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Seúl 88 es de la URSS

La selección soviética venía de perder meses atrás la Eurocopa ante Holanda, pero al menos consiguió el oro olímpico

Aquel URSS-Brasil de 1988 no pasará a la historia como uno de los mejores partidos jamás vistos. Y eso que era una final, con Romario y Bebeto. Bueno, vale, era una final de los Juegos Olímpicos de Seúl. Habrá quien recuerde con mayor lucidez al campeón de lucha greco-romana, David Gobedishvili, o que los bolos fueron deporte olímpico aquel año. Yo aún no había nacido, pero he podido ver el encuentro íntegro. Una lucha titánica, el típico partido en el que no ocurre nada hasta un destello de calidad.

Coño, juegan Taffarel, Bebeto, Romario o Mazinho, será un gran partido pensé. Será un gran partido sí, como aquel Birkirkara-Lokomotivi Tbilisi de la UEFA 2001/2002. Lo bueno que tienen estos partidos es que desprenden una emoción singular. Pese a saber que lo que estás viendo es infumable, lo sigues atentamente porque quieres conocer quién será menos malo. Quieres saber quién brillará entre tanta patada, balón largo y cesiones al portero. Seúl acogió los Juegos Olímpicos de 1988 entre el 17 de septiembre y el 2 de octubre, este partido se disputó un día antes de la ceremonia de clausura. Así, para terminar por todo lo alto. Este evento será recordado porque es el último en el que aparece la URSS.

La selección soviética venía meses atrás de perder la final de la Eurocopa ante Holanda. Todavía estaba en la retina aquel gol de van Basten. Si bien es cierto que en los Juegos Olímpicos no le había ido a mal a los países del bloque del este. Los ganadores en las últimas ediciones habían sido Hungría (tres veces), Unión Soviética, Yugoslavia, Polonia, Alemania Oriental y Checoslovaquia. Que ganara el bloque del este no es ninguna casualidad. El deporte era tratado como herramienta política, estos jugadores se veían muy beneficiados de ello. Su preparación era mejor que la del resto, manteniendo ese amateurismo. La gran generación húngara de los Puskas, Kocsis y Czibor consiguieron el oro en el año 52. Brasil era todo lo contrario, venían de perder la final de los JJOO de Los Ángeles ante Francia. Esta vez llevaban a Seúl una mejor plantilla, sobre todo en la delantera. Esta selección brasileña sería el germen de la campeona del mundo del 94. Coinciden en ambos torneos Taffarel, Jorginho, Bebeto, Romario y Mazinho. Un núcleo sólido de la exitosa futura generación, aunque Mazinho era suplente en este torneo.

 

Que esto se iba a la prórroga lo sabía hasta Jay Barrs, oro olímpico en la disciplina de tiro con arco. Llegamos al tiempo extra sin Bebeto. El entrenador brasileño, al verlo aburrido, quiso sacarlo de aquella inquisición hecha partido de fútbol

 

Pese a la hegemonía del este, la diferencia de calidad entre un equipo y otra se presentaba abismal. De aquella URSS subcampeona de Europa meses atrás solo repetía Mikhailichenko. Al menos era un futbolista de mucha calidad, jugaba con total libertad. El público coreano, vete a saber por qué, animaban a Brasil y el césped parecía traído de un descampado, maravilloso. Entre tanto lugar hacia donde dirigir la mirada, ahí estaba Careca. Al principio creí que sería el del Napoli pero no, este era un tal Careca II. Corría como si se fuera tropezando, con una larga zancada y mucha confianza en sí mismo. No parecía ser mal jugador, pero repasando su carrera quizá me precipité al apostar por él. Si Brasil tenía al Careca de marca blanca, la URSS tenía a Lyutyi. Este delantero del Dnipro mide 1’90 y me hizo recordar a Zigic. Durante todo el partido le tienen mareado al pobre, sus compañeros lo buscan por alto cada dos pases. De vez en cuando consiguió bajar algún balón, pero su misión era complicada. Además, ahí estaba el entonces jugador del Barça Aloisio. Cómo brilló Aloisio, en un partido tan a la baja suelen brillar los defensas rudos.

Los noventa minutos dejaron muy poco que destacar. Los soviéticos combinaron muy bien entre ellos pero sin ocasiones muy claras, Mikhailichenko sin duda era el jugador con mayor calidad. En Brasil no llegaban noticias de Romario y Bebeto. Este último tenía una sombra: Yarovenko. Cuando le caía el balón al genial delantero ahí estaba su compañero soviético, ni medio metro le dejaba. Romario de vez en mucho tocaba también algún balón, un buen control y poca historia más. Ambos estaban muy bien vigilados, Careca sí disponía de una mayor libertad. Una libertad lógica, era el peor de los tres atacantes. Pero Romario cazó una. En un córner, sin peligro, una mala salida del portero soviético regaló el 0-1. Es el momento, tenemos que hablar de Kharin, el portero de la URSS. Jamás había visto que un portero no sacara de puerta sin estar lesionado. Desde el primer minuto hasta el último, es el defensa Gorlukovich quien realiza el saque. Es cierto que falló en el gol de Romario, pero qué carisma desprende el tipo.

Al descanso llegamos con la ventaja brasileña, pero poco les duró la alegría. La URSS cambió de esquema, pasando a un 4-5-1, y dando entrada a Yuri Savichev. La gran velocidad del jugador del Torpedo Moscú revolucionó el encuentro.  A los quince minutos tras el descanso llegó el empate. Un penalti ridículo hizo que Dobrovolski pusiera el 1-1. El jugador, que años después pasaría por el Castellón y Atlético de Madrid, era de los que más calidad poseía. La segunda mitad tampoco dejó mucha historia, alguna entrada dura de Ketashvili y alguna carrera de Savichev. Romario tocó en el partido muy pocos balones, es cierto que cuando lo hacía había peligro, y eso provocó mi somnolencia y la del público. Que esto se iba a la prórroga lo sabía hasta Jay Barrs, oro olímpico en la disciplina de tiro con arco. Llegamos al tiempo extra sin Bebeto. El entrenador brasileño, al verlo aburrido, quiso sacarlo de aquella inquisición hecha partido de fútbol. Es aquí cuando Brasil se lo empieza a creer y está cerca de hacer el segundo, pero el yunque de la realidad cae sobre sus pies. Savichev, reencarnado en Romario, anotó un gol majestuoso. Control, regate y definición por encima de Taffarel. Como un saco de patatas cae el defensa brasileño. Tras esta genialidad muere el partido. Despertamos del letargo, Savichev nos devuelve al mundo y prologa la mala racha de Brasil en unos Juegos Olímpicos, que durará hasta 2016.