“Y una mañana todo estaba ardiendo,
Y una mañana las hogueras
Salían de la tierra
Devorando seres.
Y desde entonces fuego,
Pólvora desde entonces,
Y desde entonces sangre.”
(Pablo Neruda, fragmento del poema Explico algunas cosas)
Cuando la Gran Guerra estalló en los últimos días del mes de julio de 1914 lo hizo con toda su crudeza. Aquel conflicto, feroz e inhumano como ninguno hasta la fecha, descubrió los instintos más bajos del ser humano y reveló el nulo valor que los gobernantes daban a la vida de aquellos a los que destinaban a las trincheras, donde millones de jóvenes perecieron entre el frío, el barro y los irreconocibles cadáveres de sus compañeros de batallón. Tal y como escribió Wilfred Owen, aquel poeta-soldado inglés que tuvo la desdicha de fallecer en el frente cuando tan solo faltaba una semana para que terminara el conflicto, millones de “muchachos sedientos de una ansiosa gloria” fueron engañados con “esa vieja mentira: dulce et decorum est pro patria mori“. O lo que es lo mismo: “Dulce y honorable es morir por la patria”.
Con todo, a pesar de que se pensaba que sería un conflicto breve, las posiciones quedaron rápidamente fijadas y la contienda se estancó, desanimando aún más a unos soldados que, tras varios meses soportando la brutalidad de la guerra, se dieron cuenta de que tendrían que pasar la Navidad lejos de sus familias y de sus ciudades de origen.
Según un gran número de historiadores, uno de los lugares del frente en el que el balompié estuvo presente el día de Navidad fue en los alrededores de Ypres, una ciudad ubicada en el noroeste de Flandes
Aun así, el conflicto se detuvo durante el día de Navidad y, “en todas las posiciones del frente occidental, se respetó una tregua de 24 horas”, cuentan Santi Retortillo y Chema Erre Bravo en el #Panenka32. Aprovechando el cese de las hostilidades, los soldados de ambos bandos, como si fueran amigos, como si el combate no les hubiera hecho olvidar que todavía eran jóvenes y que tan solo unos meses antes corrían sonrientes por las calles de Berlín o de Londres; abandonaron aquellas inhóspitas trincheras y se juntaron en la zona neutral para compartir abrazos, sonrisas, bromas, alcohol y cigarrillos. Y, en medio de aquella explosión de sentimientos, el fútbol se erigió como una herramienta más para combatir la añoranza y la nostalgia. Un balón para unir el agua y el aceite, un balón para acallar el incesante ruido de las balas y los cañones. En definitiva, un refugio, un oasis en el desierto, para las mentes de aquellos desgastados hombres.
Efectivamente, es imposible saber a ciencia cierta cuántos partidos de fútbol se jugaron aquel día. Las cifras varían en función del estudio y de las fuentes: mientras Retortillo y Erre Bravo aseguran que “en realidad hay testimonios de hasta cuatro o cinco encuentros más o menos informales entre tropas franco-británicas y fuerzas germánicas”, el periodista Alfredo Relaño, en 366 historias del fútbol mundial que deberías saber, recoge el testimonio de un reportero del Manchester Guardian que, en una crónica publicada el 26 de diciembre, destacaba que “cada acre de terreno útil para el juego existente entre las dos líneas de trincheras fue ocupado por el fútbol”. Como sucede tantas otras veces a lo largo de la historia, es difícil separar la realidad de la ficción, pero es innegable que el fútbol tuvo su protagonismo durante aquella tregua.
Según un gran número de historiadores, también está plenamente demostrado que uno de los lugares del frente en el que el balompié estuvo presente el día de Navidad fue en los alrededores de Ypres, una ciudad ubicada en el noroeste de Flandes (Bélgica).
Por aquel entonces, “corrían momentos de gran dureza, pues Alemania había invadido Bélgica en julio con el objetivo de llegar hasta París y había sido detenida por británicos y franceses a cambio de una ingente cantidad de víctimas”, recuerda un artículo del ABC de 2014, el año en el que se celebró el centenario de los hechos.
En medio de aquella explosión de sentimientos, el fútbol se erigió como una herramienta más para combatir la añoranza y la nostalgia. Un balón para unir el agua y el aceite, un balón para acallar el incesante ruido de las balas y los cañones. En definitiva, un refugio
El conflicto se había estado manifestando con toda su crueldad durante los últimos meses, pero, a pesar de ello, la humanidad aterrizó de repente en el campo de batalla. Entre la nieve y la sangre, a un lado y a otro del frente, se empezaron a escuchar villancicos como Noche de paz. “A última hora de la tarde, los alemanes se volvieron divertidísimos, cantando y gritándonos”, escribió en una carta el sargento británico Bernard J. Brooks. Y añadió: “Dijeron en inglés que, si no disparábamos, ellos tampoco lo harían. Encendieron fuegos fuera de su trinchera, se sentaron alrededor y empezaron un concierto”.
