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Al final, siempre es lo mismo

Estados Unidos no dio lugar a la sorpresa y se llevó su cuarta Copa Mundial a casa tras superar a una Holanda que llegaba como vigente campeona de Europa

Se acabó. Ya no quedan más minutos por disputarse y los aficionados de todo el mundo comienzan a abandonar Francia. Ha sido un Mundial intenso; un mes movido. Pero en las caras de todos se asoma una mirada de aceptación. Una sonrisa de resignación. No saltó la sorpresa en el país galo y “el mejor y segundo mejor equipo del Mundial”, como dijo Krieger, se llevó la copa a Estados Unidos. Y ya van cuatro. De los ocho Mundiales que se han disputado hasta la fecha, las norteamericanas se han llevado la mitad y en los restantes no se han bajado del podio.

Sin embargo, la relativa sorpresa de este Mundial nos la ha dado Holanda. Las ‘leonas naranjas’ se han plantado en la finalísima de este torneo de selecciones y han plantado cara a todo un equipo bien consolidado como Estados Unidos. Sin embargo, el éxito holandés en el fútbol femenino se remonta, concretamente, a diez años atrás. Con Vera Pauw en los banquillos, los Países Bajos consiguieron clasificarse, por primera vez, para un torneo de selecciones. En 2009, las neerlandesas llegaron a la Eurocopa de Finlandia con el objetivo de cuajar un buen debut y, en lo que acabaría siendo una sorpresa mayúscula, quedaron en tercera posición. Desde entonces, el fútbol de los Países Bajos ha sido un ejemplo de superación y un espejo para el resto de selecciones.

Desde aquel entonces, la selección comenzó a mejorar y logró clasificarse para la Eurocopa de 2013 y, por primera vez en su historia, para el Mundial de 2015. Esperanzadas en repetir aquel debut soñado, cayeron los primeros jarros de agua fría. En el torneo europeo de selecciones, se marcharon de Suecia a las primeras de cambio. En Canadá, lograron superar la fase de grupos pero al llegar a los octavos se encontraron con su patíbulo. Sin un rumbo de juego fijo, aquella selección no parecía encaminada a lograr grandes hazañas. Hasta que llegó la gran artífice de este combinado…

En 2017, Sarina Wiegman tomó las riendas de la selección holandesa y, lo que parecía un cambio más en la dirección técnica de aquel combinado, se convirtió en un acierto histórico. No era la primera vez que la ponían al frente del proyecto y, a pesar de que dicen que segundas partes nunca fueron buenas, Holanda logró resultados con los que no tenía permitido soñar. Partían como las anfitrionas de la Eurocopa de 2017 y el último recuerdo de aquel campeonato fue el de la selección nacional levantando el título de campeonas. Lideradas por futbolistas de la talla de Martens o Van de Sanden, consiguieron batir a cada una de las selecciones que pasaron por delante.

Con esa ilusión llegaron a Francia hace poco más de un mes. El joven grupo de futbolistas se conjuraron para cuajar un Mundial digno del papel que habían aceptado y así fue. Las vigentes campeonas de Europa fueron superando fases y mandando de regreso a casa a los diferentes combinados ante los que se enfrentaron. Así pisaron el césped de Lyon. La final soñada; el rival más duro.

 

Rapinoe engañó a Veenendaal. Derribó el muro y corrió hacia la esquina. La vuelta tradicional, mirando la totalidad del estadio, y los brazos al cielo. Es el reflejo perfecto de lo que es la selección

 

Estados Unidos se bajó del avión con la etiqueta de favoritas sobre los hombros. Lo que podía haber derivado en una losa, se convirtió en una motivación. Solo en el estreno endosaron más de una decena de goles a Tailandia y materializaron la goleada más abultada de un Mundial. Sin misericordia y ocultando sus debilidades, superaron sin demasiada dificultad la fase de grupos. Pero no fue un camino de rosas para la selección de las barras y las estrellas. En octavos, España le tomó las medidas al combinado norteamericano y solo Rapinoe, con dos tantos desde los once metros, consiguió decantar el electrónico.

Ante Francia e Inglaterra calcaron el marcador. Abonadas a los 2-1, fueron sorteando eliminatorias hasta llegar a la tan esperada final. No dieron pie a ninguna sorpresa y ganaron los partidos con una frialdad inusitada. Conscientes de que en algún momento se pondrían por delante, dominaron el tiempo a su antojo y las victorias fueron para ellas. Y ante ellas, en la gran final, se encontraron a las holandesas.

La dinámica de cada encuentro había sido ponerse por delante en los primeros minutos y, a raíz de ahí, buscar el segundo y dormir el juego. Incluso se acomodaban en las esquinas del verde en un sinfín de pases sin sentido. Pero Holanda también conocía la dinámica y resistió las embestidas norteamericanas. Van Veenendaal se convirtió en la heroína de la primera mitad y sacó balones en los que todos dimos gol. Se desesperaban las estadounidenses al tiempo que crecía la confianza neerlandesa. Pero ni las internadas de Miedema, ni las escasas apariciones de Martens se tradujeron en ocasiones claras. Apenas pusieron en apuros a Naeher y los pocos disparos acabaron en sus manos.

La segunda mitad, en la línea de lo que ha sido este Mundial, tuvo a la tecnología como protagonista. Morgan, pilla, avanzó el balón y la bota de Van der Gragt impactó en el hombro de la delantera. Cayó al suelo y la colegiada, tras revisar la pantalla, marcó la pena máxima. Rapinoe engañó a Veenendaal. Derribó el muro y corrió hacia la esquina. La vuelta tradicional, mirando la totalidad del estadio, y los brazos al cielo. Es el reflejo perfecto de lo que es la selección. Además, ocho minutos más tarde, Rose Lavelle culminó una jugada personal con un fuerte latigazo a la derecha. Ella lo celebró con rabia e ilusión. El reflejo ideal del futuro de la selección.

Y así, con la visión de las norteamericanas levantando y besando la copa, los aficionados se marcharon del estadio. Felices los unos, resignados los otros. Sin sorpresas, Estados Unidos se llevó un torneo en el que siempre son favoritas. Para el resto de los aficionados, la sensación general de que muy pocas selecciones están al alcance de derribar a las de América. La misma sonrisa de resignación que se nos presenta en el rostro cuando perdemos la ilusión de la victoria y aceptamos que, al final de todo, siempre es lo mismo.