Suiza es un antónimo de ‘pelea’. Sin salida al mar, sus paisajes montañosos transmiten paz. La belleza de los Alpes, bucólica por naturaleza, no está al abasto de todo el planeta. Su población la normaliza, como el hecho de ser uno de los 20 países más ricos del mundo y el quinto con mayor producto interior bruto (PIB) per cápita de 2022 según el Banco Mundial. Una política de neutralidad perpetua logró salvar la nación de dos Guerras Mundiales. Distinto fue el caso en la Guerra Fría, donde hizo de mediador entre los dos bloques a pesar de estar alineado ideológicamente y económicamente con el occidental. La nacióncuenta con muchos alicientes para que se la idealice. Un sueño para todo aquel que aspire a una vida sosegada. Sin embargo, incluso los lugares más bellos tienen su parte oscura. Otra cara de la moneda que puede revivir el dolor en todos y cada uno de sus sentidos. Sándor Kocsis (1929-1979) la vivió, hasta el punto de pasar del agradecimiento al desprecio hacia el estado helvético. Todo por dos resultados que le impidieron cerrar los ciclos más bonitos de su carrera como futbolista.
El trauma de Kocsis con Suiza empieza en el Mundial de 1954. El delantero formaba parte del ‘Equipo de Oro’ húngaro, el mismo que se hizo con el oro olímpico de los JJ.OO de Helsinki de 1952. En aquel momento la belleza del juego se encontraba al otro lado del Telón de Acero. Hungría situaba al mismo nivel el ‘qué’ y el ‘cómo’. La ‘Cabeza de Oro’ era la encargada de poner los puntos y finales de partidos que sabían a poemas de Attila József. El delantero acabó el torneo siendo el máximo goleador con 11 tantos. Aun así, el fútbol de Sándor no se podía limitar a ese aspecto. “Kocsis era un hombre fantástico, un rematador puro, que encajaba muy bien en un equipo donde todos los jugadores sabían jugar bien con los pies. Hablamos siempre del Koscis rematador, pero con los pies era fantástico igualmente”, reivindicó el exjugador Luis Suárez (1935-2023) al periodista Toni Padilla en 2010. El ritmo de aquella selección era arrollador. Siempre ganó con contundencia, independientemente del rival que tuviera enfrente. Selecciones como Brasil o Uruguay parecían practicar otro deporte a su lado.
Todo cambió un 4 de julio en el Wankdorfstadion de Berna. Hungría perdió una final que sentía suya y se quedó a las puertas de la gloria. Kocsis volvería a sufrir otro revés fulminante en ese mismo estadio
Pero todo cambió un 4 de julio en el Wankdorfstadion de Berna, la capital suiza. Hungría perdió una final que sentía suya. Alemania Federal, aquel conjunto al que habían tumbado con un 8-3 en la fase de grupos, le arrebató la guinda del pastel que tanto deseaba. A los alemanes les dio igual que Ferenc Puskás y Zoltán Czibor adelantaran a la ‘Aranycsapat’ a los ocho minutos. Max Morlock puso el 1-2 llegados en el 10’ y Helmut Rahn el empate en el 18’. Rahn se convirtió en héroe nacional al anotar el 3-2 definitivo al borde del pitido final, a costa de manchar el recuerdo de toda una generación y un país entero. El ‘Equipo de Oro’ se quedó a las puertas de la gloria. Para Kocsis debía de tratarse de un episodio excepcional. Al fin y al cabo, no por fruto de la casualidad aquel enfrentamiento acabó bautizado como el “Milagro de Berna”. No obstante, en el futuro la ‘Cabeza de Oro’ volvería a padecer en el mismo estadio, la misma ciudad y el mismo país.
