Siempre consciente de la fugacidad del tiempo, preocupado, desde niño, por la muerte, que le robó a su hermana cuando él ni siquiera había cumplido los tres años, por dejar algo de valor para cuando ya no esté aquí, con lo que trascender, Juancho Marqués (Sevilla, 1987) alumbró, hace ya diez meses, el maravilloso Álbum Uno; tan hermoso como el Domenica con el que, con Suite Soprano, revolucionaron el panorama nacional del rap. Llegó a pensar en dejarlo todo, a pensar que estaba acabado, después de reunir solo 48 personas en su primer concierto en solitario, en Donostia; pero ahora disfruta, feliz, de la que es su gran pasión junto al balompié.
Porque aquel niño, madridista de cuna, que descubrió el Bernabéu a los cinco años, con un 3-1 contra el Cádiz, aquel chaval que llegó a jugar contra futbolistas como Esteban Granero, Antonio Adán o Alberto Lora, continúa disfrutando del balompié como cuando, siendo aún un crío, descubrió el deporte rey mientras veía, “plantado ante la tele”, el Mundial de Italia (1990) o el de los Estados Unidos (1994). “Junto a mi primo y mi hermano, en mi casa”, empieza, señalando, como buen exestudiante de Sociología, la vertiente humana del fútbol, Marqués; un ávido lector de un Zygmunt Bauman que bien podría haber dedicado sus tesis al balompié: “La cultura líquida moderna se nos aparece como una cultura del desapego, de la discontinuidad y del olvido”.
Se te ve feliz; disfrutando del presente. Saboreándolo. Valorándolo; en paz.
Estoy viviendo la etapa más feliz de mi vida. Soy feliz. Disfruto. Disfruto mucho. No sé cuánto va a durar; así que quiero aprovecharlo. Para mí, el éxito no es llenar un estadio. Claro que quiero dinero. Lo necesito para vivir. Para tener tranquilidad, estabilidad. Pero no quiero vivir en una jaula de oro; siempre desvinculado del mundo, fuera de la realidad. Para mí, el éxito es ser feliz disfrutando de lo que haces; pudiendo vivir, además, de lo que amo, de mi hobby. Y dándole importancia a los procesos. No necesito nada más. Nada más. Mis fines son cualitativos. No cuantitativos. Lo único que me fastidia, que me jode, ahora mismo, es que, con tantos conciertos, los domingos ya casi nunca puedo ir a jugar con el equipo que tenemos en una liga local de fútbol 11 en Aranjuez.
Sigues jugando al fútbol.
No quiero dejar de jugar al fútbol. Recuerdo que el único año en el que no pude hacerlo desde que con seis años me metí en el equipo del colegio lo pasé fatal. Soñaba con el fútbol. Es que me mola mucho. Me encanta. Desde siempre. No me recuerdo sin el fútbol. El primer recuerdo de mi vida, de hecho, ya tiene que ver con el fútbol. Tenía tres años. Mi hermano, que llegó a jugar en las canteras del Betis y el Atlético de Madrid, me dejó en la guardería. ‘Hasta luego, Schuster’. Porque, como de niño tenía el pelo como él, me llamaban así. ‘No. Yo Schuster no. Yo, Míchel’, respondí. Recuerdo, también, que crecí coleccionando cromos junto a mi hermano; que siempre ha sido mi gran referencia, tanto en el deporte como en la vida en general. Que siempre me pedía el ‘9’ porque él lo llevaba. Que siempre intentaba, y me salía bastante bien, pasar el balón sin mirar; como Michael Laudrup; mi principal ídolo de la infancia junto a Ronaldo, Raúl, Mijatović e Iván Zamorano.
El fútbol moderno quizás no tiene memoria. Pero nosotros sí. Y, como acentuaba Panxo, de Zoo, “el fútbol son las emociones más intensas de la infancia”.
Una de las cosas más bonitas que tiene el fútbol es su inigualable capacidad para devolvernos a nuestra infancia. Para reconectarnos con nuestras raíces. Con nuestros orígenes. El fútbol son, también, un montón de momentos, de cosas, que has vivido con tu familia, con tus amigos; yendo a un partido, jugando en el barrio, en el colegio. O partidos de tu infancia que al final solo son partidos de fútbol base, pero que tú los recuerdas con mucha nostalgia; como momentos súper felices de tu vida. Me acuerdo, por ejemplo, de un partido, ya de cadetes o así, contra un equipo que se jugaba el descenso en el que yo, que era delantero, hice un hat-trick. Si les ganábamos, descendían. Ganamos por 4-3, con un gol mío de penalti en el minuto 95. Ese día casi nos pegan. Tuvo que venir la policía, como tantas otras veces. La violencia en el fútbol base es un problema. Me acuerdo de muchos encuentros, de muchísimos goles, así. Pero, sobre todo, de ese. Es que fue de película. Fue uno de aquellos momentos en los que se detiene el tiempo. En los que se detiene todo. Tú, por dentro, lo vives y lo recuerdas como si fuera un gol de chilena en la final de la Champions League, como tu gran momento; aunque sea en un torneo de tu pueblo.
