“No tengo ni puta idea de fútbol. Soy un auténtico profano”, sonríe Luis Tosar, ganador de tres Goya y una de las caras más visibles del cine estatal. Se autodefine como aficionado del Lugo por nacimiento y del Celta por simpatía, aunque en la imperdible Los lunes al sol le tocó celebrar un tanto del Pontevedra contra el cuadro celeste y en One day in Europe tuvo que ponerse la camiseta del Dépor. “Tuve que pedirle asesoramiento al director [Hannes Stöhr] porque no tenia sabía qué coño tenía que hacer y gritar para parecer un hooligan”, rememora. “Estas cosas son cuestión de Karma. Seguro que a mi hijo le acaba encantando el fútbol y me toca seguirle a todas partes”, bromea.
¿Qué era y qué es el fútbol para ti?
Sé más de fútbol ahora que en la infancia. No me interesaba nada, de niño. Cero. No tenía ni la más mínima idea. No era ni espectador ni aficionado. Me recuerdo jugando muy mal siempre, fatal. Y en las conversaciones sobre fútbol me sentía siempre descolocado. Casi nunca sabía quién era quién. Tuve cromos alguna vez, pero para no ser el niño más impopular del colegio, supongo. En mi casa jamás ha gustado el fútbol y nunca se veían partidos. Solo recuerdo haber visto esa final de los 12 o 13 goles contra Malta. Era muy raro. Es uno de mis primeros recuerdos futbolísticos, y, sin duda, el más vívido. También recuerdo jugar en la explanada enfrente de casa con los amigos del barrio, con las puertas de los garajes o las mochilas del colegio como porterías. Alguna vez incluso habíamos improvisado balones juntando y envolviendo cosas con cinta. Pero no era lo habitual, porque en mi época ya había bastante balón. Lo que recuerdo más de aquellos partidos es que cuando caías te hacías mucho daño. Porque jugábamos en sitios que no tenían nada de pasto, nada de verde. La zona de Lugo en la que vivía cuando era niño estaba muy poco urbanizada. Era todo tierra.
En 2011, durante la presentación del primer disco de Di Elas, afirmaste en una entrevista en 20 Minutos que “la música tiene algo que no tiene la interpretación. Te conecta de manera más directa con la gente y te da la oportunidad de tener a tus compañeros al lado”. El fútbol se presenta, muchas veces, como algo similar a la música.
Si algo tiene el fútbol es la capacidad de aglutinar a la gente. Y su capacidad de estimular e incentivar la improvisación también es una maravilla. Sucede algo similar con la música, por ejemplo, que también se puede producir en cualquier parte, ya sea cantando o utilizando cualquier cosa que sirva para hacer percusión. Y en el fútbol igual. Puedes nacer en una playa, en un descampado o en, qué sé yo, un campo de refugiados. Es una locura. Es, pienso, el deporte más asequible, más social. Solo hace falta algo redondo y que mínimamente bote para que se arme. El fútbol es tan maravilloso porque es, a la vez, el deporte más y menos sofisticado que existe.
Hace unos días, alguien me dijo que había estado en un estadio una sola vez en su vida y que le había sorprendido que mucha gente hacía de todo menos ver el partido. Que le había impactado toda la vida que se creaba alrededor del juego. De un juego que, en realidad, a la práctica, se convierte en otra cosa mucho más grande, en una ceremonia muchísimo más amplia. Veo el fútbol como un pretexto de evasión. De evasión en el sentido más puro: ‘Voy, veo el deporte que me apasiona y aprovecho para estar con mi gente y sacar todo lo que tengo sacar de la semana’. Las veces que he estado en Buenos Aires he podido ver claramente en la hinchada del Boca, por ejemplo, el fenómeno del fútbol como analgésico social, con gente de extracción social muy baja que se agarra a lo que puede, porque es que no tienen más, y su equipo es su única via de escape.
“Hay algo simbólico en que los campos desaparezcan de los centros de las ciudades y en que cada vez estén más cerca de los aeropuertos que de los barrios donde nacieron”
El fútbol, ¿opio del pueblo o elemento saneador, incluso curador?
