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Continuando el legado de nuestros abuelos

Una lección aprendida a través del fútbol. Una historia descubierta por el amor a unos colores. Un relato que desafía cómo vivimos el fanatismo

La que vengo a contar es una historia que deseo genere controversia. Con suerte, luego de leer, haya preguntas en tu cabeza y te cuestiones un par de cosas sobre ser argentino, sobre el fanatismo, sobre enemigos y rivales. No voy a tomar más crédito que el de poner estas palabras acá pero, que quede claro, esto no lo inicié yo.

El año es 1869, un pibe de 16 años se baja de un barco después de cruzar medio mundo y toca una puerta con una carta de recomendación en la mano. Consigue un trabajo, estudia, se recibe de profesor de inglés, funda un colegio y deja un legado imborrable en la historia del fútbol mundial. El personaje es Isaac Newell y la ciudad Rosario. Todo esto parece fácil, y hasta un poco insulso, así resumido en pocas líneas. Es cuando uno se pone a desmenuzar el significado de las palabras, que todo cobra valor. Ahora, tomate unos segundos, proyectá todo esto en términos actuales y releé. Es más, imaginate a vos mismo con esa edad, dejando a tu familia, llegando a un país desconocido sin siquiera manejar el idioma, y logrando el sueño más grande que tengas. Sería como algo salido de una película, ¿no? Increíblemente, y para nuestra suerte, ese muchacho y su historia fueron reales, y muy importantes en nuestras vidas.

Más de un siglo después: el año es 2019, un pibe de 28 años se toma un avión, un par de trenes y llega a una estación. Allí lo espera un desconocido, lo único que los une es haber hablado por teléfono sobre alguien que murió mucho antes de que ellos nacieran. Dan vueltas por la ciudad, visitan lugares históricos y se dan las gracias con un apretón de manos. El personaje soy yo y la ciudad es Strood, en Inglaterra. Esta segunda parte no es ningún logro, no originó ningún hito histórico, ni dejó herencias. Lo que sí hizo, sin embargo, fue dejarme un gran aprendizaje y ayudó a que comprenda cómo los valores se pasan de generación en generación, aun sin entenderlos del todo.

Vos sabes, como rosarino o como argentino, lo que tenés que amar y lo que tenés que odiar. Te lo dijeron desde pequeño, creciste con eso y te lo cuestionaste muy poco. Es la verdad, no hace falta reproducir comentarios violentos hacia los habitantes de aquellas islas o hacia los hijos de su madre del equipo contrario, ya todos los tenemos muy presentes. De hecho, convivimos con comentarios de ese tipo, los enseñamos a los más chiquitos y reímos orgullosamente cuando los repiten. Esta es la parte donde te preguntas qué carajo estás leyendo, seguí, seguí un poquito más. Es normal sentirse culpable, es común darse cuenta de que tenés mejores amigos de Central, aunque en la cancha cantes que hay “que matar al Sinaliento”. Ahora, no es tan habitual encontrarte con un inglés, que te reciba como en tu casa, te regale una camiseta de su equipo favorito, y te cuente con satisfacción sobre las personalidades salidas de su tierra. Todo esto después de haber crecido escuchando miles de historias sobre la Guerra de Malvinas y de haber acrecentado un odio que no estaba allí cuando naciste, por alguien que jamás conociste. El que no salta es un inglés.

 

Vos sabes, como rosarino o como argentino, lo que tenés que amar y lo que tenés que odiar. Te lo dijeron desde pequeño, creciste con eso y te lo cuestionaste muy poco

 

