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El nacimiento del coloso

"El coloso de Rande" de José Luis Bugallal cuenta la leyenda de Jaime Montalbán, un caballero del fútbol que jugaba por amor a ese arte traído desde Inglaterra

El fútbol de El coloso de Rande (1927), la primera novela deportiva publicada en España, todavía se escribía foot-ball. En abarrotados stadiums, los equipiers disputaban reñidos matchs en los que defendían, con caballerosidad y patadas, los colores de sus respectivos maillots. El fútbol de la novela de José Luis Bugallal todavía mantenía intacto su romanticismo: solo tres backs, fornidos y bigotudos, defendían la puerta, mientras los cinco forwards rivales buscaban incansablemente el goal.

Importado de Inglaterra, aquel sport gustaba del dribbling certero, del buen chut y del ágil plongeon del goalkeeper, al mismo tiempo que exigía arrojo para rematar los correosos pelotones llovidos del cielo o meter la pierna en una melé. No solo un fault podía dejar cojo al player de por vida, sino que había que cuidarse de las furias de los aficionados. No era raro que los partidos acabasen bajo una tormenta de cantos rodados. Reinaba otra justicia: los jugadores podían echar al referee si les pitaba demasiados off-side y penaltys injustos o largarse del campo dejando la contienda a medias entre los hurrahs de sus seguidores. De una u otra manera, el coñac dansant no se perdonaba: las aficiones de los dos clubes, junto a los jugadores, cataban buenos licores y se echaban unos bailables mientras comentaban los lances del juego.

José Luis Bugallal, intuyendo el fin de una era, convirtió a Jaime Montalbán en el primer futbolista literario y en uno de los últimos caballeros del fútbol

Un juego, tan novedoso, que aún no había palabras en castellano para contarlo. Ni siquiera jugadores que cobrasen un sueldo por practicarlo, aunque sí muchos que disfrutaban de la mangancia: relojes, collares, coches, reducción del servicio militar y hasta un discreto negocio para el as de ases. Muchas de estas primeras perlas todavía se encontraban en los barrizales de pueblos perdidos. Los primeros futbolistas no podían imaginarse que, en cuestión de décadas, se convertirían en los héroes modernos, al tiempo que el fútbol se coronaba como deporte rey. Sobrecargada de anglicismos, mediados los años 20, arrancó su narración: «El partido de la tarde», escribió Bugallal en El coloso de Rande«pase por pase, regate por regate, resurgía allí, detalladamente comentado por innumerables aficionados».

El primer coloso del balón

La primera novela vertebrada en el fútbol abordó un tema que con los años se volvería recurrente: la caída del ídolo. José Luis Bugallal comparó a su protagonista, Jaime Montalbán, un futbolista nacido en el pueblo coruñés de Rande, con el Coloso de Rodas, la descomunal estatua del dios Helios que levantó Cares de Lindos en el 292 aC. Los dos colosos nacieron destinados a caer, tras acariciar el cielo: la estatua de Rodas se vino abajo tres años después de construirse y Jaime Montalbán, a pesar de convertirse en olímpico, será olvidado tras su retirada. Con el paso del tiempo, de ambos solo quedarán para el recuerdo sus ruinas, y las crónicas de Plinio el Viejo y José Luis Bugallal.

Aunque fue su opera prima, Bugallal conocía el terreno que pisaba. Había escrito muchas crónicas deportivas bajo el pseudónimo de Marathon en MarinedaEl Orzán y El Noroeste, y seguiría su carrera periodística en El Ideal GallegoABC y La Hoja del Lunes. El tono exaltado y el romanticismo de algunos personajes convirtieron a El coloso de Rande en la primera novela del modernismo deportivo y de la furia española. A pesar de rozar en ciertos pasajes el tono del género rosa, la historia refleja nítidamente el crecimiento del fútbol español tras su primer gran éxito internacional. Un poema titulado la Ofrenda, dedicado a los once futbolistas de la gesta de Amberes, abre el texto:

«A los colosos del parque Duden.
A los leones rojos de Forest.
A los consagradores de la furia española.
A los paladines del león rampante.
A los quijotes del deporte hispano.
A los vencedores de Dinamarca.
Al primer equipo olímpico español.»

img_20170507_1215252-e1494919867120El resto de la novela funciona como un partido de fútbol. Arranca con un Peloteo en el que el lector conoce a los protagonistas: Jaime Montalbán y Nacho Olivares, jugadores del Victoria, un modesto club comarcal, que esa tarde se enfrentan a los ingleses del Welton-Wanderers. En su debut, Montalbán, el joven forward de tan solo 17 años, deslumbra con sus goles a los inventores del fútbol. «El león hispano, con su garra potente, acababa de humillar el poderío del leopardo inglés», escribe Bugallal. Esa tarde, el pueblo lo bautiza como “El coloso de Rande”.

