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Una Eurocopa de oro

Hace más de dos décadas, Francia se proclamó campeona de una Eurocopa inolvidable tras vencer a Portugal e Italia con dos goles de oro de Zidane y Trézéguet

“Esta Eurocopa nos recuerda por qué el fútbol apasiona a medio mundo. A los más pequeños y a los más mayores. A pobres y ricos. A los que han jugado a un alto nivel y a los que nunca han participado en un partido de fútbol en sus vidas. No es porque exista más arte en el fútbol que en otros deportes. Ni porque se preste más a un riguroso análisis cerebral. El fútbol genera más pasiones que el básquet, el tenis o el golf porque resulta más imprevisible. Ninguno otro deporte genera más dramatismo. El fútbol es como una buena obra de teatro. Ofrece un fiel reflejo de la vida. Cruel, glorioso e injusto; causa felicidad y tristeza en igual medida, y cuando uno menos se lo espera. Los seres humanos tienen un control limitado sobre sus destinos. Pueden determinar lo que les va a ocurrir solo hasta cierto punto. Como los futbolistas, los entrenadores o los aficionados. Italia, en la final contra Francia, era como un individuo afortunado –enamorado, rico, adorado por los hijos, querido por los amigos– que, de repente, en su momento de mayor plenitud, sufre un ataque al corazón. O le atropella un autobús. Francia hacía en ese partido el papel del individuo que sabe que es talentoso, simpático, pero al que la vida no le ha salido bien. Hasta que, de repente, al borde de la muerte, en el minuto 93, gana la lotería y todo el mundo se enamora de él. Y así constantemente en esta Eurocopa, y en el fútbol”, afirmaba John Carlin en las páginas de El País justo el día después de que la selección francesa alzara su segundo entorchado de la Eurocopa al deshacerse de Italia en una final eterna, decidida gracias a un gol de oro de un joven David Trézéguet en el minuto 103.

Aquella Eurocopa, celebrada en Bélgica y Países Bajos entre el 10 de junio y el 2 de julio del 2000, resultó única e inolvidable; y estuvo repleta de goles (85), con un promedio, de hasta 2,74 por encuentro, que sigue siendo el más alto de los últimos 40 años, y de sorpresas desde la fase de grupos. Inglaterra y Alemania, que acudió a la cita con la intención de revalidar el título conseguido cuatro años antes en Wembley, quedaron eliminadas a las primeras de cambio tras acabar en la tercera y la cuarta posición del grupo A, justo por detrás de la Rumanía de Gica Hagi y Portugal.

En las primeras semanas de la competición, el cuadro luso, dirigido por Humberto Coelho, “una rara conjunción de calidad y disciplina”, según apuntaba Julio César Iglesias en El País, se reafirmó como uno de los grandes candidatos al título. Tras debutar remontando un 0-2 adverso contra Inglaterra, obra de Paul Scholes y Steve McManaman, con tres goles de Luís Figo, João Pinto y Nuno Gomes, y de derrotar a Alemana por un contundente 3-0, con un hat-trick de Sérgio Conceição a Oliver Kahn; el conjunto portugués accedió a las semifinales después de imponerse a la Turquía de Hakan Sükür gracias a un doblete de Nuno Gomes; que cerraría el campeonato con cuatro goles y a uno de Savo Milošević (Yugoslavia) y Patrick Kluivert (Países Bajos) y con uno más que el propio Conceição, Thiery Henry y Zlatko Zahovič, que celebró tres de los cuatro goles de Eslovenia y asistió a Miran Pavlin en el restante.

