“Pasan rápidas las horas, y este cuarto no para de menguar, y tantas cosas por decir. Tanta charla por aquí, si fuera posible escapar de este lugar”. Con letras como esta, Héroes del Silencio desgarraba el alma –a principios de los 90- de todos sus seguidores. Especialmente de Gastón Castro, obsesionado por el grupo zaragozano desde bien pequeño y a quien años más tarde, esta pasión le ha llevado a protagonizar una de las crónicas de fútbol romántico más insólitas de nuestro país. Con 37 años y nacido en Buenos Aires, Gastón nos regala una de esas historias en las que el binomio fútbol-música, una vez más, queda al servicio del espectáculo.
Castro podría haber ido a lo fácil y aficionarse a Boca o a River, vivir ambientes de fútbol sin moverse de su ciudad para alentar a su equipo. Pero no. Gastón no buscaba eso, sino una escuadra que representara la grandeza, tan bien como la representan los clubes argentinos, en los que la consecución de cada éxito bien vale esforzarse al 200% cada minuto de la temporada. Para alejarse de la locura de su Argentina natal -en la que el fútbol más que un deporte se convierte en una cuestión de Estado- comenzó a buscar un club de fuera de su país al que pudiera seguir. Influyó en su decisión su pasión por Héroes del Silencio, así como los años de gloria del Zaragoza -en la década de los 90-, en los que sus temporadas se contaban con buenos papeles en la máxima división del fútbol español, la consecución de títulos y clasificaciones para Europa. Gastón eligió la capital del Ebro para salvaguardar su patria futbolística en un club con aspiraciones muy diferentes con respecto al que anima a día de hoy.
Hasta el punto de que todo en la vida del hincha argentino gira en torno al Real Zaragoza: su oficina, sus vacaciones e incluso las quedadas con sus amigos, que el propio Gastón trata de ubicar en fechas en las que el club de La Romareda no disputa ningún partido. Una pasión desmedida, casi enfermiza, por el simple hecho de sufrir el fútbol, por compartir ese sentimiento de pertenencia a una entidad que vive a 10.300 kilómetros de su casa.
Es una historia, ya no de fútbol, sino de vida. Gastón es capaz de hacer de sus vacaciones un auténtico peregrinaje a La Romareda para alentar a su equipo en uno de los momentos más decisivos de su historia: “Lo dejo atrás todo. En mi oficina saben de mi pasión por el club y cada año me dan facilidades para que pueda venirme a España en los períodos en los que el Zaragoza se juega algo importante”, explica a Panenka. “Compré los billetes para venir aquí hace unas semanas, cuando ni siquiera el Zaragoza estaba clasificado todavía para el play-off. Afortunadamente, logramos acceder”, continúa.
No es la primera vez que el argentino cruza el charco para sufrir junto al Real Zaragoza un partido en directo. El año pasado, sin ir más lejos, los de La Romareda no consiguieron clasificarse para la promoción de ascenso; sin embargo, algo dentro de él le decía que debía utilizar cualquier hueco que tuviera en su agenda laboral para dejarse el alma al lado de su equipo. En noviembre, aprovechando el derbi Huesca-Zaragoza, Gastón visitó El Alcoraz. No importaba el frío, no importaba la derrota por 3-1 ante el rival más directo, el argentino se dejó la piel una vez más para empujar a sus jugadores y demostrar que, como dijo Jorge Valdano -alguien que conoce muy bien el club-: “De entre las cosas con menos importancia, el fútbol es la más importante”.
“Vivir todo lo que se vive en Argentina con el fútbol es fantástico, pero, por nada del mundo dejaría esta locura que es el Real Zaragoza”
Con la sempiterna aura de fútbol que desprende el coliseo zaragocista de fondo, Castro se pasa horas fuera del estadio en cada ocasión que viene a España. Solo, con la mirada perdida, recordando tiempos pasados en los que los blanquiazules asustaban a toda España e, incluso, acariciando sus paredes para sentirse todavía más en conexión con todo aquello. Es aquí cuando del rock más puro, Gastón se pasa a la melancolía del tango. Como si Gardel le susurrara al oído, su cabeza entrelazara vínculos con su corazón y todos sus sentimientos se fundieran en una lujuriosa danza. Esta sensación únicamente queda superada cuando accede en las gradas. “Es algo mágico. Me olvido de todo. Lo único que hago es alentar, alentar y alentar. Los 95 minutos. Olvido todo lo que me cuesta venir a España. Ni siquiera me acuerdo de hacer alguna foto o algún vídeo. No vengo a La Romareda a hacer turismo”. Puro éxtasis futbolístico en las que, para él, son las mejores dos semanas del año.
Sin hacer mucho ruido, el Real Zaragoza va a finalizar la que ya es su quinta temporada consecutiva en la división de plata del fútbol español, después de sufrir un duro mazazo en el último minuto de eliminatoria del play-off de ascenso contra el Numancia. Un club grande -con una afición todavía más grande-, dolido en su orgullo por no poder volver al sitio que merece. El argentino confesaba su intención de seguir volviendo a Zaragoza -cada año- a dejarse la piel por su equipo hasta verlo en Primera División. “Por el club, por la afición, por la ciudad… Por todo. Vivir todo lo que se vive en Argentina con el fútbol es fantástico, pero, por nada del mundo dejaría esta locura que es el Real Zaragoza”, sentenciaba.
Gastón va más allá. Para él, el Real Zaragoza es el máximo exponente de orgullo, de la lucha contra viento y marea para la consecución de un objetivo. Es intensidad y locura. Es sufrimiento extasiado al saber que cada gota de sudor se verá recompensada antes o después. Porque el argentino sabe que esos tiempos de gloria, que quedan cada vez más lejos, volverán a llegar.
Cualquier tiempo pasado fue mejor, sí, pero si algo tiene el Real Zaragoza -igual que en su día la tuvieron los Héroes del Silencio- es la capacidad de no arrugarse ante nada cuando vienen mal dadas. Aunque en la vida, como en el fútbol, cualquier acorde mal afinado puede pasarte factura, la experiencia es un grado, y el Real Zaragoza -con su afición como principal bastión- demostrará tarde o temprano que “viejos rockeros nunca mueren”.