Este artículo está extraído del interior del #Panenka88, un número que sigue disponible aquí.
Quizá no haya habido en la historia del fútbol español un personaje más parecido al Cid Campeador: melena al viento, elegancia irrenunciable, el honor llevado hasta sus últimas consecuencias. En su figura enjuta y compacta, Ricardo Arias concentró todos los trazos de un caballero medieval, de esos dispuestos a morir de pie antes que vivir de rodillas. Fue uno de los últimos líberos del fútbol español, aunque al principio ni siquiera sabía qué significaba esa palabra. Se lo explicó su entrenador, Pasieguito. “‘El domingo prepárese, que va a jugar de líbero’, me dijo. Y yo, ‘¿qué es eso?’ Me comió tanto la cabeza que hice un partidazo y ya no me moví de ahí”, recuerda.
Forjado en la escuela del Benimar, histórica academia futbolera de Valencia, Arias llegó a Mestalla a finales de los 70, al mismo tiempo que su inseparable amigo Kempes, pero sus años fueron los 80: inauguró la década tirando el penalti decisivo en la final de la Recopa ante el Arsenal. Y sin saberlo. La primera tanda acabó igualada y Arias se plantó ante Pat Jennings pensando que empezaba otra serie de cinco lanzamientos. Pero la UEFA ya había implantado el sistema de muerte súbita. “Solo nos enteramos después, durante la celebración”.
Convertido en héroe popular por quedarse después del descenso a Segunda de 1986 (“nosotros había- mos metido al equipo en la mierda y nosotros teníamos que sacarlo”), en 1992 emprendió rumbo al Castellón para apurar el final de su carrera. La llegada de otro defensa de la casa, Camarasa, y el fichaje de Belodedici lo empujaron a despedirse de su club, no sin partido de homenaje ante el Barça de Cruyff.
Y comenzaron tiempos difíciles: no encontró su sitio, atravesó una situación familiar complicada y llegó a trabajar en una nave industrial 12 horas diarias haciendo recados. “No pido limosna, solo un trabajo para dar de comer a mis hijos”, explicaba a mediados de 2014. El Valencia no se quedó de brazos cruzados: Arias, segundo futbolista de la entidad con más partidos en Primera, comenta partidos en la radio oficial y representa al club como embajador. Está para lo que haga falta, incluso casarse sobre el césped de Mestalla, como hizo hace unos años: se hace raro verlo trajeado y no con la camiseta del Valencia, pero su pelo largo y su silueta –pura fibra- siguen siendo inconfundibles.
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