Este texto se puede leer íntegramente en el #Panenka57, que incluye un dossier dedicado a la lucha del fútbol contra la homofobia.
Recuerdo la última vez que lo vi. Yo tenía once años. Fue el día antes de que nos dejara para siempre. Se le veía ilusionado, estaba preparando un programa de televisión y vino a casa a enseñarnos el resultado. En Inglaterra no siempre se había sentido bien tratado, así que aquel proyecto era importante para él. Recuerdo que, al llegar del colegio, cenamos todos juntos en casa. A mí no me gustaban las fresas, así que decidió llenarme toda la cara de fresas con nata. ¡Vaya escándalo montamos! Sabía que mi sueño era ser cantante, por eso me prometió que al día siguiente me recogería en la escuela y me llevaría al estudio de Elton John. Pero desde aquel día ya no he vuelto a cantar, porque lo esperé y lo esperé, y nunca llegó. Volví a casa sin él. Pasaron las horas. Mi madre me dijo que no me preocupara, que vendría de un momento a otro. Así fue como empezaba a protegerme de lo que estaba por llegar. Al atardecer, ya en casa, aburrida, encendí la tele. Fue así como me enteré.
Mi tío, Justin Fashanu, el hombre que ocho años antes se había convertido en el primer futbolista profesional en declararse abiertamente homosexual, se suicidó en un garaje del suroeste de Londres. Era el 2 de mayo de 1998 y tenía 37 años. Recuerdo la crudeza de aquellos días, el color, el olor de todo. El funeral, esas cámaras omnipresentes que no supieron respetar su memoria. El horror. Con el paso de las investigaciones, supimos que fue al salir del gimnasio cuando tomó la determinación de morir. Acababa de recibir la llamada de un periodista, un amigo suyo que le alertaba de que la policía de Estados Unidos lo andaba buscando. Colgó y tomó un taxi que lo llevó hasta aquel garaje. No quería que su familia volviera a sufrir, así que decidió que había llegado la hora. El taxista, interrogado por la policía, declaró que no había llevado a un cliente más alegre y más amable en toda su vida.
¿Por qué lo buscaba la ley norteamericana? Bien, en realidad, aquel reportero había exagerado. Había mentido, de hecho. Estaba mal informado: lo único por lo que habían preguntado aquellos agentes era por los antecedentes penales de Justin en Inglaterra –un historial vacío, por cierto–. Una semana antes, tras su fiesta de despedida de los Estados Unidos, un chico había denunciado a Justin por supuestos abusos. En realidad, el chaval era un chantajista que, incitado por su madre, ya le había hecho lo mismo a unos cuantos famosos. Le pidió dinero a Justin a cambio de no acudir a la justicia y éste no accedió. Luego, mi tío esperó la llamada de la policía. Tras pasar por comisaría, entendió que la cosa no iba a ir a mayores. De hecho, podía volver a Inglaterra cuando quisiera. Y eso hizo. Aun así, la prensa publicó que existía una orden de detención contra él. ¿Quién se puede creer que la policía norteamericana dejaría abandonar el país a un extranjero negro si tuviera algún indicio de que ha cometido un crimen?
Se equivocan los que aseguran que mi tío se quitó la vida debido a su condición de primer futbolista públicamente homosexual. Pesó mucho más aquella denuncia, aquella presión, aquellas falsas informaciones, aquellas ganas de dejar de padecer y hacer sufrir a sus seres queridos. Pero cierto es que su salida del armario, en la Inglaterra de 1990, no fue un episodio fácil. El goleador, la estrella del Norwich, el primer jugador negro por el que se pagaría un millón de libras –un hito en el país– veía como su progresión se frenaba a partir de su traspaso al Nottingham Forest. Mientras los rumores sobre su vida privada se extendían, en el banquillo se encontró con Brian Clough, un técnico que le llamaba ‘marica’, que le acusaba de visitar locales de alterne y que lo avergonzaba delante de todo el club. Con estos condicionantes, era difícil que rindiera. Quizás creía que cuanta más presión pusiera sobre él, mejor sería su rendimiento. Pero se equivocaba. Con mi tío, Clough se comportó como una mala persona. Y cuando a todo ello se le suma la rumorología y la falta de dinero, y además aparece un tipo como el agente Eric Hall, dispuesto a vender su historia, lo normal es que al final uno acabe cediendo. ¿Fue Justin quien quiso publicar de aquella manera su secreto o lo hizo movido por la insistencia de aquel agente? Poco importa y nadie lo sabe: en aquella época, sin redes sociales ni medios propios, mi tío solo podía hacer dos cosas para anunciar su homosexualidad: una rueda de prensa o vender la noticia. Y cogió el dinero. Dada su situación, es comprensible.