El discurso de que el fútbol es el opio del pueblo ya es un poco rancio. Ahora ya estamos en otra liga. El fútbol, en todo caso, ya estaría desfasado. Ahora tenemos las redes sociales, que son el gran lugar para distraer a la gente. Hoy hay opios mucho mejores que el fútbol. En lo que respecta al fútbol, el opio pertenece más a otro terreno, a lo que lo envuelve: no a lo que es estrictamente el fútbol como juego o deporte, a los 22 futbolistas en un campo, porque el fútbol es fútbol y todavía queda algo de pureza, algún río sin envenenar, sino al terreno de los medios de comunicación, las televisiones. Imagino que a los aficionados de verdad también les debe molestar todo eso: el ruido, la permanente conjetura, la especulación constante sobre el futuro del jugador, sobre el futuro del club, sobre el futuro de todo, el Falcon Crest que es cada negociación, cada fichaje, y cómo se crean noticias a partir de cosas que realmente ni siquiera están pasando, que no son ni noticia. La gente lo que quiere es ver jugar al fútbol, de la manera más pura.
¿De qué equipo eres?
Me considero del Celta por simpatía, por una cuestión sentimental, porque yo siempre he tenido mucha relación con Vigo y con su gente, y siempre ha sido una ciudad muy cercana a mí, y del Lugo por nacimiento, aunque no he estado ni una sola vez en Anxo Carro. Algunos amigos me invitaron a ir alguna vez, pero nunca me lo pude combinar y ahora ya han desistido. Llevo muchísimos años fuera de Lugo, desde el 89 o el 90, y he perdido un poco el pulso de la ciudad, pero supongo que lo que se ha vivido, y se vive, a raíz de la llegada y la consolidación del club en el fútbol profesional es algo similar a lo que ocurrió con el Breogán de baloncesto en los 80, cuando el fútbol representaba muy poquito porque había poquitos éxitos. El Breogán era el motor de la ciudad. Lo movía todo. La ciudad se movía en torno al Breogán. Era nuestro motivo de orgullo, nuestra bandera. Nosotros nos creíamos el hoyo. Los mejores del mundo. Y además recuerdo que entonces aparecieron por Lugo los gigantescos Jimmy Allen y Jimmy Wright. Aún me acuerdo de sus nombres porque su llegada fue un acontecimiento. Los negros que habíamos descubierto en las películas de neoyorquinos o en los Harlem Globetrotters estaban en tu ciudad, en una pequeña ciudad del noroeste. En una ciudad que ardía con el Breogán. Recuerdo una ciudad súper estimulada, impulsada por la tensión de seguir cómo íbamos. Todas las semanas pasaba algo, y yo lo recuerdo, desde la óptica del niño, como algo muy ilusionante para un sitio tan pequeño y en el que en general no pasan grandes cosas.
¿Cuál es tu mejor recuerdo futbolístico en un estadio?
Nunca he visto ningún partido en directo. Yo a los estadios que he ido ha sido para ver conciertos. He estado en el Calderón, en el estadio del Madrid… joder, ¿cómo se llamaba? Y también en Riazor y en el estadio del Celta. Eso, Balaídos. Para mi son templos del rock, no estadios de fútbol. Desde fuera, casi todos me parecen sitios con mucho hormigón y un poco fríos. Y también tengo la sensación de que hay algo simbólico en lo de que los estadios desaparezcan de los centros de las ciudades, y en lo de que cada vez estén más cerca de los aeropuertos que de los barrios donde nacieron. Puede molestar más o menos que te estén gritando todos los fines de semana en la puerta, o cada dos semanas, pero no deja de ser una dinamización de barrio súper importante porque esto al fin y al cabo mueve a miles de personas. La zona de Marqués de Vadillo, después de la desaparición del Calderón, ya es otra cosa, por ejemplo. Recuerdo que era muy triste pasar por la M30 y ver cómo lo demolían, incluso para mí. Y también creo que los clubes se han ido homogeneizando. Y se han convertido en una cosa un poco más igual, más industrial, menos apegada a los lugares de donde somos. Siempre está el Athletic Club como la resistencia mítica, pero más allá de ahí poco queda, y los fichajes realizados en las dos últimas décadas han removido tanto la población autóctona de cada equipo que les han acabado alejando de su realidad.
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