Rumanía, por su parte, que había dejado en la cuneta a Inglaterra con un tanto de Ionel Ganea desde los once metros en el último suspiro de la última jornada de la fase de grupos, hincó la rodilla ante Italia, que se impuso en ese cruce de los cuartos de final gracias a las dianas de Francesco Totti y Filippo Inzaghi. En las dos otras eliminatorias de cuartos, la Holanda de Frank Rijkaard avasalló a la Yugoslavia de Vujadin Boškov (6-1), con un hat-trick de Kluivert, un doblete Marc Overmars y un gol en propia portería de Dejan Govedarica, en un duelo arbitrado por el español José María García-Aranda, y la Francia de Roger Lemerre superó a la España de José Antonio Camacho por un más que ajustado 1-2.

 

“Esa maravillosa volea de Alfonso quedará para la historia. No solo por lo que representa para la selección española. Sino por lo que tiene el fútbol de impredecible y misterioso, de gigantesco motor de emociones”

 

El conjunto español inició su aventura en aquel campeonato viéndose sorprendido por Noruega (0-1), en un encuentro en el que Steffen Iversen aprovechó una salida mal medida de José Francisco Molina para anotar el primer gol del equipo nórdico en una Eurocopa; pero, ya con Santiago Cañizares bajo palos, los hombres de José Antonio Camacho se levantaron de la lona y acabaron primeros del grupo C tras imponerse a Eslovenia por 1-2, con goles de Raúl González Blanco y de Joseba Etxebarria, asistido por Gaizka Mendieta, y a Yugoslavia en un encuentro brutal, salvaje.

España llegó al partido contra la Yugoslavia de Savo Milošević (Zaragoza), Slaviša Jokanović (Deportivo de La Coruña), Miroslav Đukić (Valencia), Goran Đorović (Celta de Vigo), Albert Nađ (Oviedo), Jovan Stanković (Mallorca) y Željko Cicović (Las Palmas) con la necesidad de vencer para avanzar a la fase final, pero, a la media hora de juego, Milošević aprovechó un “colosal error de Míchel Salgado”, según escribió Santiago Segurola en la crónica de El País, para celebrar el 1-0. España reaccionó en el minuto 38, de la mano de Alfonso Pérez, pero, ya en el prólogo del segundo acto, Dejan Govedarica volvió a poner por delante a los balcánicos. Pedro Munitis restableció el equilibrio en el electrónico apenas un minuto después, con un disparo con la zurda colocado a la escuadra, pero, en el 75′, y a pesar de contar con un hombre menos por la expulsión de Jokanović, la Yugoslavia de Boškov pareció enterrar definitivamente las esperanzas españolas con el 3-2, obra de Slobodan Komljenović. Pero el equipo de Camacho, reacio a aceptar la derrota, siguió persiguiendo la utopía y en el minuto 94 volvió a entrar en el partido de la mano de Mendieta, que transformó un penalti cometido sobre Abelardo Fernández. España seguía eliminada, pero, ya en el 95′, “ya muy fuera de tiempo”, Pep Guardiola, que cuajó un encuentro sobresaliente, “recogió la pelota en la posición de interior derecho y cruzó el último centro al área. Ismael Urzaiz se elevó, ganó la disputa al central y dejó el balón franco para el remate de Alfonso”, narraba Segurola en una crónica que tuvo que reescribir un sinfín de veces y que arrancaba con unas líneas tan bellas como imprescindibles: “Esa maravillosa volea de Alfonso, entrando al balón de zurda en el último minuto del partido, quedará para la historia. No solo por lo que representa para la selección española. Sino por lo que tiene el fútbol de impredecible y misterioso, de gigantesco motor de emociones”.

En los cuartos de final, el camino de España se cruzó con la gran favorita: una Francia que dos años antes se había proclamado campeona del mundo por primera vez en toda su historia y que 16 años antes había alzado su primera Eurocopa tras batir a España en una final de infausto recuerdo por aquella falta de Michel Platini que Luis Miguel Arconada nunca llegó a detener. Zinedine Zidane, que, “se desplazó por el Estadio Jan Breydel como un emperador, con su tranco majestuoso y convirtiendo cada una de sus acciones en una obra de arte”, según remarcó Segurola, avanzó a los galos con un precioso tiro de falta en el minuto 32. España, que salió de inicio con Cañizares, Salgado, Paco Jémez, Abelardo, Agustín Aranzábal; Mendieta (Urzaiz, min. 57) Guardiola, Iván Helguera (Gerard López, min. 77), Munitis (Etxebarria, min. 73); Raúl y Alfonso, celebró el empate en el 38′, con un penalti transformado por Mendieta, pero, ya en el 44′, al filo del descanso, Youri Djorkaeff anotó el que sería el 2-1 definitivo.