En el Primer tiempo, Montalbán juega en el primer equipo del Victoria y recibe ofertas de clubes de todo el país. Es un delantero letal que «posee la valentía y la furia de un Patricio Arabolaza; la rapidez y el tiro de un Petrone, y la técnica conductora de un Bradford». En el Segundo tiempo, el Victoria realiza una gira por varios estadios del norte —Atocha, el Molinón, Riazor, Coya, Ibasondo— que finaliza en el Madrid Metropolitano, mientras «todos los cronistas cantan sus épicas victorias». Tras un partido entre posibles y probables, Montalbán se convierte en el nuevo ídolo de la Selección.

De vuelta en su tierra, el profeta es aclamado: «Jamás había ocurrido en el fútbol nacional una ascensión tan rápida a la cumbre». Todos los vecinos del pueblo de Rande son felices, excepto su novia Laura, que siente, por un lado, los celos, y por otro, el miedo a la lesión. Montalbán le promete dejar el fútbol pero ¿cómo hacerlo ahora que ha alcanzado el sueño de ser olímpico? Cómo dejar el fútbol ahora que ha logrado «figurar entre los atletas más famosos del mundo […], luchar contra equipos de todas las naciones, de todos los continentes, de todas las razas; vencerlos sucesivamente y que al final la bandera española flamease victoriosa en el más elevado mástil del estadio».

Montalbán ha llegado al paraíso del atleta. Puede ceñirse el laurel olímpico en la frente como hicieron, siglos atrás, los primeros atletas griegos. Sin embargo, la gloria no impide que irremediablemente lleguen los minutos de Prolongación. También su partido debe terminar, y es entonces cuando Montalbán es consciente de la tragedia del futbolista: «Pasados unos años, el coloso de Rande, el mago del balón, el as de los ases, no sería más que un tal Montalbán que jugó en el Victoria. Un nuevo coloso, otro magno favorito de la afición, ocuparía su puesto».

El último caballero del fútbol

Jaime Montalbán y Nacho Olivares pertenecieron a la primera generación de niños que crecieron pateando una pelota: «¡Cuántos balones confiscados, prontamente substituidos por plebeyas pelotas de trapo! ¡Qué de zapatos y pantalones destrozados!». Jugaron para el Victoria pero solo Montalbán alcanzó la gloria. En su meteórica carrera, se debatió entre cobrar o no por jugar, y ahí es donde radica uno de los temas más interesantes de la novela: el cambio de mentalidad que supuso el profesionalismo.

Tras Amberes, el fútbol movía más multitudes que la fiesta nacional. Los rostros de los futbolistas aparecían en cromos, en anuncios de tabaco y chocolate. El fútbol se convertía en el negocio más rentable del nuevo siglo, y los años 20, en el final de su romanticismo. «El público que mira los partidos, la afición, mira con más simpatía al jugador aficionado que al profesional», reflexiona Montalbán, pero su amigo Nacho le quita la venda de los ojos:

«¿No son asalariados los artistas más famosos —pintores, actrices, tenores, violinistas— y siguen siendo, sin embargo, artistas y muy artistas? Todos, en este mundo, somos asalariados […] Admitir dinero por jugar al fútbol no es vergonzoso […] Tal y como está el deporte hoy, lo vergonzoso es no cobrar un sueldo. Si el público paga por verte jugar; si el club se lucra porque tú juegas; si en cada partido te expones a que te rompan un brazo o una pierna, quedándote inútil para otros trabajos; si el adiestramiento o el encuentro te ocupan un tiempo que puedes consagrar a otra cosa, ¿no es lógico que participes de esas ganancias?».

Un año antes de la publicación de la novela de Bugallal, se había regulado el profesionalismo dando lugar a un debate que, como les sucede a Montalbán y Nacho, había dividido el mundo del fútbol. Por un lado, los que se posicionaban del lado de un profesionalismo que ya existía camuflado en la mangancia, como afirmaba Pablo Hernández Coronado: «En el fútbol, no hay más que dos clases únicas de elementos: profesionales y mangantes […] El amateur no existe». En el lado opuesto, los que aún creían en el espíritu amateur como René Petit: «Es prematuro crear una liga de profesionales», declaraba en Gran Vida en 1925. «Lo que hace falta es que el público sepa distinguir a unos y otros, y trate como es debido a los que luchan sin más interés que el amor al deporte». Tres años antes, Ricardo Ruíz Ferry había escrito en El Sol un artículo titulado El amateurismo de nuestros profesionales: «Hoy se juega más que en la misma Inglaterra, hay que adaptar la fórmula inglesa: profesionales por un lado y aficionados por el otro».

José Luis Bugallal, intuyendo el fin de una era, convirtió a Jaime Montalbán en el primer futbolista literario y en uno de los últimos caballeros del fútbol que, hasta el final de su carrera, se negó a cobrar por jugar: «Antes de pisar por última vez el terreno de sus más resonantes triunfos, vierte en él sus lágrimas», escribió Bugallal en la retirada del coloso. «Mientras escucha los últimos aplausos de su vida deportiva, concibe el deseo de que aquellas lágrimas sean germen de nuevos atletas, de nuevos deportistas, de nuevos caballeros del fútbol».