En esta serie de artículos, proponemos un viaje al lector a través de lugares, momentos, casualidades, héroes y villanos que conforman la historia de los Mundiales de fútbol, desde sus primeros días hasta la actualidad.
Hay veces que por mucho que madrugues, llegas tarde a todas partes. Otras, lo que pasa es que te acuestas más temprano para intentar aprovechar bien el día siguiente y no consigues hacerlo. Das vueltas encima de la cama, cambias de posición, te tapas, te destapas… y nada. Todo sigue ahí, donde lo dejaste, incluido el reloj, que parece haberse quedado anclado en la hora a la que te acostaste. Incluso, de hacerlo, se mueve hacia atrás. Hay veces que da igual lo que tratemos de hacer diferente, porque todo acaba igual. En 1974, por ejemplo, se cree que muchos daban como vencedor a Países Bajos, pero eso solo pasó una vez comenzó el campeonato y vieron de lo que eran capaces los neerlandeses. Antes de eso, a pesar de lo que muchas veces transmite el relato, pocos apostaban por ellos. A pesar de tener a Cruyff, se habían clasificado al Mundial de milagro, poco antes de la llegada de Rinus Michels al banquillo.
Los favoritos en ese momento eran los anfitriones. Romper el mito a veces es así de frío. Cuando la pelota no había comenzado a rodar, Alemania Federal era la que asustaba de verdad a quienes aspiraban a ganar el torneo. Tras esa Eurocopa de 1972 en la que mostraron un nivel mayúsculo ante todos los rivales, siendo francamente superiores a todos ellos. Antes de comenzar, por tanto, parecía inútil pensar en que algo podría sorprender. Y viendo el final, se podría pensar lo mismo. Ganó el primer favorito, aunque a medida que avanzaba el torneo, los preferidos para el título fueran variando. Y ahí volvemos a notar el despertador parado encima de la mesilla.
Y lo cierto es que, entre medias, cambiaron muchas cosas. Polonia era una de esas que llaman “tapadas”. De los países más heridos durante los conflictos armados en Europa, Polonia empezaba a acallar las pesadillas después de 30 años y veía con esperanza la generación que asistiría a suelo alemán para luchar por la Copa del Mundo. Al frente de ese equipo estaba Kazimierz Górski, un polaco nacido en lo que hoy es Lviv, en Ucrania, y entonces era Lwów, en Polonia. Como para muchos futbolistas de su generación, la Segunda Guerra Mundial amenazó con acabar con su carrera, pero el final de la contienda le trajo el mejor contrato de su vida, como delantero del mítico Legia de Varsovia. Su desempeño en el club de los ‘Wojskowi’ fue muy eficiente, convirtiéndose en uno de sus futbolistas más queridos de la competición polaca. Por eso, cuando en 1953 se retiró y siguió ligado al fútbol como entrenador, no tardó ni 20 años en sonar como seleccionador nacional. En 1971, sustituyendo a Ryszard Koncewicz, otro mito de los banquillos en Polonia, Górski se hizo con los mandos de las ‘Águilas’ con la mirada puesta en la clasificación al Mundial de 1974.
La selección polaca llegaba con cierto positivismo a la cita mundialista, sabiendo que contaban con grandes nombres entre su plantilla y que en 1972 habían hecho historia con el oro logrado en los Juegos Olímpicos de Múnich. Jóvenes como Wladyslaw Zmuda, un central que en ese momento jugaba en el Gwardia Varsovia y que más tarde probaría suerte en Italia y Estados Unidos. Lo jugó todo en el Mundial de Alemania Federal, como sus compañeros Lato, Deyna o Gadocha. O el mítico portero Jan Tomaszewski. Mucho nombre ilustre, mucha estrella, pero a Polonia le faltaba una. En un duelo contra Inglaterra en 1973, en la fase de clasificación, Lubański, delantero centro estrella de la Polonia de los 70, se rompió los ligamentos de su rodilla derecha. McFarland, autor de la entrada fatal, y el resto de compañeros de los ‘Three Lions‘ pedían con insistencia que el juego continuara, por interpretar que el dolorido delantero, en el suelo tras el apoyo fatal, fingía una lesión. YPero la realidad era más dura. Włodzimierz Lubański se perdía la cita mundialista. El partido lo ganaron por 2-0, pero ese día perdieron demasiado.
‘Wlodek’ era un jugador distinto. Delantero goleador, pero también jugador ágil, autosuficiente y con buena pierna para asistir y para colocar balones en la red. En Polonia se llevaba todas las miradas hasta su lesión
‘Wlodek’, como se le conocía, era un jugador distinto. Delantero goleador, pero también jugador ágil, autosuficiente y con buena pierna para asistir y para colocar balones en la red. Jugador trabajador y completo, en Polonia se llevaba todas las miradas hasta su lesión. Incluso dicen que, en 1974, su ausencia favoreció el surgimiento de la figura incontestable de Kazimierz Deyna, un centrocampista ofensivo de mucha calidad que ganó peso en Polonia tras la lesión de la estrella atacante. Una ganancia cruel, pero que ensalzó el talento del que es considerado por muchos como la gran figura histórica del fútbol polaco.
Ese salto de Lubański, salvando la entrada del jugador inglés, tuvo un desenlace inesperado que pudo cambiar radicalmente la historia de su país. No solo porque puede que Polonia hubiera sido más competitiva, sino también por el rol que hubiera tenido el propio Deyna con la presencia del gran ‘Wlodek’. Incógnitas tan comparables a la definición de un torneo que, en su último capítulo, los enfrentó al principal favorito en el partido decisivo de la segunda ronda. Cuando solo faltaba un escalón para llegar a una altura nunca alcanzada, cuando solo hacía falta un paso más para que dos “tapadas”, Países Bajos y Polonia, acabaran por ser finalistas ese verano del 74. Pero la historia seguiría otro camino. El despertador volvería a sonar.
Un camino en el que Polonia, buscando la gloria en Frankfurt ante la anfitriona, se cruzaría otro delantero centro célebre. Gerd Müller pondría el gol definitivo para que en la final de Múnich estuviera la ‘Mannschaft‘, que se la jugaría con los neerlandeses. El resto del cuento, ya se ha contado en infinidad de ocasiones. Alemania Federal volvió a activar el despertador y los sueños creados desde que empezó a jugarse la pelota en el partido inaugural acabaron con el resultado de 2-1 favorable a los teutones. Beckenbauer, Müller, Maier y compañía volvieron a rodar la película mil veces filmada. Esa en la que fácilmente puedes intuir el final. En la que no hay sorpresas que nos levanten del sofá, aunque sigamos comiendo palomitas con los ojos fijos en la pantalla.
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