“El fútbol habrá terminado, y habremos muerto por dentro, el día en el que no devolvamos con emoción un balón que se escapa de un partidillo en una plaza y viene hacia nosotros”, acentúa Enrique Ballester en Barraca y tangana.
Totalmente. A los que lo llevamos dentro, a los que nos apasiona este juego, siempre nos pondrá nerviosos esta situación. Ves a los niños jugando con una portería hecha con dos mochilas y te dices: ‘Si es que me metería a correr con ellos’. Cuando vienen mis sobrinos a casa siempre juego con ellos. Y esto, creo, es lo más bonito de este mundo en realidad; que todos vemos la pelota igual, que nos une.
“Veo arte, poesía, belleza, en el fútbol”
¿Qué es el fútbol para ti?
El fútbol tiene tres caras. Tres lecturas. La táctica. La social/política, la más pervertida. Y, por último, la emocional, la menos racional; que es con la que me quedo. La artística. La estética. Veo arte, poesía, belleza, en el fútbol. Cuando miro a Messi, por ejemplo. Sobre el césped es increíble. Es un genio. Es incontestable. No es para engrandecerle, ni para elevarle a la categoría de héroe ni de nada así, porque a veces el fútbol parece que pierde el norte. Pero es que hace cosas que nadie hace, que no son normales. Que para mí son arte. Como aquel día en el que reventó a Almunia. Porque consigue emocionar a través de sus habilidades, de sus capacidades; al igual que alguien que escribe, esculpe o canta de una forma extraordinaria. Crea, construye, cosas, constantemente, además, que te hacen levantar de tu asiento, que te hacen sentir cosas, que te emocionan. Messi es arte puro.
Hablemos de Benzema; siempre indescifrable.
Muchas veces, como tantos otros, me he cabreado con él. Pero es que es el delantero perfecto para mí cuando está bien de forma, físicamente. Es buenísimo. Es increíble. Me encanta. Porque hace absolutamente de todo. Me encanta cómo juega entre líneas. Cómo se asocia. Hace mejores a los demás. Benzema, al igual que Messi, evidencia, en definitiva, que no todo es cuantitativo en el mundo del fútbol. Porque desde el plano simplemente cuantitativo, solo desde las estadísticas de goles o asistencias, no puedes valorar, no puedes medir, a Karim Benzema.
“La vida son los procesos. Los cómo. Los resultados, al final, son solo de cara a los demás; aunque para muchos sea lo único que importa”
¿Ves mucho fútbol?
Me gusta más jugarlo que verlo. Pero también me encanta verlo, estudiarlo, leer, para comprenderlo mejor a nivel tanto táctico, estratégico, como psicológico. Para descubrir los matices. Para entender el porqué de las cosas. Por qué los equipos, los jugadores, los entrenadores, hacen lo que hacen. Me gusta preguntarme por qué. Mucha gente reduce los resultados a una cuestión de suerte. A la casualidad. A echarle más o menos cojones. Pero casi nunca tiene que ver con eso. El fútbol es mucho más que eso. Lo veo más como una partida de ajedrez en la que los entrenadores tienen mucha importancia; aunque es algo distinto porque cada uno dispone de unas fichas diferentes.
“Yo no soy José Mourinho, pero busco porqués”, cantas, junto a Sule B, en Soprano Files. ¿Cuales son los entrenadores que más te gustan?
A mí los que me gustan son los técnicos que tienen una propuesta clara, fuerte, concreta, elaborada, trabajada. Como Pep Guardiola o Simeone; que tienen dos estilos tan diferentes como igualmente competitivos, ganadores. Son dos métodos muy distintos, pero sirven igual. Esto es lo bonito, que no solo hay una propuesta válida, una única forma de jugar. Hace unos meses, leía una entrevista en la que le preguntaban a Bielsa qué era, para él, un buen entrenador. Yo, como él, no miraría solo los resultados. Me fijaría, sobre todo, en el método. Es lo que me gusta a mí; también en la música. La vida son los procesos. Los cómo. Los resultados, al final, son solo de cara a los demás; aunque para muchos sea lo único que importa.
