“Para llegar a dominar al contrario hay que tener la pelota. Solo hay una pelota en el campo y por lo tanto es obligatorio tenerla más tiempo que el oponente para ser superior. Por encima de todo, la recuperación del balón es la clave. Cuando se pierde, tienes que conseguirlo en menos de cinco segundos para tener las riendas de nuevo. Si pierdes la pelota en el área rival y no logras recuperarla en su campo, las transiciones van a ser muy favorables para el oponente”, apostillaba Sampaoli en septiembre, en el Panenka55. “Siempre he tratado de desarrollar un juego con personalidad, basado en la posesión y el deseo de atacar. Cuando me convertí en profesional, enseguida sentí que tenía solo tres partidos para probarme a mí mismo. Como no era un entrenador con experiencia me podían despedir fácilmente, no podría aguantar mucho tiempo si la cosa no estaba funcionando. La idea era dar una fuerte impresión muy pronto. No podía hacer algo trivial, tenía que ser diferente. Preparé bien a mis equipos y logré hacer de ellos conjuntos dominadores”. Una filosofía que, tras una primera vuelta en España, no necesita más definiciones escritas: la rúbrica ya se ha instalado en el césped. El ‘Sampaolismo’ ha llegado para quedarse.
“Todo el mundo me decía que siguiera trabajando en la banca, que no lo dejara todo por el fútbol. No escuché a nadie y seguí haciendo lo que quería”
Hubo un tiempo, un tiempo muy lejano para el fútbol -equivalente a unas pocas semanas en la vida real-, en el que el devenir de este juego parecía en manos de anemómetros y pizarras en tres dimensiones. Un tiempo en el que todo se medía, en el que todo estaba bajo control. Un tiempo en el que un partido dependía de pequeños detalles, del rigor defensivo, de las líneas juntitas, de las transiciones armonizadas, de achicar espacios, de aprovechar una contra, de la circulación rápida, de la concentración, de la superioridad en el centro del campo, de la eficacia en las áreas o de no cometer errores. Una época todavía vigente, pero que vive obnubilada por un fenómeno indescriptible de flamante aparición: el ‘Sampaolismo’. Un fenómeno en el que los noventa minutos no son extraños a las premisas de modernidad enunciadas anteriormente, pero con un disco de Iron Maiden zumbando a 55 decibelios en los altavoces del Ramón Sánchez Pizjuán. Y, con el vértigo que impone esa melodía mental en las piernas de los futbolistas, se desdeña todo lo demás. Sampaoli es puro rock’n’roll. El Sevilla es puro rock’n’roll. Rock’n’roll jodidamente duro. Y el rock’n’roll no deja indiferente a nadie.
Jorge dejó clara su personalidad en un libro que escribió tiempo atrás, titulado ‘No escucho y sigo’, “forma parte de la letra de una canción de Callejeros. La canción explica que todo lo que está prohibido es tentador. Extrapolo esta canción a mi historia personal: cuando estaba en Casilda, todo el mundo me decía que siguiera trabajando en la banca, que no lo dejara todo por el fútbol. No escuché a nadie y seguí haciendo lo que quería. Al final, siempre he mantenido un objetivo claro: tener éxito en el fútbol y ser el mejor entrenador del mundo”, explicaba.
Sampaoli es puro rock’n’roll. El Sevilla es puro rock’n’roll. Rock’n’roll jodidamente duro. Y el rock’n’roll no deja indiferente a nadie
“Al Sevilla de Jorge Sampaoli me lo imagino abstemio y no fumador, con mocasines y libros de Cavafis, Lorca y Keats bajo el brazo. No se adecúa mucho a mi visión del mundo. Y dudo que parase en los mismos locales que yo. Las Supercopas me confirmaron este prejuicio. Sin embargo, lo que vi el día que el Sevilla recibió al Espanyol en la primera jornada de Liga, no me avergüenza decirlo, me enamoró profundamente”, explicaba José Lobo en el Panenka de septiembre. En enero, ya lo tenemos claro: el ‘Sampaolismo’ es presentarse en un local hipster, con esos mocasines, ese libro de Cavafis y gafas de pasta, gestionar la contienda con seguridad y elegancia, con un 65% de la conversación, con toques cortos, lenguaje cautivador y una presión alta y cerrar el cortejo con diez minutos finales de pura estridencia, en los que suena ‘Callejeros’, se exponen las vísceras tal y como son y se gana la partida por puro deseo.
Anoche, Lobo, los sevillistas y todos los amantes de este dichoso deporte, coincidieron en algún local de la Alameda con el ‘Sampaolismo’, se enamoraron y se quedaron allí para siempre. Quizá, cuando aterrizó en España, alguien le dijo a Sampaoli que estaba prohibido jugarles de tú a tú a Barça y Madrid. Y por eso, precisamente porque estaba prohibido, el Sevilla del ‘Sampaolismo’ es aspirante real a ganar la Liga. Y a todo lo que se le ponga por delante.