Erling Braut Haaland nos resulta fascinante porque no es como los demás nueves, pero también porque al mismo tiempo es como todos pensamos que debería ser un delantero centro. Contundente, directo, frío. Si algo caracteriza el juego del noruego es la absoluta ausencia de rodeos. Él no pregunta, responde. No argumenta, impone. No piensa, hace. Sin sentimientos ni artificios que le distraigan de la misión para la que vino al mundo. En la era en la que los delanteros piensan más en sus centrocampistas que en los porteros rivales, Haaland supone un absoluto desafío al fútbol actual.
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Si hay algo que ha quedado claro en las dos últimas temporadas es que el fútbol
en 2020 se estructura y define a partir de las presiones altas. La mayoría de partidos que se ven ahora mismo en Europa, independientemente del nivel o la competición, se pueden explicar simplemente exponiendo cómo un equipo presionó la salida de balón del conjunto contrario y qué hizo éste último para evitar dicha presión.
Esto es exactamente lo que sucedió en la final de la pasada Champions, un encuentro en el que mandó el PSG de Tuchel hasta que Thiago consiguió superar su primera línea de presión. Pero también lo que marcó el Manchester City-Real Madrid, el Bayern-Barcelona, el PSG-RB Leipzig o cualquiera de los cruces del sorprendente Ajax y del campeón Liverpool en el curso 2018-19.
Paradójicamente, aunque cada vez haya más espacios entre la defensa y el portero, cada vez hay menos nueves capaces de atacarlos. Incluso algunos que podrían hacerlo, como es el caso de Timo Werner, Kylian Mbappé o Aubameyang, terminan partiendo desde un costado para poder despegar con mayor facilidad. A los nueves ahora mismo se les pide otras cosas, más relacionadas con salir de la presión que con atacar el espacio que esta deja como consecuencia.
Esto no supone ningún problema si los de fuera, que a menudo son delanteros y no extremos, como pasa en los últimos dos campeones de la Copa de Europa, compensan este déficit con velocidad y agresividad. Al final hay muchas formas de jugar al fútbol. Lo de que los laterales tienen que defender primero y atacar después o que los delanteros lo que deben hacer es marcar goles es un debate que continúa, pero que en realidad debió quedar aparcado en el Bar Manolo allá por 2009. El caso es que si los de fuera no compensan dicho problema, el equipo quizás pueda salir de la presión, pero no va a poder castigar el riesgo que asume el rival al presionar arriba. Y si no penalizas dicho riesgo, el contrario no va a tener ninguna razón para aminorar. Se hará más fuerte, continuará arriesgando y será cuestión de tiempo que cobre la inversión.
Por todo esto la aparición de Erling Braut Haaland supone una respuesta quirúrgica a las nuevas preguntas que se hace el fútbol. El noruego no es sólo uno de los mejores definidores del planeta, sino que además también es el futbolista con más capacidad para plantarse solo delante del portero. Así que no hace falta ser ingeniero para saber lo que supone la suma de ambas circunstancias para los rivales de Haaland.
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Lo primero que llama la atención en Haaland es, evidentemente, su altura. Esos 198 centímetros tan característicos del fútbol noruego que antes suponían una limitación a campo abierto y que ahora él los utiliza como el mejor de sus argumentos para llegar antes que nadie a la zona donde se ganan los partidos. Es increíblemente explosivo en la arrancada, es capaz de sostener su velocidad punta a lo largo de todo el campo gracias a su cadencia y es, sobre todo, tremendamente coordinado. Esto es lo que le convierte en un delantero muy especial. Su relación con la pelota, con el espacio y con sus propias piernas no es propia de un futbolista con el centro de gravedad tan alto.
Es habitual ver a Haaland arrancar desde muy atrás, imponerse con claridad a un defensa que partía con ventaja y, una vez se planta ante el portero, reajustar su velocidad con una facilidad pasmosa para poder controlar y chutar en las mejores condiciones posibles. Y esto no es normal. Tras 60 metros te falta el aire en los pulmones, eres incapaz de pensar y todavía más de pararte. Si te paras, de hecho, lo normal es hacer un mal control, pues tu cabeza pretende ir a una velocidad diferente a la de tus piernas. Pero para Erling Braut Haaland esto es facilísimo; a fin de cuentas lo bueno que tienen los ciborgs es que ni sienten ni padecen.
Haaland es como un hacker que se cuela por las grietas de un sistema que, de momento, no ha encontrado la forma de defenderse
Esta velocidad de por sí ya le permitiría quedarse a menudo delante del portero, pero es que además Haaland es tremendamente inteligente. Lee muy bien los espacios vacíos, tiene un gran timing para iniciar el desmarque y una calidad mayúscula para el control, que como todos sabemos siempre es el padre del gol.
Pero donde Haaland lleva su ortodoxia y pragmatismo hasta el final es en la definición. O más bien en la ejecución, pues Haaland no define, ejecuta. Normalmente los mejores finalizadores del mundo han hecho del engaño su mejor virtud. Ronaldo y Romario eran auténticos trileros. Sin embargo, Haaland no sólo no suele regatear, sino que tampoco es nada creativo a la hora de finalizar las jugadas. Ni picaditas como Messi, ni fintas con la cintura ni nada que se le parezca. Empeine interior, escuadra y gol. Francisco Umbral estaría orgulloso de él. Cristiano, también.
Este cocktail de cualidades es el que está provocando que Haaland tenga unos números inalcanzables para el resto de delanteros. Más allá de sus impresionantes registros goleadores, está su increíble eficacia. En la pasada Champions League marcó 10 goles en 19 disparos (53% de acierto). En la pasada Bundesliga anotó 13 en 25 disparos (52%). Haaland es mortal de necesidad.
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Conscientes de que a Iván Drago le bastó con su potencia para matar a Apollo Creed pero no para superar el juego de pies de Rocky Balboa, los aficionados se preguntan si Haaland podrá mantener su ritmo goleador cuando no haya tantos espacios y las defensas se cierren. Es una pregunta lógica para la que todavía no hay respuesta. A todos los jugadores les cuesta más atacar sin espacios. La diferencia entre los buenos y los mejores es la capacidad que tienen para creárselos. Y, aunque haya que insistir en que todavía no hay respuesta, Haaland ha insinuado que es uno de estos últimos.
Además, como suele decir Adrián Cervera, lo que marca la evolución del fútbol es donde están los espacios. En la década actual estos se encuentran a la espalda de la primera línea de presión, y esto no parece que vaya a cambiar.
De hecho, el Borussia Dortmund esta temporada viene utilizando la salida de balón como cebo para el contrario. Es algo parecido a lo que intenta Mikel Arteta en el Arsenal: sumar pases, atraer al rival y luego soltar rápidamente para correr con espacios por delante. Y al final el fútbol se trata de eso: jugar con los espacios y la voluntad de tu rival hasta utilizarla en tu favor. Con Erling Braut Haaland esto es mucho más fácil. El noruego es como un hacker que se cuela por las grietas de un sistema que, de momento, no ha encontrado la forma de defenderse.
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Fotografía de Getty Images.