Viví un tiempo en Irlanda y, como buen viajero, andaba en esos días de extrañar casa, la familia, los amigos y las costumbres más simples. Creerlo o no, lo que siempre me mantuvo más cerca fue el fútbol. No sólo como deporte, si no como el sentimiento y todo lo representado alrededor del ritual dominguero: ¿qué hay más argentino que comerse un asado con amigos e ir a la cancha?, ¿o ver el partido gritando frente a la pantalla con tu familia? A mi me hace acordar a mi abuelo, al primer partido que fui de chiquito (aquel día de la inauguración de la platea, contra la Selección Argentina sub-20 de Pekerman), los posters de los viejos campeonatos colgados en el negocio, las charlas de los lunes cuando terminaba la fecha y varias otras cosas. Era uno de esos fines de semana lluviosos donde, viendo un compilado de goles, se te pianta un lagrimón (‘Uh, yo estuve ahí…’, ‘Que golazo…’). Y, casi sin querer, terminé leyendo sobre este tipo al que le gustaban los deportes y que, junto a su mujer Anna Margareth, fundó una escuela en la intersección de la calle Entre Ríos y el río. De repente, estuve más cerca de casa que nunca, recordando las veces que pasé por esa esquina y miré hacia abajo, donde está el patio de esa institución. Ahí se disputaron los primeros encuentros, ahí se empezaron a aplicar las reglas oficiales que trajo este loco de los deportes, ahí arrancó la pasión que te hace saltar en la popular y putear al cielo, la misma que distribuyeron por el mundo tantos ídolos nuestros. Que locura, ¿cómo no sabía todo esto?

Estaba a punto de mudarme a Australia y quería llevarme lo aprendido, hacer lo mismo, de alguna manera me sentía identificado. Leí un poco sobre la liga de fútbol australiana -que tiene sólo 15 años de antigüedad-, reglas sobre filiales y peñas en la página de nuestro club, y soñé un poco con crear Newell’s Old Boys de Melbourne. A años luz de la visión de Isaac y Anna, y para arrancar por algún lado, creé una página de Facebook en inglés: Newell’s Old Boys-Australia. Lo primero que descubrí luego de establecerla, era que existía alguien que había hecho lo mismo en Inglaterra, para conmemorar la vida y obra de Isaac con una estatua en su ciudad natal. Inmediatamente, les envié un mensaje preguntando por su proyecto y diciendo que quería pasar por allí para conocer Taylor’s Lane, la calle donde nació y vivió Isaac. La respuesta que obtuve fue de asombro y amabilidad: Adrian Pope, fanático del fútbol, apasionado por las coincidencias y responsable por una lucha de años para el reconocimiento de este legado, se ofrecía a encontrarme en Strood y mostrarme cada rincón relacionado a la historia de Newell’s. Luego me enteraría que no era el primero en visitar por los mismos motivos y que Adrian tenía práctica guiando gente en este pequeño lugar, a pesar de ser de un pueblo cercano llamado Cranbrook. Su amor por los colores empezó años atrás, mientras enseñaba inglés en Argentina. Asistió a una serie de partidos en Buenos Aires, entre ellos un Racing-Newell’s, en el Cilindro de Avellaneda. Fue ahí, que el nombre del equipo rival le llamó la atención lo suficiente como para investigar su origen: un profesor de inglés, proveniente del condado de Kent, 100 años atrás. Justo como él, pero en el pasado: la identificación con Isaac fue instantánea. Este fue el comienzo de un largo camino de descubrimiento de su trabajo, procedencia e ideas, que continúa hasta el día de hoy.

Antes de visitar Strood, Adrian me dijo que conocía a alguien en Irlanda que había empezado un Twitter con noticias de Newell’s en inglés. No sólo eso, si no que además, estaba por viajar a Argentina especialmente para ir a ver algunos partidos. Tenía que escribirle. Luego de algunos mensajes, aprendí que Jamie conoció Newell’s a través del ex-técnico de Tottenham Hotspur, nada menos que el tricampeón, Mauricio Pochettino. También me contó que ‘Poche’ y Marcelo Bielsa, en el Leeds United, hablaron tanto de su amor por el rojinegro que dejaron a amantes del fútbol preguntándose por Newell’s y su historia. Tal es así, que Jamie se las ingenió para conseguir camisetas y venderlas por Europa.

