El 10 de febrero de 1929 se disputó la primera jornada de la primera liga de la historia del fútbol español. Diez clubes tuvieron el honor de jugar aquel torneo que complementaría al Campeonato de España —actual Copa del Rey— y a los campeonatos regionales que se disputaban en territorio español. Para formar aquella competición, la Unión de Campeones y la Liga de Clubes unieron fuerzas y agruparon a sus equipos en una misma liga. Los participantes se amontonaban cerca de tres ejes de la Península Ibérica: el norte, la capital y los catalanes. El País Vasco tenía la mayor representación con el Athletic, la Real Sociedad, el Arenas de Getxo y el Real Unión de Irún; y el Racing de Santander cántabro completaba la lista de equipos norteños. Real Madrid y Atlético de Madrid eran los representantes de la capital y desde la Ciudad Condal, junto a los archiconocidos Barcelona y Espanyol, había un tercer club: el Club Esportiu Europa, una entidad histórica del barrio de Gracia fundada en 1907.
Quizá la gigantesca sombra con la que el Espanyol y, sobre todo, el Barcelona esconden a aquellos clubes de la ciudad y de la región que luchan por subsistir temporada tras temporada, fuera uno de los motivos de mayor peso para que uno de los fundadores de la Primera División española cayera velozmente hacia divisiones inferiores y se haya mostrado incapaz de recuperarse de ello. Muy lejos quedan ya los tres años en los que el cuadro escapulado militó en la máxima categoría del fútbol en nuestro país. Una década gloriosa, la de los años 20, en la que la entidad del barrio de Gracia fue finalista en el Campeonato de España de 1923 y pasó por encima de los dos colosos de su ciudad en el Campeonato de Catalunya de ese mismo año. Ese sueño, verse año a año ahí, entre los grandes, puso su punto y final cuando, junto con el auge del profesionalismo, el equipo descendió a la Segunda División en 1931. Desde entonces, todo pareció ir cuesta abajo. Se fusionó con el Club Esportiu Gràcia tras bajar de categoría, conformando el Catalunya FC, pero antes de finalizar el curso se disolvió aquella unión y retomó el nombre del Europa. El club nunca volvería a disputar un partido al más alto nivel, pero tendría otras dos épocas para el recuerdo. La siguiente llegó en la década de los 60, cuando el club volvió a sentirse un poco más grande con el regreso a Segunda División, después de años de penumbra entre la Tercera División y las categorías regionales. Treinta años más tarde, vendría otra generación gloriosa en el Nou Sardenya. Esta vez no hubo ascensos de categoría, pero el Europa firmó en la Copa Catalunya dos gestas para el recuerdo. “Los europeístas lo de ser históricos lo sentimos muy dentro. Va más allá de los títulos. Creo que no necesitamos ni reivindicarlo, es algo evidente. La victoria fue una gran ilusión, pero el Europa ya era grande antes de ella y lo habría seguido siendo de haber perdido”, comenta Tomás Navarro, miembro de la Penya Caliu Gracienc.
Por muchas nuevas alegrías que se vivan en el Nou Sardenya, ese 17 de junio de hace 20 años fue algo diferente.
Esa Copa Catalunya de 1997 tuvo la singularidad de jugarse con unas semifinales formadas por dos triangulares, un formato que solo duró el curso anterior y ese mismo. El 27 de mayo, el Nou Estadi de Tarragona fue el escenario en el que Nástic, Mataró y Barça se jugaron un hueco en la final. 19 días antes, Sabadell, Espanyol y Europa se disputaron la otra plaza en la Nova Creu Alta. El duelo a tres librado en tierras tarraconenses se lo llevó el Barça con solvencia. Primero vio como el Mataró sorprendía con un 0-2 al Nástic, que en el segundo encuentro volvía a caer derrotado contra los azulgrana. Y en el tercer partido, el definitivo, el Mataró no fue rival para el Barça y cayó goleado por 5-0. Al otro lado del cuadro la victoria se pagaba más cara. El Europa, con un solitario gol de Diego ante el Sabadell, se jugaba el sitio en la final contra el Espanyol tras presenciar el empate sin goles entre arlequinados y blanquiazules. Al Espanyol de Paco Flores solo le valía ganar, pero, falto de ideas, fue incapaz de marcar un gol al Europa, que se plantaba de este modo en la final.
