carlin sobre aquel campeonato en las páginas de El País, y uno de los instantes más dramáticos de aquella Eurocopa se vivió, sin duda, cuando en el minuto 73, y poniendo la guinda a seis minutos increíbles, inolvidables, históricos, Drulović completó una vertiginosa jugada individual por el flanco derecho del ataque poniendo un pase de la muerte que Milošević, un insaciable ratón de área que aquel mismo verano se despediría de La Romareda para firmar por el Parma, convirtió en el 3-3 y en el broche de oro a un partido extraordinario, salvaje.

“Fútbol es fútbol”, solía decir Boškov, y aquel 13 de junio el fútbol fue fútbol en todo su esplendor.

 


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Fotografías de Getty Images.