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Un golpe de suerte

Jimmy Greaves llegó con apuros al Mundial 66. Empezó como titular, pero un golpe le apartó del césped. Geoff Hurst aprovechó para convertirse en el héroe


En esta serie de artículos, proponemos un viaje al lector a través de lugares, momentos, casualidades, héroes y villanos que conforman la historia de los Mundiales de fútbol, desde sus primeros días hasta la actualidad.


 

En junio de 2009, la selección inglesa, entrenada por Fabio Capello, tenía una cita con la selección de Andorra como parte de los encuentros clasificatorios a la Copa del Mundo de 2010. En el cuadro inglés formaban futbolistas de renombre como Wayne Rooney o Frank Lampard y, sin embargo, las figuras que iban a formar en el trascendental partido en el camino al Mundial de Sudáfrica no iban a ser las únicas en protagonizar este evento en Wembley. Elegantes como mandaba la cita, Peter Bonetti, Norman Hunter, Jimmy Armfield, Gerry Byrne, Ron Springett, Ron Flowers, Terry Paine, Ian Callaghan, John Connelly, George Eastham y Jimmy Greaves entraban al césped del mítico estadio londinense. Algunos de los héroes de 1966 tenían, en junio de 2009, una deuda que cobrar como indicaban todas las noticias sobre el futbol

43 años antes, en el mismo estadio londinense (con el matiz de su reconstrucción en 2006), Inglaterra se hacía con su única Copa del Mundo ante Alemania Federal. El de 1966 fue un año para celebrar para el público inglés. La selección había vivido de manera altiva los primeros años del nuevo torneo internacional. Sus recelos, amparados en la falsa creencia de dominancia de su fútbol, había construido un palacio de fino cristal que les costó ver caer a comienzos de los 50. Primero en la debacle en el Mundial de Brasil, en 1950, siendo derrotados por Estados Unidos, y después viendo cómo eran ninguneados por la Hungría de Sebes en 1953, esta vez en su propio feudo. El orgullo herido necesitaba un golpe de efecto. En 1966, la ilusión de ver una Copa del Mundo en casa iba a ser el impulso necesario para revertir la decadencia de la selección de los ‘Three Lions’ en el fútbol internacional.

Uno de los nombres destacados en la celebración de Inglaterra’66 era el de Jimmy Greaves. Una superestrella de la época, que en ese entonces se había cansado de meter goles en la First Division. Con apenas 15 años, Jimmy ya destacaba como goleador. Su paso por el Chelsea justificó un pago abundante por parte del Milan de Nereo Rocco, que se antojó de la facilidad goleadora de este muchacho nacido en el suburbio londinense de Manor Park.

Italia no le vino bien. Ni se adaptó ni le quisieron esperar. De alguna manera, a Greaves eso le marcó, por lo que le costaba hacerse con un hueco y convencer al técnico ‘rossonero’. Jimmy llegó a entender mejor su fútbol en esta etapa. Entendió mejor su necesidad de libertad en el campo para poder ser el jugador que realmente era. Y además de él, lo entendieron Milan y Tottenham, llegando a un acuerdo tras la insistencia de Bill Nicholson, uno de los nombres en negrita de la historia de los ‘Spurs. Se cuenta que fueron 99.999 libras esterlinas las que llevaron a Greaves a Londres. Una argucia para evitar la cifra récord de las 100.000 y no crearle un muro de presión tras su dura etapa en San Siro. Nicholson sabía bien lo que podría dar el delantero inglés a pesar de las dudas que suscitó en su única etapa fuera de las islas.

Greaves tenía dentro un depredador. Un talento innato para llevar el balón a la red. Sólo había que entender su fútbol y darle el espacio y el rol para permitírselo. Era frío, calculador, con confianza plena en su capacidad. Un ejecutor infalible. Y el olfato del técnico de los ‘Spurs‘ no se equivocó. En su debut, marcó tres tantos. Al final de esa temporada, la mitad por haber estado en Italia, logró sumar 21 goles en 22 partidos. Quedó entre los diez primeros máximos goleadores sin haber jugado la mitad de los encuentros en la First Division. Unos meses de anticipo que dejaban claro que Jimmy había vuelto por sus fueros, llevándose además la FA Cup ese año 1962. El depredador estaba de nuevo en Londres.

 

Un hat-trick en la final era suficiente currículum para que el nombre del que todo el mundo hablara no fuera el del suplente Jimmy Greaves, sino el del prolífico goleador Geoff Hurst

 

Tras esa primera toma de contacto, fueron tres temporadas seguidas siendo el máximo anotador de Inglaterra. El Tottenham se acercaba con paso firme a los puestos de cabeza gracias a los goles de Greaves, logrando incluso ser subcampeón en la 62-63. A nivel colectivo, el Tottenham seguía por debajo del ímpetu de equipos como el Everton, el Liverpool o el Manchester United, pero Greaves seguía siendo una estrella en un equipo que le entendía, con un entrenador que seguía viéndolo como la estrella que parecía destinado a ser. El incuestionable motor del equipo de White Hart Lane.

Y, sin embargo, el verano de 1965 iba a empezar a traer problemas. Una hepatitis cortó de raíz su racha y le impidió estar de nuevo entre los máximos goleadores de la temporada. La enfermedad le alejó del fútbol durante tres meses y condenó al Tottenham a un modesto octavo puesto. En una temporada importante, Greaves tuvo un tropiezo colosal. Alf Ramsey, el seleccionador nacional de Inglaterra, iba a elegir a los mejores para la Copa del Mundo de 1966 y él debía estar entre ellos. En los 31 partidos que sí pudo disputar esa temporada, logró convertir 16 tantos. Lo suficiente para mostrar a Ramsey de qué estaba hecho. El depredador estaba listo.