UN PARTIDO PARA LA HISTORIA
El Europa tenía una cita con la historia, con su propia historia. Enfrente, el gigante de la ciudad, el Barça de Bobby Robson. A pesar de que debían disputar aquella final, unos y otros focalizaban sus miradas y sus ilusiones en otros objetivos. Al Europa le pillaba el partido contra el Barcelona entremedio de los play off de ascenso a Segunda División B, aunque finalmente no pudieron subir de categoría. “Al final eso era lo importante. La Copa Catalunya pensábamos que podíamos perderla y que no iba a pasar a la historia y subir a Segunda B era el objetivo principal”, asegura Pacha, uno de los futbolistas de aquel Europa. El Barcelona, por su parte, once días después se jugaba su tercer título de la temporada ante el Betis en la final de la Copa del Rey —en agosto ganaron la Supercopa de España y en mayo se adjudicaron la Recopa de Europa—. Quizá ese fuera el motivo de que por el Camp Municipal de L’Hospitalet no hubiera rastro de Ronaldos, Figos ni Guardiolas. El mítico entrenador británico le brindó minutos a futbolistas menos habituales. Combinó sobre el césped a jóvenes canteranos que daban sus primeros pasos en la élite, como Albert Celades, los hermanos Garcia i Junyent —Òscar, Genís y Roger— o un jovencísimo Carles Puyol; con Guillermo Amor y Hristo Stoichkov, consagrados futbolistas que un lustro atrás levantaron la Copa de Europa en Wembley.
En los primeros compases del encuentro el Europa ya hizo ver al Barça que ese día no pasaría por un camino de rosas, que sobre el césped de L’Hospitalet les tocaría lidiar con espinas. Las órdenes marcadas por Josep Moratalla las cumplían a rajatabla los escapulados. Pacha explica que para esa final “una de las claves fue Moratalla porque era un gran motivador. Nos quitó el estado de nerviosismo. Siempre decía que éramos mucho mejores que el rival, que ellos eran una ‘banda’”. Sabían que era un día de arremangarse, de sudar sangre y de poner la pierna bien fuerte. Con esa mentalidad, y bien cerrados atrás, confiaban en que las oportunidades, aunque fueran escasas, llegarían durante los 90 minutos. Las premisas que marcó el técnico graciense a sus futbolistas antes del partido estaban claras. En defensa, debían estar bien juntos en campo propio y poblar el centro del campo para que los Amor, Roger y Celades, peloteros todos ellos, no pudieran conectar ni entre sí ni con los delanteros con comodidad. A partir de ahí, cuando llegara el turno de atacar, era el momento de salir escopeteados hacia la portería de Carlos Busquets. Aprovechar el juego rápido por bandas que ofrecían Arturo y Gandoy, combinar veloz y sencillo y, sobre todo, mirar siempre al arco azulgrana sin temor por intentarlo. Dicho y hecho. Los jugadores del Europa captaron lo que se les demandaba desde que el balón echó a rodar. Ni un momento para el descanso, ni un instante para creer que era imposible, y convencidos de que aquella fecha sería difícil que fuera olvidada en el barrio de Gracia.
“En ningún momento te ves ganador hasta que pita el árbitro. Aunque íbamos 3-1, estábamos tan concentrados que hasta que pitara el árbitro no nos lo íbamos a creer”.