Dos años después de aquella trágica final para la ‘Aranycsapat’, que ya no dolía pero había dejado una gran cicatriz, Kocsis volvió a Suiza. No obstante, no lo hizo para competir. El delantero formaba parte del Honvéd, el club que representaba al ejército de la República Popular de Hungría. A diferencia de Yugoslavia, que de la mano de Tito protagonizó una ruptura con Iósif Stalin, el país estaba bajo la influencia de la Unión Soviética. El campeón húngaro se encontraba en Viena y estaba preparando los octavos de final de la Copa de Europa contra el Athletic. Pero el 23 de octubre, su país entró en conflicto. Una protesta estudiantil contra el régimen comunista acabó con disparos de la Autoridad de Protección Estatal (AVH) contra los protestantes. Arrancó la Revolución Húngara de 1956, también conocida como el ‘Otoño Húngaro’, y en medio de las protestas contra el modus operandi estalinista, la ‘Cabeza de Oro’ puso rumbo al país helvético. El precio a pagar fue un año y medio de sanción sin jugar por parte de la FIFA. Cumplido el castigo, se incorporó al Young Fellows, un equipo amateur. Al menos era de Zúrich, no de Berna.
Ladislao Kubala (1927-2002) fue la figura clave para que Kocsis volviera al fútbol de élite. Quien le insistió en que debía viajar a Barcelona para reemprender su carrera. La ‘Cabeza de Oro’ le hizo caso de la mano de otro compatriota, Zoltán Czibor, a quien conocía a la perfección de la selección húngara y del Ferencváros. Si Kubala fue el motivo por el que los culés pasaron de jugar del Camp de les Corts al Camp Nou, Kocsis y Czibor también hicieron que pagar el precio de las nuevas entradas valiera la pena. No se trataba del ‘Barça de les Cinc Copes’, pero hacía ver a la afición que la calidad no era fruto de la casualidad. Con Luis Suárez como punta de espada de aquel equipo blaugrana, dos ligas a finales de la década de los 50 relanzaron al club. Conseguir la primera Copa de Europa de su historia también parecía estar en la palma de su mano. Sin embargo, el Benfica se cruzó en el camino. Con Eusébio como protagonista, pero con Berna como escenario del drama. El Wankdorfstadion volvió a ser un clavo en la cruz de la delantera húngara.
“Koscis, en el vestuario, rompió a llorar en una especie de exceso de histeria, maldiciendo los postes de ese campo”
El Barcelona perdió aquella final por 3-2. El Benfica disfrutó de su época dorada a costa de hundir la esperanza culé. La Copa de Europa de 1961 dolió más por las formas que por el resultado final. Kocsis estrelló cabezazos a los palos, algo inédito al ser una de sus virtudes principales. A Kubala y Czibor les pasó lo mismo que a la ‘Cabeza de Oro’. Los postes cuadrados, en aquel año ya desaparecidos en España, hicieron que los jugadores húngaros tuvieran un odio irracional hacia esa figura geométrica. “Koscis, en el vestuario, rompió a llorar en una especie de exceso de histeria, maldiciendo los postes de ese campo mientras Czibor se encerraba en un mutismo alucinado. En la final del 54, Hungría también había estrellado dos balones en los postes de aquel campo”, escribió Alfredo Relaño en El País.
Aquella final supuso el punto y final de una época para el FC Barcelona. Tras la derrota en la Copa de Europa, Czibor se marchó al eterno rival, el RCD Espanyol, mientras Luis Suárez puso rumbo a Italia de la mano del Inter de Milán. Kubala seguiría los pasos del ‘Pájaro Loco’ una temporada después. La ‘Cabeza de Oro’ se quedó hasta 1966, retirándose como blaugrana. Cuentan las crónicas de la época que se despidió del fútbol entre lágrimas de emoción. Con un lloro totalmente diferente al que le provocó Berna en dos ocasiones. Suiza, ese país tan tranquilo y bucólico, se convirtió en territorio maldito para Kocsis. Fundió su oro impidiendo que dos círculos completamente distintos se cerraran como él deseaba. Todo con los postes, que colaborando directamente con los rivales de ambas finales, demostraron que incluso los objetos pueden convertirse a veces en los peores antagonistas.
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Fotografía de Getty Images