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Una rivalidad imperial

El Austria-Hungría que veremos este martes en Francia no es un duelo cualquiera: es el derbi de Europa. Desempolvamos algunas de sus leyendas

Un par de meses antes de los Juegos Olímpicos de Estocolmo, en 1912, al gran patriarca del fútbol austriaco Hugo Meisl –árbitro, entrenador, presidente, dirigente…-, alguien a quien se le amontonaban las preguntas pero no las respuestas, se puso delante del referee inglés JT Howcroft y le suplicó algo parecido a esto en un tono desangelado y desencantado: “¿Cómo puede mejorar mi selección?“. Howcroft, ingeniero y principal colegiado británico de la época, por lo tanto hombre viajado y bien relacionado, le respondió del mismo modo que lo había hecho tiempo antes y frente a una pregunta igual a los dirigentes del Dordrecht FC holandés: “Llame a Jimmy Hogan“. Quien no quiera que no se lo crea pero esa contestación le encendió la luz al fútbol: la Ilustración balompédica arrancó en ese punto exacto, solo horas después de que Hungría levantara la copa de la Wagner Trophy en el antiguo estadio Hohe Warte de Viena, el tradicional hogar del First, al derrotar en el partido de vuelta a Austria pese al empate a uno de ese día. Desde ese momento, y durante dos décadas, en Centroeuropa, Jimmy Hogan simbolizó para el fútbol lo mismo que la Enciclopedia al Siglo de las Luces: una fuente de conocimiento moderno, reflexión, análisis, cultura e intelectualidad. Y lo hizo en el eje Viena-Budapest, con las relaciones de fútbol entre Austria y Hungría como envoltorio.

Hugo Meisl se llevó al inglés Hogan a Estocolmo y allí los vecinos íntimos se cruzaron en la final de consolación, en el mítico Rasunda, en la gran tarde de Imre Schlosser-Lakatos, un delantero furibundo, húngaro, pero perteneciente a la minoría de los suabos del Danubio, los alemanes étnicos del Reino de Hungría. Schlosser es uno de los mayores goleadores de la historia del fútbol. Un fenómeno social, depositario de cierta esperanza popular en tiempos de decadencia imperial. Hungría le ganó a Austria incluso con Meisl apoyándose en Hogan, en un partido que permanece grabado en las memorias porque fue el primer enfrentamiento oficial entre dos selecciones entonces definidas por las fina línea que divide la hermandad de la rivalidad. Hungría y Austria tenían selecciones porque eran dos naciones reconocidas (dos países) dentro de un mismo estado: el Imperio austrohúngaro, al estilo de lo que sucedía en el Reino Unido con Gales o Escocia. De hecho, Inglaterra se estrenó en partidos continentales en las orillas del Danubio durante una gira en 1908.

Hungría y Austria tenían selecciones porque eran dos naciones reconocidas (dos países) dentro de un mismo estado: el Imperio austrohúngaro, al estilo de lo que sucedía en el Reino Unido con Gales o Escocia

La FIFA reconoció a ambas selecciones del Imperio como entidades independientes dentro de esa coctelera de culturas, etnias, lenguas y religiones que se agitaba bajo la mano de la Casa de los Habsburgo y que se rociaba con la pólvora de las reivindicaciones nacionalistas, los odios transfronterizos, una política a la deriva y un puzle geográfico y administrativo que no encajó hasta que una guerra mundial y sus tratados de paz lo encajaron a duras penas. La FIFA admitió a Austria –un imperio dentro de un imperio- y a Hungría –un reino dentro de un imperio- como naciones autónomas, pero acabó por no hacer lo mismo con otra de las entidades de esa Monarquía Dual, el Reino de Bohemia, que jugó partidos contra los húngaros, pero no contra los austriacos, reacios a reconocer sus singularidades nacionales y que forzaron un veto en la FIFA para que Bohemia no jugará al fútbol en los Juegos de Estocolmo. Allí, sí se enfrentaron Austria y Hungría, pero antes, ambas selecciones, ya habían confrontado en una veintena de choques. Porque lo de hoy en los campos de Francia no es un duelo cualquiera: es el derbi de Europa.

Será el partido internacional número 137 entre ambas selecciones. Ningún enfrentamiento se ha repetido tanto a este lado del Atlántico. Solo el Argentina-Uruguay supera en ediciones (186) a los Hungría-Austria. Ni siquiera los Inglaterra-Escocia (112) o los Inglaterra-Gales (101) tantas veces repetidos gracias a la arcaica British Cup.

La primera vez fue en 1902, en Viena, al mismo tiempo, el primer encuentro internacional disputado entre dos países europeos no británicos. El acervo de estos partidos es generoso. Hungría y Austria jugaron entre 1911 y el asesinato en 1914 del imperial y real heredero archiduque Francisco Fernando en Sarajevo tres ediciones de la Wagner Trophy, una copa concebida para estimular las relaciones futbolísticas entre ambas naciones y que despertó cierto apasionamiento del pueblo magiar en tiempos de tensiones entre identidades. Hungría era una mejor selección en esos años. La Gran Guerra tampoco detuvo estos partidos, todos amistosos, en Viena o Budapest. Si ambas selecciones se enfrentaron en 24 ocasiones (1902-1914) antes de los disparos de Gavrilo Princip y el asesinato del archiduque, durante el conflicto armado se midieron en otros 18 partidos amistosos (1914-1918).

