Ser el invitado ideal no es nada fácil. Llegar puntual es siempre un requisito indispensable. Si el primer día que apareces en casa de tus suegros la mesa ya está servida y no han empezado a comer por tu culpa, tu partido se pone 0-2 en contra a falta de diez minutos. O el vino que llevas es muy bueno o estás perdido. “Ah, ¿pero que tampoco has traído nada?”. Pitido final y se acaba el encuentro. Y es que hay multitud de parámetros que miden el grado de incomodidad que puede generar alguien que aparece por primera vez en una casa ajena. Hay algo que se debe tener grabado a fuego, por encima incluso de llegar a la hora exacta o de aparecer con algún detalle bajo el brazo, y es no coger nunca la última croqueta del plato que han puesto para compartir. Es como un cebo que sirve para medir el nivel de respeto que tienes por los demás comensales.
En el Campeonato Alemán de Fútbol de 1941, hubo un huésped que decidió tirar por tierra todos estos actos protocolarios, el Rapid de Viena. Se comportó como aquel primo segundo al que solo habías visto dos veces en tu vida, que llegaba a la cena familiar, se tiraba en el sillón del abuelo y no dudaba a la hora de comerse esa última croqueta. Ni siquiera le importó que el palco estuviera lleno de militares nazis el día de la final. La realidad es que al conjunto austriaco no lo invitó nadie. Más bien se vio obligado a jugar en la liga alemana tras la anexión de Austria que hicieron las tropas nazis el 12 de marzo de 1938. Desde ese momento, el país centroeuropeo pasó a ser una provincia más del III Reich. Perdió su autonomía y también su fútbol. La selección austriaca, una de las mejores del mundo en aquella época, no pudo disputar el Mundial de Francia de ese mismo año porque muchos de sus jugadores fueron obligados a formar parte del combinado germano. La liga nacional también se vio afectada, ya que algunos de sus equipos tuvieron que integrarse en el Campeonato Alemán de Fútbol.
Por aquel entonces todavía no existía la Bundesliga. Había unos campeonatos llamados Gauligas que comenzaron a funcionar en 1933 después de que los nazis se hicieran con el control de la Delegación de Deportes de Alemania. Inicialmente se dividían en 16 Gauligas repartidas geográficamente por todo el territorio, pero después de la expansión alemana en 1938, equipos de la región francesa de Lorena, de Luxemburgo, de Austria y más tarde de Polonia, se unieron a estos campeonatos que pasaron a estar formados por cuatro grupos con un total de 20 equipos. Si el fútbol fue capaz de detener por un momento la Primera Guerra Mundial y que los soldados alemanes y británicos cambiaran las armas por la pelota, en Alemania se iba a seguir jugando aunque Hitler estuviera exterminando a cientos de miles de personas.
El encuentro ya reunía todo lo necesario para ser épico, pero al Rapid se le ocurrió transformarlo en epopeya
El Rapid acabó primero en un grupo formado por el Múnich 1860, que ahora juega en tercera, el Stuttgarter Kickers, hoy perdido por la quinta división germana, y el VfL Neckarau, que está disputando campeonatos prácticamente amateurs. Pasó a semifinales donde le esperaba el Dresdner SC, hoy en la séptima categoría del fútbol alemán. Venció por 2-1 y se clasificó para la final ante el Schalke 04, considerado entonces el mejor equipo del país. Se dijo también que el conjunto de Gelsenkirchen era el equipo favorito de Adolf Hitler. Aunque al Führer no le gustaba el fútbol, este lo usaba para exaltar el nacionalsocialismo y transmitir una imagen de poder y dominio en todos los ámbitos de la vida cotidiana. Incluso la directiva del club ‘minero’ tuvo que salir al paso hace poco para desmentir la información que relacionaba al Schalke con el dictador.
El mismo día de la final, el 22 de junio de 1941, Hitler inició la llamada Operación Barbarroja. Considerada la mayor invasión militar de la historia. Un hecho que los historiadores siguen calificando como un error clave que supuso el principio del fin del dominio nazi. Mientras que más de tres millones de soldados alemanes iban camino de Rusia, el Rapid solo pensaba en salir airoso ante un rival que había ganado cinco de las últimas siete ligas de Alemania. Cerca de 100.000 espectadores abarrotaban el graderío del Estadio Olímpico de Berlín para presenciar la final del campeonato nacional. El mejor equipo alemán del momento, contra un conjunto de un país anexionado que no debía crear demasiados problemas, en un estadio lleno hasta la bandera y el mismo día en el que los nazis invadían Rusia. Parecía imposible tintar el partido de una forma más grandilocuente. El encuentro ya reunía todo lo necesario para ser épico, pero al Rapid se le ocurrió transformarlo en epopeya.
El marcador del Estadio Olímpico todavía no llegaba a la hora de partido y el Schalke 04 ya había mostrado todo su potencial imponiéndose por un claro 0-3. Pero ya dijimos que el Rapid de Viena no estaba dispuesto a cumplir con ningún acto protocolario. No le importaba estar en territorio enemigo ni tener en el palco la atenta mirada de los militares nazis que tres años antes habían acabado con la autonomía de su país. En apenas cinco minutos consiguieron empatar el partido y en el minuto 71 le pusieron el broche de oro con el 4-3 definitivo. Todavía hoy sigue siendo una de las remontadas más rocambolescas de la historia del fútbol. Y es que ha habido varios equipos que han jugado en ligas que no eran las suyas, pero solo el Rapid de Viena puede decir que salió campeón de otro país. Esa victoria supuso una humillación para el régimen nazi. Aunque todavía no se ha podido contrastar de forma rigurosa, se dice que, a modo de represalia, los futbolistas austriacos sufrieron el castigo de ser enviados con el ejército alemán a la primera línea del frente de batalla. En cualquier caso, lo que sí está claro es que cuando en casa entra algún invitado, siempre corres el riesgo de que te acabe quitando el sitio en el sofá. Eso es lo que hizo el Rapid aquel día.
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