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El último gran gancho de Cahill

Con su trabajo, dedicación, goles y liderazgo, Tim Cahill ha hecho sonar la campana que le acredita como vencedor por unanimidad

Balompié y Australia. Son cosas que a simple vista no encajarían demasiado en las mentes de todos nosotros. Estamos mucho más habituados a relacionar el rincón de Oceanía con el rugby, los canguros, el surf o los koalas. Quizás el futbolista más importante de la historia del país lleva dentro signos distintivos de estos animales; se pegaba a los defensas rivales para incomodarles como los koalas lo hacen con las palmeras, y se metía en el bolsillo a la mayoría de centrales con los que pugnaba cuando pisaba cualquier estadio, más o menos en la misma medida que lo hacen los canguros con sus crías. 

Nacido en Sidney el 6 de diciembre de 1979, Timonthy Filiga Cahill esconde una procedencia bien curiosa. Y es que el hecho de nacer en Australia le dio esa identidad, pero el origen de sus padres llegó a hacerle obtener tres nacionalidades distintas; su padre era un inglés de origen irlandés, y su madre, una samoana. Por la cual cosa, podemos constatar que Tim es australiano, inglés y samoano.

Cahill debutó con la selección australiana en el año 2004, en un partido que el combinado oceánico jugó contra Sudáfrica. Ese año no lo iba a olvidar jamás en su carrera, puesto que meses mas tarde, fue partícipe del equipo que disputó los Juegos Olímpicos en Atenas. Al concluir el curso, fue galardonado como Mejor jugador del Año de Oceanía por la Confederación de Fútbol Oceánica. Poco a poco se fue convirtiendo en uno de los pilares del combinado nacional, y gracias a sus grandes actuaciones, él y sus compatriotas lograron clasificarse para la Copa del Mundo de 2006, después de 32 años de ausencia. En el primer partido frente a Japón, Cahill anotó dos goles y se convirtió en el primer jugador australiano de la historia en marcar en un el torneo internacional más prestigioso. 

Como si se tratara del mismísimo Cassius Clay, el delantero marcaba y marcaba en la Premier League con el Everton, para más tarde llegar al banderín de córner y ejercer esos ganchos tan característicos que le representaban en sus celebraciones. Perforando las redes de los rivales llegó a Brasil en 2014, donde aguardaba un gran reto. ¿El objetivo? Poder situarse como uno de los pocos futbolistas que anotaron en tres Copas del Mundo consecutivas.

Todos recordamos ese partido que enfrentó a los ‘Aussies’ con la Holanda de Van Gaal, que contaba entre sus filas con una tripleta que asustaba con tan solo verla. Sneijder, Robben, Van Persie. Ya podían empezar a entrenarse los australianos, como si del mismísimo combate del siglo se tratara, porque el intercambio de golpes iba a ser duro, muy duro. Sólo el mas fuerte de los allí presentes sería capaz de aguantar las embestidas del rival y no desfallecer encima de la lona, o en este caso, del césped de Porto Alegre.

El partido era fundamental para los dos equipos, pues se jugaba la segunda de las tres jornadas que componen la fase de grupos de la Copa del Mundo. Australia había perdido frente a Chile y Holanda había pasado por encima de España con un auténtico golazo de un superhéroe. No era Spiderman. Tampoco era Superman. En este caso era Robin Van Persie, o como desde entonces se le pasó a conocer: ‘The flying dutchman’.

Los australianos salían con Ryan bajo palos. McGowan, Wilkinson, Spiranovic y Davidson se encargarían de defender las acometidas rivales. En la medular, Jedinak y McKay destruirían cualquier opción de ataque neerlandés. Bresciano, Oar y Leckie tratarían de aportar agilidad y creatividad en tres cuartos de campo. Y completaba el once la estrella del equipo, un delantero peleón con el dorsal ‘4’ a la espalda, Tim Cahill.

