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Videla y el Mundial’78: no solo fue culpa de Argentina

Ha muerto Videla, el bigote afilado que puso cara a la dictadura argentina entre 1976 y 1981. La que hizo desaparecer a 30.000 ciudadanos

La selección argentina se encontraba de gira por Europa cuando a los jugadores les informaron del golpe de estado en su tierra. Rota en luchas internas, Argentina sería pisoteada por las botas de unos militares que no dudaron en usar como arma todo eso que amaban los argentinos. Si a Charly García le prohibieron letras y muchos escritores se largaron como pudieron, al fútbol lo convirtieron en un títere. Ese 24 de marzo de 1976, los jugadores argentinos saltaron al campo en Chorzow, Polonia, derrotando por 1-2 a la potente selección polaca, semifinalista del Mundial en 1974. El partido se vio por televisión en Argentina. Los militares, que habían cortado la emisión, la abrieron de nuevo para que el pueblo mirase el fútbol. Como si todo funcionara igual que siempre. Héctor Scotta y René Houseman marcaron los goles.

Jorge Rafael Videla lideró ese ejercito macabro. Puso la cara mientras en los calabozos los uniformes perdían toda dignidad. Videla ocupó la presidencia entre 1976 y 1981 durante el ‘Proceso de Reorganización Nacional’. Presidió la vergüenza. Si, hoy falleció Videla. Pocos lo lloran. Nadie lo olvida.

“Nosotros somos el pueblo, somos las víctimas y representamos lo único legítimo en este país: el fútbol. No jugamos para las tribunas llenas de militares sino para la gente. Nosotros no defendemos la dictadura sino la Libertad”, arengó Menotti

La imagen de ese ‘milico’ con bigote ensucia toda publicación o vídeo donde aparece. Murió en la cárcel, escenario que dignifica a la justicia argentina. Murió con el recuerdo de presidir el palco en la final del Mundial del 1978, recuerdo que ensucia la memoria histórica argentina y, sobre todo, de la FIFA. “El pueblo argentino no reniega de su presente y vive con alegría, diría yo, con heroica alegría, la posibilidad de un futuro promisorio” afirmó Videla delante de los jugadores que ganaron el Mundial, con su entrenador, César Luis Menotti, en primera fila. Si, Menotti el socialista. No era fácil ser un héroe. Jorge Valdano contó en su momento que antes de la final el entrenador arengó afirmando: “Nosotros somos el pueblo, pertenecemos a las clases perjudicadas, nosotros somos las víctimas y nosotros representamos lo único legítimo en este país: el fútbol. Nosotros no jugamos para las tribunas oficiales llenas de militares sino que jugamos para la gente. Nosotros no defendemos la dictadura sino la Libertad”. No era fácil ser el seleccionador argentino. “Nos usaron como arma propagandística, entonces no lo podíamos ver” afirmó Osvaldo Ardiles.

Centenares de jóvenes idealistas desaparecían cada noche en las ciudades argentinas. El miedo caminaba por las calles de Buenos Aires y todas las familias temían recibir una llamada de teléfono, un golpe en la puerta. Argentina sufría una dictadura temible y muchos gobiernos se preguntaban como podía ese estado organizar el Mundial de fútbol de 1978. Al presidente de la FIFA, Joao Havelange, lo presionaron para que trasladara la organización del Mundial a su país. Pero las protestas no sirvieron de nada. Más tarde se supo que Havelange había garantizado la organización del Mundial a los militares argentinos a cambio de la libertad de Paulo Antonio Paranaguá, hijo de un diplomático brasileño detenido en Argentina con su novia. No era fácil ser el presidente de la FIFA, que dudó entre salvar dos vidas o dar la espalda a la dictadura.

Videla pertenecía a esa minoría de argentinos que no seguía demasiado el fútbol. Como Borges. Pero cuando el almirante Emilio Massera le preguntó si el país tenia que seguir con sus planes de organizar el Mundial, no dudó. “Aunque cueste cien millones”, contestó. Videla sabía que organizar un Mundial era una oportunidad de oro para vender la imagen deseada de su régimen al exterior. La FIFA le había concedido a los argentinos el Mundial en 1973, durante un gobierno peronista. Luego, la misma FIFA envió una delegación a Argentina para inspeccionar las obras y descubrir si realmente fallecían inocentes. Los enviados afirmaron al aterrizar que no eran políticos, que hablarían sólo de fútbol. Lo mismo que proclamaron quienes visitaron Chile en 1973 permitiendo que la selección chilena jugará el Mundial para alegría de Pinochet. No era fácil ser un enviado de la FIFA a esa Argentina. Especialmente en el caso del alemán Hermann Neuberg, que había sido SS en los tiempos de Hitler.