“Nos hace falta paciencia. Nos hace falta profundidad. Nos hace falta pausa”
Parece que solo vale ganar. Ser el número uno. Quique Setién asentía hace unos meses que estamos criando una generación de fracasados, de perdedores.
Lo que más rabia me da del fútbol es que no tiene memoria; que sea tan volátil, tan resultadista, tan líquido, tan de consumo rápido, tan McDonaldizado. Es todo a corto plazo. Mira lo que le pasó a Pochettino en el Tottenham. O a Setién en el Betis. O con Canales y Ødegaard; que les dieron por muertos. Nos han educado para ganar. Para ganar, ganar y ganar. Pero no para aceptar, para convivir, con la derrota. Ni para fracasar. Y del fracaso también aprendes. Mucho. Muchísimo. Las metas, los objetivos, se alcanzan, se cumplen, también, gracias a los fracasos. A partir de las malas experiencias. La vida es perder muchas veces. Pero es que no pasa nada por perder. Ni por no ser el mejor. No es el fin del mundo; aunque cueste no verlo así en este mundo que va tan rápido, siempre tan sensacionalista. El sistema, basado en un modelo productivo en el que el éxito de unos pocos radica en el drama de unos muchos, te dice que tienes que competir. Que tienes que tratar de pisar al otro. Que si no eres el mejor has fracasado. Todo es demasiado resultadista. Pero el que suena más en la radio, o el que vende más discos, no tiene por qué ser el mejor. No suele serlo, de hecho. Pero es que no existen, ni en el fútbol ni en la vida, los largos plazos. Las cosas tan solo son buenas si son productivas. Si son ahora. Si son ya. Te dicen que estudiar Económicas, ADE o Derecho es mucho mejor que hacer Humanidades, Filosofía o Bellas Artes. Pero el arte es lo que nos hace humanos. Y lo económico viene después. Nos hace falta paciencia. Nos hace falta profundidad. Nos hace falta pausa.
Siempre has dicho que, más adelante, te gustaría ser entrenador.
No sé cómo me irá en el mundo de la música, pero si algún día tengo tiempo me gustaría sacarme el título de entrenador. Entrenar un equipo de fútbol base; de cadetes o juveniles, quizás. Porque, además de intentar transmitirles todos los conceptos que he ido aprendiendo a lo largo de mi vida, me encantaría descubrirles, hacerles ver, la cara humana, social, del balompié. Todos los valores positivos que tiene. El fútbol, de hecho, se parece mucho a la vida. Es como la vida misma. En cuanto a aceptar la derrota. A aceptar que el otro puede hacerte daño a veces; incluso sin querer. A convivir con otros, a trabajar en equipo, a aceptar la derrota; que un compañero está por delante de ti. A entender que la individualidad tiene que estar al servicio del grupo, y no al revés. A compartir, a ver que tejer lazos de solidaridad, de colaboración, es siempre mejor que hacer la guerra por tu cuenta. A aceptar decisiones que están por encima de tu individualidad en pos de un fin colectivo, común, superior. A anteponer el interés colectivo al individual. Al final, en la vida, cuando tiendes a individualizar tiendes a lo negativo porque somos, desde pequeños, seres sociales, colectivos. Me parece contradictorio que la forma sistémica de vivir sea siempre pisar al otro. Los valores deberían ser siempre lo primero; los cimientos, la base. Y la competitividad tendría que venir siempre después.
“Nos hallamos en una situación en la que, de modo constante, se nos incentiva y predispone a actuar de forma egocéntrica y materialista”, dejó escrito Zygmunt Bauman. De no estar tan corrompido, quizás el fútbol podría ser la contrapartida a todo esto.
El balompié es una arma súper poderosa; más que cualquier otra, con una capacidad para transformar cosas enorme, quizás inigualable. Te pone al mismo nivel, seas quien seas. No entiende de clases ni de estratos sociales. Cuando la pelota empieza a rodar ya no hay ni ricos ni pobres. Solo compañeros y rivales. Es tan universal, une e iguala, tanto, arrastra tantas cosas, tanta gente, tiene tanto poder, tanta fuerza, que es una herramienta que puede ser muy útil. Tiene una capacidad, para derribar barreras sociales, para favorecer la integración, para todo, que no la tiene absolutamente nada más. Es, creo, como un cuchillo, con el que puedes matar a alguien o hacer muchas cosas útiles. El fútbol no es malo. Lo malo es la gente que utiliza el fútbol de una forma mala, dañina.
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