El conjunto tulipán, por su parte, comenzó el partido con Cillessen en portería. Martins Indi, De Vrij, Vlaar, Blind y Jaanmat ocupaban la retaguardia (los dos últimos como carrileros). De Jong y De Guzmán aportaban un trabajo incansable en el centro del campo, intentando abastecer de balones al mago del equipo, Sneijder. En la punta de ataque y con libertad total de movimientos, Robben y Van Persie trataban de infligir daño al rival.

Las piernas de los 22 futbolistas parecían estar temblorosas ante un estadio lleno que transmitía emoción por doquier. ¿Tan complicado puede llegar a ser pegarle cuatro patadas a un balón? Parece ser que sí. Que se lo digan a Wilkinson, defensa australiano, quien cometió un error que propició un contraataque letal conducido y finalizado al mismo tiempo por un devorador como Robben. Un tipo que huele la sangre rápido, pero que es más veloz aún para clavar sus colmillos ahí donde más duele. Y así lo hizo. 

Sin tiempo para que la realización hubiera terminado de pasar las repeticiones del gol por televisión, apareció en escena el bueno de Tim. Corriendo a la espalda de los centrales como había hecho durante toda su carrera, y seguía haciendo por aquel entonces con 34 años. Siguiendo un balón llovido del cielo con el ansia de un león a punto de atrapar a su presa, Cahill impactó el esférico en el aire y sorprendió a todo el mundo allí presente, incluido el guardameta rival, Jasper Cillessen. Corriendo hacia el córner y dando esos golpes característicos al banderín, el ariete agrandaba aún más su leyenda y hacía válida la letra del octavo álbum de Miguel Ríos, “los viejos rockeros nunca mueren”.

 

Siguiendo un balón llovido del cielo con el ansia de un león a punto de atrapar a su presa, Cahill impactó el esférico en el aire y sorprendió a todo el mundo

 

Tras unos 45 minutos igualados y jugados de poder a poder, ambos equipos se fueron de camino al vestuario sabiendo que un solo detalle, por pequeño que fuera, decantaría la suerte del partido. Sabedores de ello, los aficionados animaron más aún durante el segundo acto. Quizás ahí pudieran haber hecho efecto las palabras que dijo una vez Miguel de Cervantes, “el verdadero valor se encuentra entre la cobardía y la temeridad”. 

El acto final comenzó de cara para los ‘Aussies’, que se encontraron con un penalti a favor apenas transcurridos unos pocos minutos de la reanudación. Jedinak se encargó de transformar la pena máxima. Un nuevo día empezaba para la comunidad oceánica, vislumbrando cada vez con más claridad una posible victoria, y, por qué no, una clasificación para la siguiente fase. 

El ‘killer’ holandés hizo su aparición justo a tiempo. Viviendo al límite del fuera de juego, habitual en él, Van Persie recibió un balón filtrado de la perla ‘oranje’ Memphis Depay. Se quedó solo frente a Maty Ryan, y con esa frialdad que le personifica, sacó un latigazo al palo corto para restablecer la contienda. Australia se tambaleaba por la lona y Memphis le dio el toque de gracia para acabar con las aspiraciones de los aguerridos ‘socceroos’, anotando el 2-3 con el que terminaría el encuentro.

Sea como fuera, nadie gozó criticar el papel de Australia tras ese aguerrido encuentro. La prensa local alababa a los púgiles del canguro. Cahill siguió al pie del cañón liderando a los suyos. Su importancia fue tal que se convirtió en el máximo goleador histórico del país con 50 goles en 108 partidos. Jugó en los cuatro grandes continentes. Tras vivir numerosos asaltos, el peso pesado australiano colgó las botas el pasado año con 39 velas en el pastel. Con su trabajo, dedicación, goles y liderazgo, Tim Cahill ha hecho sonar la campana que le acredita como vencedor por unanimidad. 

 


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Fotografía de Getty Images.