El fútbol modesto es un fútbol total. Jugado a muerte en campos de grama, césped artificial y, en contadas ocasiones –por desgracia-, césped natural. Alejado de los focos. Es ese en el que cada jugador acaba la jornada con las piernas como Rambo en Acorralado. Ese que se propaga cada fin de semana por los pueblos del territorio español y cuyo objetivo primordial no es otro que disfrutar. Es la base de todo lo que mueve este deporte. El máximo ejemplo de que en el fútbol, como en la vida, hay que pelearlo todo 90 minutos más el descuento. Tan impredecible como austero. Tan simple como efectivo. Dentro de la genialidad absoluta que supone el disfrute del deporte como un juego y no como un negocio, el fútbol amateur esconde miles de historias que muchas veces no alcanzan el propósito de ser contadas.

Historias como la de Diop, un joven senegalés de 29 años que desde pequeño soñó con llegar a jugar en el fútbol europeo de primer nivel. Sus recuerdos de infancia se remiten a un pasado en el que tuvo que tomar decisiones que le marcarían en un futuro polvoriento. El mismo polvo que levantaba el propio Diop jugando en las calles de su país con tan solo cinco años. Entonces, el fútbol no era más que una excusa para divertirse con amigos, y la única autoridad a la que tenían que obedecer sus compañeros y él en el juego era la de un joven de su barrio aficionado a la táctica y la estrategia futbolística, que era el encargado de organizar los equipos. Aquel chico, a su manera, les instruía en la noble disciplina del fútbol africano, con el potencial físico como principal virtud, pero centrándose en el fútbol callejero; es decir, una amalgama de estilos que da pie a un fútbol total.
Ya desde entonces, Diop se dejaba cada gota de sudor en cada disparo a gol para labrarse un buen futuro en este deporte. “Entonces tenía la esperanza de que, algún día, este deporte me cambiara la vida. De que pudiera jugar a fútbol para ser feliz. De darle a mi familia una vida digna”, explica a Panenka. Tan pronto como pudo, se apuntó a una escuela de fútbol en su país para comenzar a organizar esos conceptos que había ido adquirendo con el juego que había desplegado en la calle. Desde la categoría benjamín hasta su adolescencia, Diop se formó futbolísticamente en un país en el que su proyección de futuro era mucho más que incierta.
De niño a futbolista
Y llegó la edad de las decisiones. En 2006, con 17 años y en busca de un futuro mejor para su familia, Diop depositó sus esperanzas en la cubierta de una patera para venir a España. Una decisión que no sería nada fácil de tomar y que dejaba a la deriva muchas de las ilusiones que tenía desde que era pequeño. En su mochila, una de las decisiones más duras que ha tenido que tomar: dejar atrás su país natal y su familia, y comenzar una nueva vida completamente solo. Con el fútbol siempre en su cabeza, tuvo que hacer frente a una situación de irregularidad burocrática que le impedía hacer muchas cosas dentro del territorio español: entre ellas, encontrar trabajo, conseguir una vivienda o tener una vida digna. Pese a las dificultades, Diop no se despegó del sueño de ser futbolista. Pudo apuntarse en un equipo juvenil de Zaragoza pese a su situación de irregularidad, gracias a su pasaporte.
“No he podido dedicarme enteramente al fútbol, pero siempre tuve la ilusión y las ganas de jugar. Sé que no he podido cumplir mi sueño como yo quería; aun así, amo al fútbol y siempre lo amaré”
Después de un tiempo viviendo en la capital del Ebro, se trasladó a Valencia. Allí encontró trabajo y vivienda, consiguió documentación española y volteó esa situación de irregularidad. Su suerte empezaba a cambiar.
Una vez conseguida la estabilidad en su nueva ciudad, Diop se puso manos a la obra y comenzó a buscar un proyecto futbolístico que satisficiera su hambre deportiva. Era consciente de que el tiempo había pasado y ese sueño de jugar el fútbol de primer nivel europeo que albergaba en las calles de Senegal se había quedado en una quimera. Sin embargo, el senegalés vio en el fútbol amateur una ventana abierta al optimismo. “No he podido dedicarme enteramente al fútbol, pero siempre tuve la ilusión y las ganas de jugar. Sé que no he podido cumplir mi sueño como yo quería; aun así, amo al fútbol y siempre lo amaré. Haré todo lo que pueda por continuar jugando”, confiesa.
Diop se fue haciendo un hueco en las categorías más bajas del fútbol valenciano, en equipos como el Ciutat d’Alzira F.B. o el Guadassuar C.F., en Segunda Regional, haciendo valer su poderío físico y su olfato de gol. Pero todo esto no fue tan fácil. Por el camino, Diop ha sufrido la falta de autocontrol que en ocasiones tienen algunos aficionados de este sector del fútbol. Conductas racistas, abucheos o recriminaciones a cada una de las jugadas que hace en del terreno de juego son algunas de las situaciones que Diop ha tenido que aguantar por el color de su piel. “Es algo que no está normalizado. A veces se hace difícil jugar en estas condiciones porque te sientes señalado”, explica. Comportamientos que en los últimos tiempos han ido disminuyendo, algo que el senegalés ha tenido la oportunidad de comprobar durante su etapa en la U.D. Carcaixent –su actual equipo desde la temporada 2014-2015-, de Regional Preferente. La multiculturalidad en el fútbol amateur comienza a ser una realidad normalizada.

Hoy, 12 años después de su llegada a España y con la misma ilusión del primer día, Diop se apoya en su trabajo y, sobre todo, en el fútbol para salir adelante y mejorar el futuro de los suyos. No es el sueño que tenía de pequeño, pero se le parece mucho. Su experiencia en el fútbol modesto le ha demostrado que hay vida más allá de las categorías más altas del balompié. Que ese fútbol alejado del foco mediático es adictivo y que, en ocasiones, puede llegar a ser más atractivo que el que se emite por televisión cada fin de semana. Por la igualdad, por la sencillez y por las 22 intrahistorias que, como la de él mismo, se enfrentan cada fin de semana con un objetivo que va más allá que conseguir los tres puntos: hacer del fútbol la razón de su felicidad.