En el último suspiro, en el último minuto del tiempo reglamentario, Pierluigi Collina pitó un penalti de Fabien Barthez sobre Abelardo. Pero el disparo de un joven Raúl se fue, junto a los sueños de la selección, por encima del larguero y se estrelló en la reja que separaba el terreno de juego de los hinchas franceses. “Las oportunidades pasan y hay que aprovecharlas. Hoy se ha escapado una. Pero habrá más”, acentuaba el ’10’, optimista, mientras la selección española hacía las maletas para volver a casa antes de tiempo una vez más y mientras la selección gala avanzaba hacia las semifinales.

Ahí, Francia se cruzó con Portugal. Nuno Gomes avanzó a los lusos en el minuto 19, pero un Thierry Henry de apenas 22 años envió el partido a la prórroga en el minuto 51. Y en el tiempo extra emergió la figura de Zinedine Zidane, que por aquel entonces todavía vestía la camiseta de la Juventus. “Sabotea los dibujos tácticos y crea un nuevo orden moviendo el balón de un modo que nos descubre espacios libres allá donde nunca los hubo. Las zetas de su nombre y de su apellido resumen la geometría de un estilo de juego que brilla, entre otras cosas, porque es diferente al de los demás. Esa capacidad para ir hacia adelante, girar enseguida a la derecha, retroceder en diagonal con el balón en los pies, virar perpendicularmente en el sentido contrario y, de repente, detenerse a contemplar todo el terreno recorrido está contenida en el trazo simétrico de una doble zeta que, sin renunciar nunca al aspecto combinativo del juego, pero realzando sus elementos más estéticos, ha sido con independencia de los resultados lo mejor de la Eurocopa”, afirmaba Sergi Pàmies en El País, rindiéndose a un Zidane que en el minuto 117, y desde los once metros, guió a la selección gala a la final con un gol de oro y que acabaría siendo elegido el mejor jugador del torneo, e integrante del equipo ideal junto a Barthez, Francesco Toldo, Laurent Blanc, Frank de Boer, Fabio Cannavaro, Marcel Desailly, Alessandro Nesta, Edgar Davids, Pep Guardiola, Luís Figo, Patrick Vieira, Nuno Gomes, Raúl Henry y Kluivert.

En la segunda semifinal, una Italia “ruin”, “miserable” y “de la alta Edad Media”, según se podía leer durante aquellas semanas en El País, se deshizo de una Holanda que “entre jugadas de gol, penaltis fallados, rebotes peligrosos y tiros al palo hizo méritos para cuatro goleadas”. Los Edwin van der Sar, Jaap Stam, Frank de Boer, Giovanni van Bronckhorst, Phillip Cocu, Edgar Davids, Dennis Bergkamp, Boudewijn Zenden, Overmars o Kluivert se estrellaron una vez tras otra contra Toldo. De Boer y Kluivert desaprovecharon dos penaltis durante los 90 minutos, a los que hay que añadir los que marraron el propio De Boer, Stam y Paul Bosvelt en la tanda (3-1) que les dio un billete para la final a los italianos. 

