Hay historias que conviene sacudirlas de vez en cuando para que el polvo no se acomode sobre ellas. La de Luigi Meroni es una de tantas. Nunca está de más sacar el trapo y volver a pasarlo sobre la difusa figura de Gigi con tal de recuperar la nitidez de ese flacucho italiano con pelo de ‘Beatle’ al que la tragedia le echó tanta mano que lo acabó haciendo inmortal.
La secuencia real en la que se ha forjado el misticismo fatídico del Torino se ajusta a una de esas novelas implacables que hacen esquina con el mito de la tragedia griega. Una trama jadeante y pulida al detalle en la que las coincidencias resuenan tan perfectas que es inevitable no sospechar que alguien las puso ahí con alevosía, dispuesto a joder. No hacen falta más de dos frases para reubicar este relato aquí contado en el mapa: el avión que conducía un tal Pier Luigi Meroni el 4 de mayo de 1949 sufrió un accidente y acabó con la vida de los futbolistas del Grande Torino, el equipo más potente del fútbol europeo en aquel momento; dieciocho años más tarde, otro tipo llamado precisamente Luigi Meroni empezó a aupar de nuevo al Toro a la élite, hasta que murió cuando estaba en la cresta de la ola en otro accidente, en este caso automovilístico, después de ser arrollado por uno de sus hinchas más acérrimos, que más tarde cerraría el círculo convirtiéndose en presidente de la misma entidad.
Torino es Meroni y Meroni es el fútbol estampado en fotografías granates que jamás pasarán de moda.
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