Contento, lo que se dice contento,
he estado muchas veces en la vida
pero más que ninguna cuando
me liberaron en Alemania
que me quedé mirando una mariposa
sin ganas de comérmela
El poema lo escribió Tonino Guerra tiempo después de salir de un campo de concentración. Lo hizo en romagnolo, la lengua materna de un guionista que convirtió en aun más grandes a Fellini, Antonioni, Tarkovski o Angelopoulos. Esa farfàla, esa mariposa, era siempre la misma, lo que cambiaba era la percepción que el poeta tenía de ella según su situación. En cautiverio era alimento. En libertad, belleza. Algo más atrás en el tiempo, en el siglo XVI, la alta sociedad veneciana se maquillaba con ceruse, un cosmético de plomo. El veneno de este penetraba en las caras de la clase dirigente que se había entregado a él como maquillaje blanqueador. La palidez era un símbolo de estatus y servía para diferenciarse de aquel que tuviera la piel morena de trabajar bajo el sol. Como la mariposa, el plomo era plomo fuera como fuera visto por los humanos.
El fútbol sin la gente, o cada vez más alejado de ella, puede seguir siendo fútbol. Pero son nuestros ojos y emoción los que le dan, como a casi todo, un sentido. Un viejo dicho es que la ecología sin lucha de clases es jardinería, pero el fútbol sin la mirada de los aficionados no es apenas nada. Un rondo perfecto en un entrenamiento no existiría si no fuera recogido por alguna cámara o móvil desde la grada. Era lo que hacíamos de pequeños cuando alguien hacía algo fuera de lo normal en el patio. Contarlo, contarlo mucho y contarlo bien, que contarnos es otra forma de autoestima colectiva. Si un compañero marcaba un gol de chilena, si alguien había colado el balón en un quinto piso haciendo un escorpión, se narraba la gesta hasta que quedaba fijado el mito.
Ahora que parece que casi nada deja poso, necesitamos seguramente mitos que duren. Héroes de domingo que nos defiendan de los lunes. Quizá también que se sigan escribiendo canciones nuevas con estribillos coreables en grupo. Y de partidos memorables tampoco vamos sobrados. Está difícil, pero no todo es culpa de la liberalización de horarios, de la privatización y encarecimiento de la señal televisiva, de un mercado de fichajes demasiado aleatorio y de la repetición de duelos. Ya no vemos casi todos lo mismo a la vez. El fútbol ya no compite él solo por nuestra atención. Jornadas laborales demasiado estiradas, cansancios arrastrados, la oferta de series y películas en las plataformas y los estímulos comunicativos de las redes conspiran también contra nuestra vieja afición. Así que sí, puede que también últimamente hayamos cambiado nosotros. La cuestión es cómo mantener una pasión si sentimos que una de las dos partes está dando de más, si ya la mariposa no es sustento ni hermosa, sino solo parte del paisaje.
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Fotografía de Imago.