Paseando, sin brújula, por las calles de Santoña, lo que más sorprende e impacta, quizás solo por detrás de un enorme monumento de 40 metros dedicado a Luis Carrero Blanco que sigue vergonzosamente en pie, es un bar de llamativa terraza azul, el Everton Café Bar. Dentro, incluso la cafetera es azul, y la vista se posa rápidamente en un cuadro de Goodison Park que reúne y hermana los escudos del Racing de Santander y la Juventus, junto a una camiseta del propio Everton y un banderín del Santoña CF local.
“Por no ser del Madrid ni del Barcelona, soy de cualquier equipo. Hasta soy del Cartagena o el Orihuela. Ser del Madrid o del Barcelona es muy fácil. Es más dura, pero la vida es más bonita, mejor, siendo de un equipo pequeño”, arranca Jesús (1978), propietario del nuevo local, inaugurado el 22 de agosto, y futbolero e hincha del Racing desde la cuna. “A principios de los 90 íbamos a El Sardinero cada dos domingos. En autobús, con la Peña [Alberto] Solaeta: jóvenes y mayores, todos juntos. Y era precioso. Por 500 pesetas tenías el bus y la entrada. Recuerdo muy bien la temporada del regreso a Primera [92-93], y que después llegaron los Popov, Radchenko y compañía”, recuerda. Cita nombres de carrerilla, guiado por la nostálgica; tan necesaria, imprescindible, en aquellos puntos de la geografía española en los que se habla del fútbol en pasado, como en Santander, Huelva, A Coruña, Alicante o Salamanca, entre tantos otros. “Antes era todo maravilloso. Ahora es una mierda”, mastica, pegado a la barra.
“Más tarde comenzaron las cosas raras. Se veía a venir que acabaría mal. El dinero es muy bonito. Pero se acabó y se acabó todo”, suspira, triste. Pero recupera la sonrisa al hablar de Roberto Baggio y su coleta. “Mi ídolo”, presume, orgulloso. Ese maldito penalti bajo el sol de Pasadena jamás tocará las mallas de la portería de Gianluca Pagliuca, pero Baggio sigue, y seguirá, siendo su ídolo, y el de tantos de su generación, quizás precisamente porque es imperfecto. Porque un día falló. Ganar siempre sería demasiado aburrido. Y poco real. “Era el mejor jugador. Era un genio. Mi ídolo”, reitera. “Por él soy de la Juventus”, acentúa, entre sonidos de bar. En Inglaterra, prosigue, “soy del Liverpool. Pero estoy enamorado del escudo del Everton, de su azul y de su nombre”. “Es bonito que haya dos equipos grandes en una misma ciudad, y que además sus estadios estén tan juntos, tan cerca”, argumenta, glosando nombres e historia del equipo que más cursos ha jugado en la máxima categoría del balompié inglés, más de 115.
“En cada país soy de un equipo. En Portugal, del Sporting de Lisboa, porque luce los mismos colores que el Racing. En Francia, del Marsella”, concluye Jesús, propietario de un barco en cada puerto, como todo futbolero. “El fútbol va más allá de las fronteras. Y lo más bonito es la vida que se crea a su alrededor, y las charlas de por la mañana alrededor de cafés y periódicos”, asiente Jesús, disculpándose por dar por terminada la entrevista para ponerse a servir comidas. Será como será, y habrá cambiado mucho, demasiado, pasando de maravilla a mierda, cierto, pero el fútbol continúa iluminando rostros y sonrisas y sus caminos continúan siendo inescrutables e infinitos.
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Fotografías de Arnau Segura.