La pasión era real, y esto era sólo la punta del iceberg. Cuando llegué a Strood, Adrian estaba esperándome en la estación. Vestía ropa deportiva y tenía una bolsa en la mano. Lo primero que hizo fue presentarse y recibirme con un regalo: una camiseta oficial del Gillingham FC. Este club de la League One (tercera categoría en Inglaterra) hubiese sido el equipo de Isaac de quedarse en el Reino Unido. Mientras caminábamos hacia Taylor’s Lane, que no estaba muy lejos de allí, Adrian me explicó que la campera que llevaba puesta era de un equipo escocés, y que no era ninguna coincidencia. Ross County FC fue el equipo del cual el primer presidente del Central Argentine Railway Athletic Club (actual Rosario Central) hubiese sido hincha. ¿El motivo para vestir ese escudo? Tener un gran amigo escocés, simpatizante de ese equipo. Lo primero que se me vino a la mente, fue que eso no lo permitiría ningún fanático en Rosario. Nótese la palabra utilizada, acá va la definición. Fanático: Que defiende una creencia o una opinión con pasión exagerada y sin respetar las creencias y opiniones de los demás. Pensé por un momento, o dos, que para realmente entender la pasión por un equipo en modo argentino, hay que nacer en nuestro suelo.

Pero me tomó segundos darme cuenta de que lo que pensaba era absurdo, el tipo este quería organizar un “clásico” donde jugaran Gillingham FC y Ross County FC. Propuso conseguir camisetas para que, a mitad del partido, se las cambiaran por las de Newell’s y Central. Ésta fue una sugerencia del historiador de Newell’s, Ángel Carlos Burgos. La idea era celebrar la creación de todos esos clubes y su relación directa. Al igual que la estatua, era un proyecto que aún no había despertado el interés suficiente como para ser realizado. Mientras me imaginaba todo el laburo que había hecho, sentí un poco de pena por la falta de reconocimiento que tenía Adrian. Sin embargo, él hablaba y respondía con un entusiasmo renovado en cada pregunta. Eso era verdadera pasión.

Señaló en dirección a una señora que salía por una puerta, en una calle pequeña muy cercana al río Medway que, con el paso del tiempo, se había convertido casi en un callejón. Estábamos parados donde había nacido Isaac Newell. Era increíble imaginar que si esa persona no hubiese existido, la vida de tantos de nosotros hubiese sido muy diferente. La cantidad de sucesos que tuvieron que encadenarse para que yo estuviera ahí parado, por la razón que lo estaba, era abrumadora.

Me quedé pensando un rato, mientras caminábamos hacia el Medway Archives Centre, en el poco aprecio que se le tenía a esta figura en su país natal. Algo que, parcialmente, explicaba todo el esfuerzo que Adrian hacía. El edificio público que contenía todo registro de nacimientos, casamientos y muertes de los ‘Pueblos de Medway’ (Strood, Rochester, Chatham, and Gillingham), era el lugar de trabajo de Cindy O’Halloran. Esta señora, que previo a mi llegada había tenido una conversación con Adrian, nos abrió la puerta del establecimiento, que se encontraba cerrado. Entendí, por la charla, que ella era de gran ayuda en el estudio del legado de Isaac. Tenía en la mano una copia de su certificado de nacimiento, que me entregó a modo de reliquia, para que algún día cuelgue en la pared de la sede australiana. Cindy hace un trabajo de hormiga para que pueda incluirse el apellido Newell en la remodelación de ciertas partes de Strood. Por su parte, Adrian documentaba todo en fotos, como testimonio de su tour. Para ellos mi presencia era algo importante, daba valor a su trabajo, y me alegraba colaborar de esa manera.

Mientras me instruía sobre otros personajes, como el escritor Charles Dickens, que había vivido muy cerca de Isaac en el vecino poblado de Higham, llegábamos a la iglesia St. Nicholas donde Newell fue bautizado. Allí conocí a varias personas que, para mi sorpresa, repetían historias sobre nuestro club. A los que no tenían idea del hombre que había desembarcado en Argentina un siglo atrás, Adrian se encargaba de repartirles la información. Lo hacía de una forma sintética, utilizando a Lionel Messi como carta de presentación y, a partir de allí, mostrándole los motivos por los cuales tenían que sentirse orgullosos. Podía ver, de primera mano, lo que venía haciendo desde hacía más de 18 años. Nunca fui muy religioso, pero estar en ese lugar también fue especial. Imaginaba la familia Newell y al bebé ese que terminó afectando tanto a una ciudad.

