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¡Arbi! ¿Qué pitas?

Una mirada al difícil papel que tienen que desenvolver los árbitros en las categorías más modestas del fútbol español

Domingo, 9 de la mañana. Las tostadas quemadas y el café aguado. Marcel apura, solitario, su ‘piti’ en el balcón de su casa antes de acabar de hacerse la mochila. Su familia, mientras, duerme. De fondo suena Kase O y su áspero Viejos Ciegos, recordando tiempos pasados en los que las mañanas de los domingos no existían para él por la necesidad de descansar de las batallas libradas los sábados por la noche. Tal vez, este sea el único momento de tranquilidad, de reflexión instrospectiva, de parar el tiempo y no hacer nada más que respirar en todo el día. El silencio previo al caos. Ansiedad contenida. Botas, equipación y bolsa de aseo. Todo lo necesario para ir a la guerra. La puerta de su casa se cierra, entre prisas, hasta dentro de unas horas. Llega tarde a la oficina. Hoy es día de partido.

 

“Se ha creado una mala imagen, desde siempre, pensando en que los árbitros somos el Grinch del fútbol. No es así, solo intentamos hacer posible el desarrollo de este espectáculo tan bonito que es el fútbol, haciendo cumplir el reglamento”

 

Como Marcel Guinot, más de 20.000 árbitros se preparan cada fin de semana para acudir a su trabajo en los campos de fútbol. No son futbolistas ni técnicos: son educadores. En esa figura incomprendida, muchas veces juzgada bajo el pretexto del hooliganismo desmedido que casi todas las jornadas se puede ver en las gradas del fútbol modesto de nuestro país, se esconde uno de los trabajos del fútbol más ingratos de este deporte. “Se ha creado una mala imagen, desde siempre, pensando en que los árbitros somos el Grinch del fútbol. No es así, solo intentamos hacer posible el desarrollo de este espectáculo tan bonito que es el fútbol, haciendo cumplir el reglamento”. En la web de su sindicato se muestra una colección de titulares violentos, reflejados en las actas postpartido por muchos colegiados alrededor de España. Desde Barcelona hasta Canarias. Desde Galicia hasta Murcia. De punta a punta de nuestro país queda patente la cultura de protesta violenta contra la autoridad encima de un campo de fútbol. “Patada a la cabeza deja inconsciente a un árbitro de 18 años”, “un puñetazo hace vomitar a un árbitro que acaba en el hospital” o “de aquí no sales vivo” son algunas pinceladas de las conductas que adoptan algunos ‘aficionados’ de las categorías más modestas.

Actividad de riesgo

Como si vinieran de regalo con el silbato y las tarjetas, los insultos y las amenazas de muerte son elementos que los colegiados no pueden esquivar cada vez que se visten de corto. Según un estudio realizado por el psicólogo Ramón Gimeno -director de varias tesis universitarias relacionadas con las actitudes violentas en los campos de fútbol-, dos de las tres conductas violentas en el fútbol tienen que ver con insultos al árbitro, tanto por parte de los padres de los jugadores de fútbol base (19%) como de los propios entrenadores a los colegiados (7%). Y aunque las agresiones físicas no son un constante en todos los partidos, miles de ellas se evitan gracias a la intervención de la autoridad policial.

“Cuando llegas al campo con tu bolsa de deporte, la gente ya sabe que eres el árbitro. No es fácil”, explica Guinot a Panenka. Y todo esto, sin VAR, sin tecnología de línea de gol, sin asistentes -hasta llegar a categoría de Regional Preferente y bajo petición de alguno de los dos equipos-. A la mínima interpretación que diste de los intereses del equipo local habrá bronca. Incluso en partidos de fútbol base, en los que los futbolistas -de entre ocho y 16 años- y, sobre todo, los colegiados reciben improperios de todo tipo por parte de los radicales que echan las mañanas de sus fines de semana desatando su ira acumulada en una amenaza constante a la deportividad. Muchas veces, estos lo hacen sin conocer el reglamento. Este tipo de aficionado es el que una vez acabado el partido acude, sistemáticamente, al bar del complejo deportivo. Sí, señor, ese santuario de la cultura del café, el puro y la camaradería de los de toda la vida, en el que se atrinchera al final del local y comienza a cuestionar, codo en barra, la estabilidad del sistema económico mundial. Un fiera.

Una vocación

Como el periodismo deportivo, se podría decir que el arbitraje es una profesión de futbolistas frustrados. Por lo menos, así lo entienden auténticos referentes nacionales de este sector como es el caso de Mateu Lahoz. Una vía para poder seguir vinculado a este deporte para aquellos que por calidad,  estado físico o condiciones tácticas no lleguen a la altura que requiere la condición de futbolista profesional. Pero hay quien, como Guinot, ve el arbitraje como una profesión más vocacional que cualquier otra cosa. “Sí que es verdad que hay muchos colegiados que eligen esta profesión por no poder dedicarse a ser futbolistas por un motivo u otro, pero en mi caso no es así. Decidí ser árbitro porque era un aspecto del juego que me fascinaba y sentía que, muchas veces, se juega al fútbol sin conocer completamente el reglamento”.  

El arbitraje es una profesión en vías de desarrollo. La igualdad entre sexos, aunque en constante progreso, todavía no es algo factible en este sector. Hoy por hoy, de los 20.000 colegiados que arbitran en nuestro país, solamente 500 son mujeres, de las que tan solo dos ocupan un puesto como árbitro asistente en el fútbol profesional (Segunda División): Judith Romano García y Guadalupe Porras Ayuso. Un porcentaje ínfimo.

 

“Cuando llegas al campo con tu bolsa de deporte, la gente ya sabe que eres el árbitro. No es fácil”

 

Decía Eduardo Galeano que el árbitro es “la única unanimidad del fútbol”: todos le odian. Es una profesión de incomprendidos, de gente que vive por y para estar apartados de los focos. De personas que viven al borde del abismo profesional, sabiendo que por muy buen papel que estén desarrollando, cualquiera de los dos equipos aprovechará la mínima ocasión que tengan para cuestionar su trabajo. No le faltaba razón. Sin embargo, el riesgo crea dependencia y el arbitraje no iba a ser ninguna excepción a la regla. Como Marcel Guinot, los 20.000 árbitros españoles seguirán apresurándose cada mañana dominical para, ansiosamente, aguarse el café y quemarse las tostadas; continuarán sacrificando sus noches de sábado y, sobre todo, continuarán parando el tiempo instantes antes de prepararse la mochila, salir de casa y afrontar una intensa jornada deportiva en la que la premisa de educar en los valores de la deportividad primará por encima de cualquier objetivo deportivo.

 

“A veces, raras veces, alguna decisión del arbitro coincide con la voluntad del hincha, pero ni así consigue probar su inocencia. Los derrotados pierden por él y los victoriosos ganan a pesar de él. Coartada de todos los errores, explicación de todas las desgracias. Los hinchas tendrían que inventarlo si él no existiera. Cuanto más lo odian, más lo necesitan”

Eduardo Galeano. Fútbol a sol y sombra. 1995