La cita para el Mundial era una oportunidad ineludible para los ingleses. Su cita en casa podía convertirse en su primera estrella. Y Greaves era uno de los máximos interesados. Junto a él, en la delantera, Ramsey había convocado a algunos de los mejores nombres del panorama del fútbol de la época: el mítico Bobby Charlton, superviviente del accidente aéreo de 1958 y líder del Manchester United; Roger Hunt, quien resultó máximo anotador esa campaña con el Liverpool; John Connelly, un extremo que había surgido en el Burnley y que había recalado hacía poco en el Manchester United; Terry Paine, un habilidoso extremo del Southampton; George Eastham, delantero polémico, que fue clave para los derechos de los futbolistas unos años antes y que acababa de firmar con el Stoke; y Geoff Hurst, un prometedor delantero de 25 años, de Lancashire, que jugaba en el West Ham. Y a pesar de todo, la competencia no parecía asustar a Greaves. Charlton era uno de los fijos, pero los demás actores parecían secundarios al lado de las cifras y habilidades del delantero de los ‘Spurs‘. Jimmy Greaves iba a ser, como demostraría Alf Ramsey, titular indiscutible en la Copa del Mundo de 1966. No había ninguna duda sobre eso.

Cuando en el fútbol se ignora la suerte, se corre el riesgo de olvidar que se trata de un juego. Para bien o para mal. En el caso del delantero de Manor Park, la suerte iba a cruzarse con él de forma violenta, en medio del último partido de la fase de grupos ante la Francia de Henri Guérin. En un lance del encuentro, el centrocampista del Valenciennes, Joseph Bonnel, chocó con Greaves y clavó los tacos de manera accidental en la barbilla del delantero inglés. La herida no era grave y Greaves acabó el partido sin dificultades, pero la suerte iba a querer que fuera un punto clave en su carrera.

 

Su mirada se iluminó una vez más en el estadio que en 1966 no pudo verle ganar una Copa del Mundo. Y Jimmy, 43 años después, sonreía junto a los suyos. En Wembley y con medalla

 

Tras una fase de grupos en la que el empate ante Uruguay pudo complicarles la vida, Alf Ramsey no quiso correr riesgos ante la cita decisiva ante Argentina y quiso sentar a Greaves para recuperarlo del todo de cara a los siguientes encuentros. En cuartos de final, el entrenador optó por Geoff Hurst. El delantero del West Ham respondió de manera contundente, siendo el autor del único gol de los ingleses ante la Argentina de Artime, Rattín y Perfumo. El encuentro fue difícil y, de nuevo, Alf Ramsey tuvo miedo. Tocar lo que funciona parecía un error y Ramsey no quería errores. Y menos aún si era relevando al artífice de la victoria ante los argentinos. Greaves fue condenado otra vez al banquillo. El delantero se quedaría en el banquillo en semifinales y, trágicamente, también en la final ante Alemania Federal. El golpe de suerte le había favorecido esta vez a otro.

Si contra Portugal fue Charlton el ídolo incontestable, la final tuvo el nombre de Hurst como el del héroe principal. Tras el empate a dos del tiempo reglamentario, el delantero del West Ham United logró dos goles que fueron definitivos ante los pupilos de Helmut Schön. Un hat-trick en la final era suficiente currículum para que el nombre del que todo el mundo hablara no fuera el del suplente Jimmy Greaves, sino el del prolífico goleador Geoff Hurst. El del West Ham se hizo de oro por un golpe que Bonnel propinó a Greaves y que él supo aprovechar de manera efectiva. Un golpe en el mentón para uno convertido en un golpe de suerte para otro. Tras la final, las medallas, como las loas y alabanzas, fueron para los once jugadores que formaron sobre el césped. No había costumbre de repartir medallas a todos y solo había para los once que salieron de inicio.

Después del Mundial, Jimmy Greaves fue máximo goleador una vez más antes de retirarse en 1971, pero tras el fútbol profesional, se hundió. Se dejó llevar por el alcohol, las salidas nocturnas y las peleas… Ese que fuera el goleador incontestable del fútbol inglés desdibujó su imagen a raíz de ese golpe ante Bonnel. Jimmy Greaves había perdido la confianza que había hecho de él un jugador temible ante sus rivales. La decepción, las dudas y la mala suerte llevaron al delantero por un oscuro camino.

43 años después de esa Copa del Mundo de 1966, antes de un Inglaterra-Andorra, ante el público de un Wembley completamente renovado, aquellos que no estuvieron sobre el césped en 1966 pudieron recibir su medalla en 2009. Incluido Jimmy Greaves. En ese espacio de tiempo en el que la FIFA accedió a otorgar medalla a aquellos que no jugaron la final, el exdelantero londinense consiguió salir del bache que arrastraba desde el duro recuerdo de su suplencia. Sonriente y agradecido, miraba a la grada de ese nuevo estadio reluciente, ante esas caras que lo aplaudían sin haberlo visto jugar. Las cifras de Greaves en el fútbol inglés eran casi inalcanzables. El recuerdo de su legado, más allá de su no presencia en la final de 1966, fue clave en el fútbol de su país. Su mirada, curada de alcohol y de dudas, se iluminó una vez más en el estadio que en 1966 no pudo verle ganar una Copa del Mundo. Y Jimmy, 43 años después, sonreía junto a los suyos. En Wembley y con medalla.

 


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Fotografía de Getty Images.