Será el partido internacional número 137 entre ambas selecciones. Ningún enfrentamiento se ha repetido tanto a este lado del Atlántico. Solo el Argentina-Uruguay supera en ediciones (186) a los Hungría-Austria

La cita se consolidó. Se había hecho habitual. También en el periodo posterior, mientras el Imperio se desgajaba con los tratados de Saint Germain y Trianón y surgían Checoslovaquia y la Yugoslavia primitiva, Polonia incorporaba la Galitzia, Rumania se agrandaba con una Transilvania poblada de húngaros o Italia se agregaba el Tirol Sur. Con los años 20, el fútbol de la ribera del Danubio se enriqueció y tomó la vanguardia. La ligazón entre las selecciones (y clubes) húngara y austriaca creció con la creación de la Copa de Europa Central (Švehla Cup o Dr. Gerö Cup), el precedente más sensato de la actual Eurocopa. Un torneo sin una periodicidad fija y con sistema de liguilla que reunió en diferentes ediciones a las selecciones de Hungría, Austria, Polonia, Checoslovaquia, Yugoslavia, Italia, Suiza o Rumanía. Su gemela a nivel de clubes fue la famosa Copa Mitropa.

En ese paisaje, acabó por florecer la escuela danubiana inspirada por Jimmy Hogan en sus experiencias en Austria y Hungría (MTK Budapest). Un futbol que definió a los países alumbrados desde el Imperio austrohúngaro y que se cultivó en esos años de preguerra, guerra y posguerra (1912-1936). La íntima conexión entre el fútbol de Austria y Hungría impulsó la evolución de un nuevo modo de entenderlo y así cristalizó el estilo continental como oposición sistémica al estilo inglés. Hogan enseñó a los centroeuropeos las esencias del juego escocés, el fútbol de tapete: raso, suave, continuo, colectivo… El control del balón, la libertad ofensiva, la creatividad, los pases rápidos y unas mejores condiciones de preparación física cobraron relevancia. El fútbol pasó a jugarse con el cerebro. La urbanidad del eje Viena-Budapest fue decisiva. En los cafés de esas ciudades, el fútbol se convirtió en razón de debates. Apareció el análisis y la reflexión. El público se educó.

El fútbol pasó a jugarse con el cerebro. La urbanidad del eje Viena-Budapest fue decisiva. En los cafés de esas ciudades, el fútbol se convirtió en razón de debates

Al contrario que en Inglaterra, aún no era un fenómeno obrero, sino burgués. Comenzó a intelectualizarse en un ambiente de viejas glorias imperiales, entre la diversidad étnica (las minorías judías fueron una palanca fundamental en la financiación de clubes deportivos), bajo la huellas del estilo Biedermeier en las artes y la arquitectura, y en un contexto de intensa creatividad literaria y musical. El fútbol encajó como una manifestación similar al vals, y como tal debía jugarse: elegante, acompasado, entrelazado… De ese estilo de juego, brotarían dos de los grandes gigantes de la historia del fútbol. Más tarde, la Hungría de los Magiares Mágicos de los años 50. Pero, primero, el Wünderteam austriaco, a finales de los 20 y comienzos de los 30. Esta selección liderada por el mediocentro cerebral Josef Smistik, el genial delantero Matthias Sindelar o el artillero Josef Bican eliminó (2-1) a Hungría en cuartos de final de la Copa del Mundo de 1934 en Italia, en el estadio Littoriale de Bolonia. Era, hasta hoy, la última vez que los vecinos imperiales se han cruzado en un gran torneo de selecciones. En 40 años, de hecho, solo se han enfrentado 17 veces, pocas con carácter oficial: la última con este sello fue en la fase de clasificación para la Copa del Mundo de México’86, cuando la última gran Hungría, con Lajos Detari o Tinor Nyilasi, dejó fuera a Austria (3-1 en Budapest y 0-3 en Viena).

Austria y Hungría no se ven de frente desde hace diez años en un amistoso. Y hoy es el día de desempolvar las leyendas imperiales. El recuerdo de una proximidad futbolística que se remonta a principios del siglo pasado. Primero, lo hicieron clubes de Viena, Praga y Budapest (Cricket, First, Ferencvaros, Wiener AC, Slavia…) en la Challenge Cup (1897-1911). Luego, las selecciones con banderas de la Casa de los Habsburgo en aquellos duelos amistosos. Todo saltaría por los aires poco después en el Imperio, con sus consecuencias. Hoy, en las franjas oriental de Austria y en la occidental de Hungría, el partido latirá con cierta emoción. En el Burgerland austriaco, entre viñedos y castillos góticos, una vieja provincia del Reino de Hungría, una minoría de 15.000 magiares vivirá la cita de hoy asentada en el país del rival. El nombre bilingüe de esos pueblos revela la clásica historia mudable de las tierras del Imperio: Oberwart (Felsoor) es la capital cultural de esa minoría húngara del este de Austria. Pequeñas villas cercanas como Unterwart (Alsoor) y Siget in der Wart (Orisziget) tienen mayorías magiares, hablan en húngaro y tienen escuelas bilingües. Al otro lado de la frontera, en Sopron (Odenburg), un ciudad que hace 100 años tenía mayoría alemana, no será diferente. Un pequeño colectivo de alemanes étnicos con raíces en Austria vivirá el partido pisando suelo de adversario de hoy. En Hungría, aunque no todos conectan sanguíneamente con el vecino austriaco y en focos muy dispersos, más de 100.000 habitantes tienen una identidad germana y hablan en alemán. Son los vestigios de un laberinto de fronteras y nacionalidades: el Imperio de Austria-Hungría.