Ante las más de 48.000 personas que abarrotaron De Kuip, Dino Zoff, que en 1982 se había convertido en el futbolista de mayor edad en coronarse campeón del mundo, con más de 40 años, dispuso un once con Toldo en la portería, Gianaluca Pessotto, Cannavaro, Nesta, Mark Iuliano y Paolo Maldini en la zaga, Demetrio Albertini y Luigi di Biagio (Massimo Ambrosini, min. 66) en el centro del campo, Stefano Fiore (Alessandro del Piero, min. 53) de enganche y Francesco Totti justo por detrás de Marco Delvecchio (Vincenzo Montella, min. 86), “abandonado a construir solitarios y soliloquios“, como apuntaban Eduardo Rodrigálvarez y Diego Torres en El País; mientras que Lemerre alineó a Barthez; Lilian Thuram, Desailly, Blanc, Bixente Lizarazu (Robert Pires, min. 86); Viera, Didier Deschamps; Djorkaeff (Trézéguet, min. 76), Zidane, Henry; Christope Dugarry (Sylvain Wiltord, min 58).

El duelo se presentaba como un apasionante choque de estilos antagónicos, entre el fútbol creativo de los franceses y el destructivo de los italianos. “El fútbol es lucha y sufrimiento antes que diversión. Primero hay que ganar, y para ganar hay que sufrir”, acentuaba Cannavaro, del Parma, en la víspera. “Es preciso jugar con un conductor del juego para que la gente disfrute más viendo este deporte”, había dicho un Zidane que se vio preso por la telaraña defensiva dibujada por Zoff. “Fatigó en tierra extraña, rodeado de enemigos, literalmente aislado por el calvo Di Biagio, el atlético Nesta, el aseado Albertini o el pistón Cannavaro”, se podía leer en El País.

El encuentro se decantó a favor de los transalpinos justo en el momento en el que se atrevieron a mirar hacia adelante, con la entrada de Del Piero en el lugar de Fiore. “¿Por qué se limita tanto a un equipo que en el segundo tiempo puso en graves aprietos a Francia? ¿Por qué Totti y Del Piero no pueden jugar juntos, si la realidad dice lo contrario? ¿Por qué Italia no se libera de sus prejuicios represivos? En contra de los que han considerado una herejía la reunión de Totti y del Piero en el equipo, los hechos demostraron lo contrario en la final. No solo Italia abandonó la vulgaridad anterior, sino que introdujo un factor que modificó el encuentro de punta a punta”, acentuaba Segurola en la crónica del encuentro antes de retratar la diana de Delvecchio (55′): “La jugada comenzó con un delicado taconazo de Totti a Pessotto, que progresó por la derecha y colocó un centro envenenadísimo. Delvecchio se adelantó a los centrales y marcó”.

Pero en el último minuto”, y mientras el banquillo transalpino ya acariciaba y celebraba su segundo título de la Eurocopa, Barthez sacó en largo y, tras un mal despeje de Cannavaro, “Wiltord logró controlar la pelota en el área con un metro de espacio, suficiente para cruzar un remate espectacular”, proseguía Segurola. Y en el minuto 103, con Italia lamentándose y descolgándose del cuello la medalla de oro que ya sentía suya, el joven David Trézéguet, que dos semanas antes había cambiado el Mónaco por la Juve, firmó el gol de oro que decidió la final (2-1). “Pires, oficiando como lateral izquierdo, amagó a Cannavaro, se escapó y envió el centro definitivo. Trézéguet lo enganchó de aire y lo clavó en la portería. Dos años después de alzar la Copa del Mundo, ese tanto significaba la confirmación de Francia como jerarca del fútbol”, concluía Segurola.

“Es injusto. Es injusto. Precisamente el día que mejor jugamos al fútbol, perdemos. Hoy se ha visto una Italia estructurada y que ha hecho un gran juego. Se ha visto la mejor Italia del torneo. ¿Pero de qué ha servido? ¿De qué ha servido?”, se preguntaba Francesco Totti, mientras los franceses ya llenaban de besos, abrazos y sonrisas los Campos Elíseos para gritar al cielo, a los cuatro vientos, que su selección acababa de coronarse campeona de Europa.

 


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Fotografía de Getty Images.