El Arsenal acaba de derrotar al Chelsea en la final de la FA Cup de 2020, esa que quedará para siempre como testimonio de una pandemia, con el eco de los asientos vacíos de Wembley respondiendo a los gritos de los futbolistas. En medio de esa alegría extraña, solitaria, Pierre-Emerick Aubameyang, capitán ‘gunner‘, se acerca a sus compañeros después de haber recogido el trofeo para hacerse la foto de campeones de rigor sobre el césped. Hay euforia, tanta euforia, que al llegar al photocall la copa se le escurre de las manos, partida en dos piezas. Manos a la cabeza y carcajadas, una anécdota más de un día de fiesta. La reacción, sin embargo, es muy distinta en las oficinas de Thomas Lyte. A las herramientas. Tenemos trabajo.
El trofeo, réplica exacta del que se entrega a los campeones de la copa inglesa desde 1911, había sido reconstruido en 2013. Una nueva versión, más robusta, que, asumido el riesgo de sufrir un accidente en plena celebración, está hecha para durar. El encargo lo cumplieron los artesanos plateros de Thomas Lyte, una compañía inglesa especializada en la elaboración, restauración y mantenimiento de trofeos, entre otros productos de lujo, y artífice de la portada del último número de Panenka: entre sombras, esperando su turno para volver brillar bajo los focos, la FA Cup en cautividad, desprovista de las dos cintas con las que se viste en público, y rodeada de las herramientas con las que, a mano, y con el pulso de décadas de experiencia y más de un siglo de tradición, los artesanos la dejan a punto. La tapa del #Panenka111 no es un montaje ni una escena falseada para adecuarse a una sesión de fotos: es el testimonio del trabajo duro y preciso que encierra la elaboración de un trofeo, una imagen privada de un mundo desconocido. El lugar donde nacen las copas. “Así es como son nuestros talleres, con muchas herramientas en todas partes. Usamos nuevas tecnologías, que nos ayudan a elaborar trofeos de una forma más económica, pero todavía los hacemos a mano, de uno en uno. A la FA Cup se le dedicaron muchas, muchas horas, con martillo y cincel”, cuenta Liam Malorey-Vibert, encargado de marketing digital de la compañía. Al trofeo de la copa inglesa se le destinaron concretamente 250 horas. No es una excepción ni la única pieza de prestigio que ha entrado y salido de sus oficinas: la Copa Webb Ellis (entregada al campeón del Mundo de rugby), el Seis Naciones, la Ryder Cup de golf, además de otros imprescindibles del fútbol inglés como la FA Cup femenina o la Community Shield son algunos ejemplos.
“Así es como son nuestros talleres, llenos de herramientas. Usamos nuevas tecnologías, que nos ayudan a hacer trofeos de una forma más económica, pero todavía los hacemos a mano, de uno en uno. A la FA Cup se le dedicaron 250 horas, con martillo y cincel”
Salta a la vista
Lo de Aubameyang fue un descuido, pero sería aventurado decir que ignoraba el valor de la pieza. Porque cuando la copa está lista para la final, después de haber sido pulida, reparada y limpiada, luce brillante, como nueva, imponente. “Debió ser la emoción del momento. Son cosas que pueden pasar. Pero creo que los jugadores son conscientes de lo valioso que es el trofeo”, dice Meri Markoska, encargada de desarrollo de negocio en Thomas Lyte. “Estas copas lucen tan inmaculadas, están tan bien hechas, que cuando las ves de cerca es muy difícil no ser consciente de ello. Es complicado que un futbolista no se percate de toda la historia que guarda”, completa Malorey-Vibert. Ahí, precisamente, reside una de las mayores dificultades del encargo. Porque una empresa del siglo XXI, que se encarga también del diseño y el desarrollo de trofeos de esports como el LEC, el campeonato europeo de League of Legends, en un negocio en el que han irrumpido para quedarse tecnologías como la impresión en 3D, tiene entre manos un objeto que exige conservar el espíritu de principios del siglo XX. Para ello, cuentan, tuvieron que echar mano de artesanos que, si bien hace un siglo eran más comunes, hoy son cada vez más una rara avis, también en el Reino Unido. Todo para reproducir las formas y el carácter, a golpe de martillo, de una copa singular, así como para inscribir el nombre de cada campeón, grabado a la manera tradicional. “Es un trofeo muy inglés en el sentido clásico: de diseño modesto, pero con una cierta excentricidad, algo que muchos relacionan con la ‘inglesidad'”, cuenta el responsable comercial de la compañía.
Uno de los problemas que tenía la copa era su dureza. En la versión anterior, desarrollada en los 90, la chapa era demasiado fina. Eso hizo que no aguantara la actividad, incesante, a la que hoy es sometida. Si bien en la mayor parte de su historia un trofeo como la FA Cup solo tenía que estar listo para ser entregado al capitán del equipo ganador, pasar por las manos de los jugadores y regresar a su caja, hoy protagoniza actos publicitarios e incluso giras alrededor del mundo. Adaptada a los nuevos tiempos, la copa que abre nuestro número de octubre es mucho más gruesa. Hasta su tapa (que tantas veces salió volando para acabar adornando la cabeza de alguno de los campeones) ha quedado asegurada con un encaje que la deja calada como una bayoneta. “Si mucha gente la levanta, es más fácil que se caiga. A menudo tenemos la FA Cup de vuelta al taller para pulirla y, en ocasiones, para repararla. No solo antes de la final. Cuando sale por la tele, previamente la tenemos en el taller para ponerla a punto. Además, la plata no reacciona demasiado bien al tacto de las manos, así que hay que limpiarla constantemente”. Si las manos de mantequilla de Aubameyang despertaron los sudores fríos de los fabricantes, no les exaltó menos el momento en el que Wayne Rooney, como capitán del Manchester United en la edición de 2016, alzó el título con un ímpetu que precipitó la tapa al vacío desde el palco. La pieza, por supuesto, pesa mucho más de lo que parece.
Cambia el juego, cambian las normas y cambia la atención mediática que se dedica a cada competición. Nacen nuevos campeonatos, otros quedan atrás. Pero se mantiene constante la existencia del trofeo, de un objeto físico, pesado y valioso que dignifica y diferencia al vencedor. Hay premios económicos mareantes, hay prestigio y proyección por los que luchar. Pero sean las ánforas sagradas de la Antigua Grecia o los diseños imposibles con los que se premia a los ciberdeportistas contemporáneos, no hay campeón sin un trofeo entre sus manos. Es su derecho. Se lo ha ganado.
Pero con cuidado, por favor.
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Fotografía de portada: cortesía de Thomas Lyte.