“Los medios quisieron crearlo y luego destruirlo. Lo convirtieron en ‘el gran Justin Fashanu’ para más tarde hacerle sentir la peor sensación de todas: el miedo”
Lo que tengo claro es que aquel artículo aparecido el 22 de octubre de 1990 en The Sun -£1M STAR: I AM GAY, a toda portada- fue malo para él y para nuestra familia. Tras salir a los quioscos aquella edición, mi padre, John Fashanu, que por aquel entonces triunfaba en el Wimbledon, apareció en el News of the World renegando de él y diciendo cosas terribles -“nunca me voy a volver a duchar con mi hermano“-. Ese fue un episodio oscuro del que me protegieron. Al marcharme a vivir a Madrid con mi madre –que siempre fue la mejor amiga de Justin–, me abstraje de aquel drama familiar. Pero acabé descubriendo el triste papel de mi padre cuando, al terminar la universidad, de nuevo en Londres, rodé un documental para hacer justicia a la memoria de mi tío. Fue duro descubrirlo. Como lo fue ver a mi padre llorar. El hombre de mi vida, de repente, entre lágrimas, se sentía culpable. Pero entiendo por qué lo hizo. Es de esos que se creen superhombres, que consideran que los machos lo dominan todo, algo comprensible porque creció en un entorno en el que tenía que hacerse el duro para protegerse –tanto a él como a mi tío, los abandonaron cuando solo eran unos niños, y fueron adoptados por una familia blanca–. Quería mantener al margen a su familia, que todo aquello no nos perjudicara, que no se viera afectado nuestro estilo de vida, que siguiera sin faltarnos de nada en un mundo que, además de homófobo, era racista. Sé que no sentía ni siente todo lo que dijo. Pero a Justin le afectaron mucho aquellas palabras: su hermano le daba la espalda precisamente cuando se había armado de valor para dar un paso trascendental. Porque hay que ser muy valiente para hacerlo, aunque suponga una gran liberación. La gente no entiende los muchos obstáculos que hay que sortear para poder llevarlo en secreto. Controlar con quién se habla, adónde se puede y no se puede ir… Es como vivir con la conciencia de que uno ha matado a alguien, eso es lo que siguen sufriendo hoy en día los futbolistas gays. Conozco a varios de ellos, y respeto su decisión de mantenerlo en secreto. Porque para dar el paso, necesitan vivir en una situación en la que puedan sentirse cómodos. El clima no está preparado. Eso sí, cuando un jugador de altísimo nivel se lance a hacerlo, el entorno de pronto estará listo.
Sé que, si la historia de mi tío hubiese sucedido hoy en día, las cosas hubieran sido muy distintas. La reacción de mi padre habría sido diferente, Justin sería considerado un héroe desde el primer día y muchas marcas comerciales se hubiesen peleado por patrocinarlo. 1990 era demasiado pronto, pero hoy sé que su imagen ya es otra. Sé que es un mito, un referente para mucha gente. Lo noto constantemente, cuando recibo mensajes de personas que me cuenta lo mucho que significó Justin Fashanu para ellos. “Tu tío me acogió en su casa cuando me quedé sin trabajo“, me dice uno. “Justin me prestó dinero cuando estaba necesitado“, me cuenta otro. Es difícil describirle con palabras. Era especial. Alguien que en los 80, en los 90, tenía una mentalidad más avanzada que la de nuestros días. Era abierto, amable. Y muy generoso. Tanto, que abrió la puerta a los demás. Hizo lo que el resto no se atrevía a hacer. Y pagó el pato. Porque los medios de comunicación saben crearte y destruirte a la vez, y los mismos que le convirtieron en el ‘Gran Justin Fashanu: el primer jugador abiertamente gay’, tergiversaron su vida, llevándolo a sentir la peor sensación de todas: el miedo. Y hoy ya no está aquí para defenderse. O para seguir luchando. Y si hay alguien a quien echo en falta, es a él. A Justin Fashanu. A mi tío. Al pionero. Al héroe; el mío y el de mucha gente.
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Ilustración de Max-o-matic.