Pero lo más sorprendente llegó el día siguiente, el día de Navidad de 1914. “Ha pasado algo extraordinario. Esta mañana, un alemán gritó que querían una tregua de un día. Así que, con mucha cautela, uno de nuestros hombres se levantó por encima del parapeto y vio como un alemán hacía lo mismo”. Así, de esta manera, retrataba la situación el general británico Walter Congrave en una misiva para su esposa.
Muy probablemente, el soldado que salió de la trinchera británica era William Loasby, de 25 años. Él mismo, en una carta de ocho páginas escrita con lápiz que le envió a su madre, narraba los hechos de la siguiente forma: “El hombre que estaba a mi lado le gritó a un alemán para que se levantara, diciéndole que no dispararía. Cuando lo hizo, yo le pedí que saliera de la trinchera y se encontrara con uno de nosotros a mitad del camino para hablar”.
El objetivo era enormemente deseable, pero el plan no era sencillo
El objetivo, acordar una tregua con el enemigo, era enormemente deseable para ambos bandos, pero el plan no era sencillo. En medio de la tensión del frente, los soldados tenían que recorrer, completamente desarmados, los 36 metros que separaban la trinchera británica y la alemana sabiendo que podían recibir un disparo en cualquier momento. Con todo, según escribió Loasby, la escena terminó bien: “Él dudó, pero yo le aseguré que nosotros no dispararíamos si ellos no lo hacían. Para demostrar que la propuesta iba en serio, salimos de la trinchera y nos dirigimos hacia ellos. Todos los ojos nos estaban mirando y, de repente, todo el mundo empezó a aplaudir. Los alemanes incluso gritaban ‘Brave English‘. Caminé hacia mi hombre, nos dimos la mano y le pregunté cómo estaba: ‘Fatal, ojalá pudiera estar de vuelta en Alemania'”.
Más tarde, un comandante germano salió al encuentro de Loasby. “Después de darnos la mano, me preguntó si éramos todos ingleses y si había algún francés con nosotros. Yo respondí: ‘Todos ingleses, ningún francés’. Y él replicó: ‘Diez franceses no hacen un inglés’. […] Me dio seis cigarrillos, un poco de chocolate, nos dimos la mano otra vez y se giró para regresar hacia su trinchera”. Pero antes de que lo hiciera, Loasby le hizo una propuesta: “Bromeando, le dije si querían jugar un partido de fútbol con nosotros”.
“Un soldado apareció con un balón de fútbol y se puso en marcha un partido”
La respuesta germana fue afirmativa y, entonces, mientras también se aprovechaba la tregua para enterrar los cuerpos de los fallecidos, empezó el encuentro. “Un soldado escocés apareció con un balón de fútbol y, unos minutos más tarde, se puso en marcha un partido”, relató, en otra carta, el teniente alemán Johannes Niemann.
El texto proseguía así: “No era sencillo jugar sobre un suelo congelado, pero lo hicimos y seguimos rigurosamente las reglas a pesar de que el encuentro tan solo duró una hora y de que no había árbitro. Aunque estaban verdaderamente cansados, todos jugaron con un enorme entusiasmo”. Y, finalmente, apuntaba: “Después de una hora de partido, nuestro comandante se enteró de lo que estaba pasando y dio una orden de detenerlo. Poco después, volvimos a nuestras trincheras y la fraternidad terminó”.
Ciertamente, al término de la tregua, todos abandonaron la zona neutral conscientes de que el día después, siguiendo las órdenes de sus superiores, su único objetivo volvería a ser matarse los unos a los otros. Sin duda, sabían que, cuando saliera el sol, regresarían a la crudeza de la guerra y de aquellas trincheras en las que millones de vidas se apagaron durante cuatro largos años que parecieron siglos. Sabedores de que aquellos ejemplos de empatía y confraternidad podían comprometer sus objetivos, los altos mandos, el eufemismo de “las personas que envían los soldados a morir”, se encargaron de que no se repitieran. Pero a pesar de ello, 104 años más tarde, aquellos hechos siguen vivos en la memoria y nos recuerdan que el fútbol, este deporte que tanto amamos, puede convertirse en un rayo de esperanza para los que más sufren.