Mediado el primer tiempo llegó la primera sorpresa para un Barça que no se sentía cómodo sobre el césped. Tras un córner botado por Luis Antúnez, Pacha ponía el 1-0 en el electrónico a favor del Europa. Un gol que le quedará eternamente grabado en la cabeza: “Sabía que podía marcar algún gol. Uno de mis fuertes era el remate de cabeza y Luis Antúnez las ponía como nadie. Aparte, tengo raíces familiares muy madridistas y el campo de la final fue donde crecí futbolísticamente desde los 12 años hasta los 21. Yo creo que estas cosas tienen que pasar. Tuve la suerte de meterla y, si el fútbol me debía algo a nivel amateur, ese fue mi reconocimiento”. Pese a la importancia de ese primer gol, el Barça, aun sin desplegar su mejor fútbol, consiguió igualar el resultado antes de enfilar hacia los vestuarios al término del primer tiempo. Un centro medido de Cuéllar lo recogió Molist para dirigir el balón hacia la red y sellar el empate.
Tras el descanso, el tanto azulgrana y los cambios sobre el césped no fueron suficientes para mejorar lo visto en la primera parte. El Europa seguía las mismas pautas para frenar al Barcelona. La buena actitud defensiva de los escapulados continuó desbaratando los intentos de ataque azulgranas y a la mínima que veían la posibilidad de contragolpear, creaban peligro en la portería de Julen Lopetegui, que entró por Busquets en el segundo tiempo. En una de estas, en el minuto 74 de juego, una mala salida aérea del actual seleccionador español dejó el balón muerto en el área y Sergio lo aprovechó para adelantar de nuevo al Europa. A siete minutos del final, Diego sentenció el encuentro a favor de los suyos firmando el 3-1 definitivo. “En ningún momento te ves ganador hasta que pita el árbitro. Aunque íbamos 3-1, estábamos tan concentrados que hasta que pitara el árbitro no nos lo íbamos a creer. Ellos podían marcar uno o dos goles rápido y por eso estuvimos bien cerrados y jugando fácil para ganar el partido”, resumía Pacha sobre los últimos minutos del encuentro y añadió que, cuando sonó el silbato del colegiado, lo que más recuerda, por encima de abrazos, celebraciones y cánticos, fue “la satisfacción interior” de conseguir superar a un equipo como el Barcelona.
DESDE LAS GRADAS
Para un aficionado de un equipo humilde, días como ese son los que le dan sentido al amor incondicional que se siente por un club poco acostumbrado a proezas como la de aquella Copa Catalunya de 1997. Vivir la victoria del equipo de tu barrio contra el equipo más potente de la ciudad, uno de los mejores del país, también del continente e incluso del mundo entero, es un momento equiparable a muy pocas cosas en la vida. “Los recuerdos son muchos, desde el viaje en metro y la salida caminando todos juntos hacia el estadio, hasta los goles y la celebración por el triunfo”, nos comenta el aficionado Tomás Navarro, que nunca olvidará la sensación de ver a la gente del Europa tan unida en el Camp Municipal de L’Hospitalet: “El principal recuerdo es del partido. El hecho de estar en el lateral toda la afición del Europa juntos, cosa que en liga no se sentía al estar más dispersos por el estadio, fue emocionante. Para una peña que ve el partido de pie como el Caliu Gracienc, ver tanta gente sin parar de animar ni un segundo tras nuestra gran pancarta fue un momento mágico”.
Fue un día de esos que quedan grabados en la retina. Por muchos otros partidos que vengan después o por muchas nuevas alegrías que se vivan en el Nou Sardenya, ese 17 de junio de hace 20 años fue algo diferente. “Tras la victoria fue apoteósico, con la celebración en el campo y más tarde en el Ayuntamiento de Gracia, en la Plaça Rius i Taulet”, explica Tomás. Por un día, el Europa volvía a sus mejores épocas. Era como si, de golpe, todo volviera a parecerse un poco a las décadas de los años 20 y 30 en las que, junto a Barcelona y Espanyol, el Europa también era equipo de Primera División. En aquellos tiempos los azulgranas eran mejores que los escapulados, sí, pero las probabilidades de que los de Gracia se llevaran un partido ante el coloso de la ciudad no parecía una utopía como lo es ahora. Un sueño hecho realidad del que nunca despertaron, y que hoy cumple 20 años.
*La foto de portada de este reportaje, así como la última del texto, forman parte del archivo del Diario Sport, que muy generosamente nos cedió las dos instantáneas.