La agenda de visitas era apretada, Adrian tenía que volver a trabajar, pero de buena voluntad siguió el recorrido histórico. Me mostró los jardines del castillo, que estaba al otro lado del río desde donde podía verse Taylor’s Lane, y el lugar donde él planeaba situar la estatua.

Aún quedaba una sorpresa más: visitar el Priestfield Stadium, hogar del Gillingham FC. En el camino hacia allí, Adrian me contó sobre un personaje con el que visitó Rosario: Doug Hudson. Este señor es músico y voz del estadio Priestfield y ha sido invitado especial del Departamento de Cultura de nuestro club. En su visita dejó una copia de su canción Campeones, la cual escribió él mismo y reproduce en la cancha durante los partidos. Si la quieren escuchar, estoy seguro de que la letra los va a sorprender. Al llegar, Adrian utilizó -otra vez- el truco de nombrar al mejor, y así lograr que nos dejaran entrar a ver el césped. Iba a todas partes con su banderín de la lepra, lo usó hasta para detener al jugador estrella del equipo, Jack Tucker, que salía del entrenamiento.

Su amor por Newell’s Old Boys era el mismo que por Gillingham. Cuando todo terminó, le agradecí y me preguntó si aceptaba aparecer en su página, para promover las visitas a esta humilde ciudad, y para que más gente conociera lo que Isaac había logrado. Sin dudarlo accedí, y volví a saludarlo para despedirme. La vuelta en tren a Londres se me hizo muy corta, repasando lo que había disfrutado y entendiendo, quizás, que lo que Don Isaac quería promover, era justamente esto: el buen espíritu deportivo, la camaradería, el orgullo de los orígenes y el respeto por la historia. Y yo mismo -y todos nosotros-, más de una vez, había obrado en contra de eso desde la popular o frente a la tele, deseando el mal a mi rival. Que al fin y al cabo, no es más que eso, un competidor. Nacido también de los sueños de alguien más que quizás, como nuestros abuelos, llegaron a este país para tener una vida mejor.

Por la forma en que vivimos hoy, se nos hace difícil trazar una línea que marque donde termina la pasión y donde empieza la violencia. Entiendo que es complicado discernir y cambiar odio por respeto, pero uno no es hincha de un club sólo por el fútbol, lo es por los valores que a uno lo identifican y lo separan de lo que otros defienden. Otras generaciones fueron las que nos dieron este legado pero mantenerlo, mejorarlo y hacerle honor, seguramente sea trabajo de esta.

En algún momento, durante el traspaso de conocimientos, los recuerdos se corrompieron o la comunicación falló, porque no se entiende como ser argentino signifique ser mejor que alguien de un país diferente. No es fácil justificar tampoco, para el que no se crió acá, como ser hincha puede ser sinónimo de querer lastimar al que no comparte nuestras ideas. Si en algún momento pensé que aquel señor inglés jamás comprendería lo que es sentir cómo se siente en Rosario, será porque su diccionario no define la pasión como violencia. Estoy seguro de que no minimiza al rival pero en cambio lo ve como par, para luego derrotarlo en el campo, como alguien a su misma altura. No somos nada sin nuestra contraparte, y menos somos por quererla extinta. Los jóvenes de hoy contaremos las anécdotas, con la responsabilidad que eso conlleva, y espero que lo hagamos mejor describiendo la pasión. Entreguémosle sentido: enalteciendo las victorias, pero con humildad, explicando las derrotas pero jamás desprestigiando al rival. Después de lograr eso podremos empezar a honrar a nuestros abuelos de la manera en que ellos lo soñaron.

 


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Un texto de Alejandro Conta.