Muchos deportistas fallecieron, desaparecieron. Formaron parte de esa lista de más de 30.000 víctimas y 900 desaparecidos, muchos arrojadas al mar, sin tumba, sin morada final. Carlos Alberto Rivada, extremo de Huracán de Tres Arroyos que jugó con el padre de Rodrigo Palacio, desapareció. Claudio Tamburini, portero del Almagro, fue torturado pero salvó la vida. Otros no, como el atleta internacional Miguel Sánchez. Los días anteriores a la inauguración del Mundial desapareció más gente que nunca. Con las madres de muchos jóvenes desaparecidos insultadas en la plaza de Mayo, muchos se centraron en el fútbol gritando los goles de Kempes. Sólo un jugador se pasó por la plaza para ver que protestaban esas ‘locas’: el sueco Ronnie Hellstrom. Menotti siempre fue acusado por entrenar al equipo y participar del circo, pero muchos se preguntan por esos ciudadanos que preferían cantar los goles y no escuchar los golpes en las puertas del vecino. Cuando en el estadio de Estudiantes apareció una pancarta crítica, sonó un disparo y un hincha falleció. Las pancarta no aparecería más en suelo argentino, pero se recuperó en Suiza, durante un amistoso Holanda-Argentina en 1979, la revancha del Mundial. “Videla asesino”, pudieron ver durante unos minutos los espectadores argentinos. Luego la señal se cortó. En Argentina aparecieron algunas pintadas. Poco más. No era fácil ser un héroe.

Que la dictadura compró a los peruanos para que perdieran 6-0, goleada que abrió el camino de la final a los argentinos, es ‘vox populi’. Videla incluso entró en el vestuario peruano y les habló de la hermanda latinoamericana. El entrenador de Polonia también denunció años más tarde que su partido se había comprado. Ganar era una cuestión de estado. Holanda perdió la final en la prórroga y el ‘Tigre’ Acosta, un militar, entró gritando “¡ganamos, ganamos!” en las salas de tortura de la ESMA, la escuela de la Armada convertida en centro de detenciones y ejecuciones. La ESMA se encuentra a 10 esquinas del estadio donde los argentinos ganaron su primer Mundial. “Todos los presos políticos, los perseguidos, los torturados y los familiares de los desaparecidos estábamos esperando que Menotti dijera algo, que tuviera un gesto solidario, pero no dijo nada. Fue doloroso y muy jodido de su parte. Él también estaba haciendo política con su silencio” afirmó Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz en 1980, que logró salir de la Unidad 9 de La Plata gracias a la presión internacional, el 23 de junio de 1978, dos días antes de la final.

“Manipularon a los argentinos, manipularon a todos” me contó Hebe de Bonafini, una de los fundadoras de ‘Madres de la Plaza de Mayo’. “Nos insultaron, nos preguntaban si no eramos argentinas, por no estar cantando los goles. Lloramos de rabia en esos días de 1978” me explicó caminando por la Plaza de Mayo un jueves de 2001. Esa noche esas abuelas tiraron pintura a una discoteca donde solía ir de fiesta un militar acusado de asesinatos. El régimen incluso se inventó una carta del delantero holandés Ruud Krol a su hija: “Aquí los fusiles disparan flores”. Todo era falso y especialmente cínico: Krol era hijo de un héroe de la resistencia contra los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Curiosamente, el país que más activamente se había opuesto al Mundial, Holanda, perdería la final contra la ‘Albiceleste’.

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Si, falleció Videla. Uno de los responsables de una de las páginas más tristes de la historia de los Mundiales. Si el olimpismo se manchó con los Juegos de Berlín, el fútbol tuvo el Mundial de 1978. Una generación maravillosa de jugadores ganó la Copa y se abrazó, como en esa foto: el abrazo del alma. Pero ganó sin desafiar a Videla que, sin uniforme, celebraba los goles. Un Videla que presidió ese partido porque la comunidad internacional lo dejó. Porque los ‘yankees’ le dieron su apoyo. Porque la FIFA le ayudó. Porque pocos jugadores se opusieron. Porque pocos periodistas enviados fueron valientes. La culpa no fue solo de los Argentinos, un pueblo grande que -a diferencia de otros- sí puso entre rejas a su tirano.

Dedicado a Pablo Aro Geraldes, Ezequiel Fernández Moores o Ramiro Martín-Llanos.