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Jornada unificada: la soledad y los transistores

La jornada unificada sincroniza los sentimientos y necesidades de aficionados de todos los clubes a través de la radio, conectándonos a lo que sucede en cada estadio

En los últimos tiempos es común el debate sobre la necesidad de pasar tiempo a solas. Disfrutar de la solitud parece complejo, acostumbrados como estamos a idealizar tener pareja, hacer planes continuos con las amistades o disfrutar siempre de la compañía de nuestros seres queridos. La soledad a menudo parece un enemigo al que vencer cada segundo. Y seguramente parte de esa realidad nazca por vivir casi hipnotizados por la afluencia de nuestras redes sociales. Portales que parecen conectarnos y alejarnos a la vez. Que el debate de la socialización se dé hoy, que pasamos cada vez más tiempo con nuestra mirada fija en una pantalla, parece irónico, pues la sensación de compañía o soledad es cada vez más difusa.

A punto de finalizar la temporada futbolística, que nos acompaña cada temporada semana a semana, se acercan esas jornadas en las que todo parece mucho más natural, mucho menos impostado. Uno de los momentos en los que las sensibilidades, radiofónicamente, se unen en torno a un deporte que siempre tuvo una relación de especial afinidad con las ondas. Uno se siente acompañado en momentos, lugares y situaciones que no siempre responden al componente físico que impregna la idea de estar con alguien. La radio, por sí misma, ha ocupado siempre un lugar fundamental que ni el tiempo ni los oponentes han sabido desplazar. Desde la mañana, con noticias, hasta la noche, escuchando nuestro podcast favorito, la voz amable de quien se dirige a un micrófono parece conectar más con nosotros que muchas de las personas que conviven en nuestro día a día. Muchas personas, aún en la distancia, necesitan una voz cercana que les cuente lo que en ese momento parece inquietarlos.

 

La jornada unificada provoca un compendio de emociones frente al abismo de los puntos y las cuentas en un precipicio que parece abocar a la tristeza, la alegría o el desencanto. Sin términos medios

 

En el fútbol, la jornada unificada provoca un compendio de emociones frente al abismo de los puntos y las cuentas en un precipicio que parece abocar a la tristeza, la alegría o el desencanto. Sin términos medios. La línea que se traza entre el estadio de fútbol y el cerebro de cada aficionado parece ir más allá de la información. Se conectan los temores y las ambiciones a través del sonido y las ondas de radio que cada uno canaliza como quiere o como puede, no sólo acercando esa realidad que tiene delante, viendo a su equipo en casa o en el estadio, sino también con aquellas que les pueden perjudicar o beneficiar. Una red de sensibilidades en torno a una decena de estadios de fútbol llenos de protagonistas, víctimas y verdugos que hacen de la tensión una experiencia inolvidable. Para bien o para mal.

UNOS PIERDEN Y OTROS GANAN

El árbitro se presta al espectáculo. Le dan indicación desde fuera del césped de que puede o no puede dar inicio el partido, para que el segundero juzgue cada encuentro de manera sincronizada en cada estadio. Su voluntad trasciende las distancias. Mirada al infinito, mano al pinganillo, reloj dispuesto… y comienza el baile. Son las semanas perfectas para que creamos haber rejuvenecido unos cuantos años, de vuelta a esos tiempos en los que las redes sociales aún eran un sueño. No tenemos Twitter y apenas conocemos ese Messenger romántico en el que tantas veces cambiamos el estado para lanzar un mensaje a modo de indirecta. Facebook es algo ajeno y Tuenti parece vislumbrarse en el infinito. La radio es nuestra amiga, como lo es hoy. Encenderla es viajar en el tiempo sin movernos del presente.

 

Unos pierden y otros ganan, pero todo se vive de manera distinta cuando el reloj corre a la vez para todo el mundo. Cada balón parece poder ser la última oportunidad de conseguir no ser trasquilado en el baile de la jornada unificada

 

Unos pierden y otros ganan, pero todo se vive de manera distinta cuando el reloj corre a la vez para todo el mundo. Cada balón parece poder ser la última oportunidad de conseguir no ser trasquilado en el baile de la jornada unificada. Unos quieren quedarse, otros poder soñar con la próxima temporada. Alguno piensa en fastidiar al eterno rival. Incluso hay algunos que desean fervientemente que se acabe el suplicio de una vez. Pero todos esperan poco a poco que pase el tiempo y que el reloj de cada árbitro a lo largo del vasto territorio del planeta fútbol determine dónde y cómo serán las cosas cuando el cronómetro marque el 90′. Es humano sufrir por lo que nos importa o disfrutar sin frenos en cuanto la vida nos da un margen. Cuando todo se acabe, la gente regresará a casa y todo volverá a empezar. Se reunirá con amigos o volverá a sus quehaceres. Algunos celebrarán y otros, desconsolados, llorarán.

Temer al lunes es tan terrible como temer al monstruo que imaginamos debajo de la cama cuando somos niños. El lunes lo de estar conectados no parece tan buena idea. No querer contestar a los compañeros de trabajo o de clase, escuchar burlas o, incluso, huir de la felicidad del prójimo, que sin quererlo nos puede llegar a hacer aún más miserables. No querer ni subir al transporte público para no oír conversaciones ajenas y caminar a sabiendas de que el cansancio hasta nuestro destino no será mayor que la necesidad de estar solos, manejando nuestros pensamientos.

 


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