Once años habían pasado desde que el Milan se hizo por última vez con la corona doméstica. Once. Cuatro letras, repartidas en dos sílabas, que parecían eternas al nacer de los labios de los ‘rossoneri’. Once años pueden suponer un auténtico carrusel de emociones. Las lágrimas de impotencia al observar como el gol anulado a Muntari en la temporada 11-12, a todas luces legal, te impide revalidar el ‘Scudetto’, dan paso a la indiferencia más absoluta cada final de temporada al contemplar como tu equipo, de nuevo, es incapaz de clasificarse para la Champions League. De levantar siete veces la ‘Orejona’ a encadenar siete temporadas consecutivas sin poder disputarla. Y, de repente, cuando el Milan parecía destinado a descender hasta el octavo círculo del infierno, el del fraude, apareció un futbolista al que no le tembló el pulso en el momento de blandir el tridente de los ‘diavoli’.
Rafael Leao es uno de aquellos jugadores que se sienten cómodos cuando el caos les rodea. Podría posar con un fondo en llamas como Kiko Narváez y no desentonaría en absoluto. Igual que el ‘Arquero’, Leao tuvo que permanecer ‘un añito en el infierno’ en su llegada a la capital lombarda durante la temporada 19-20. Pero solo ‘un añito’, pues el aterrizaje del portugués marcaría un antes y un después en la historia reciente del cuadro ‘rossonero’. No por su rendimiento inmediato, pues apenas fue el preludio de todo lo que le quedaba por ofrecer, sino porque puso punto y final a una larga travesía por el desierto. La 19-20 fue la séptima y última temporada en la que el Milan no disputó la Liga de Campeones.
Hace tres veranos, los ‘rossoneri’ se quedaron hipnotizados frente al televisor. Las pantallas, igual que el espejo de Oesed, reflejaron sus más profundos y desesperados deseos. Al otro lado, Leao estaba siendo presentado con su nuevo club. Nadie entendió por qué esbozaba esa sonrisa fardona, pues en Milán hacía tiempo que no existían motivos para sonreír. El equipo venía de firmar un quinto puesto la temporada pasada y la carrera por el título, dominado con mano de hierro por la Juventus, parecía utópica a corto plazo. Sin embargo, los ojos del portugués brillaron aquel día, como si hubiese contemplado un futuro con el que los aficionados del Milan tan solo podían fantasear.
Los focos fueron acaparados por Zlatan. Las palmaditas en la espalda se las llevó Giroud. Sin embargo, el regreso del Milan al trono de Italia no podría entenderse sin la figura de Leao
El pasado 22 de mayo, Leao volvió a esbozar la misma sonrisa. Esa maldita sonrisa, que diría Hannah Baker. Pero esta vez nadie cuestionó su sentido, pues la sacó a relucir mientras se inmortalizaba junto al ‘Scudetto’. Aquella noche, los focos del MAPEI Stadium fueron acaparados por Zlatan, puño en alto y puro en boca. Las palmaditas en la espalda se las llevó, como siempre, el de los goles. En este caso, Olivier Giroud, que marcó un doblete ante el Sassuolo. Sin embargo, el regreso del Milan al trono de Italia no hubiese sido posible sin el tramo final de temporada de Rafael Leao, que firmó dos goles y cinco asistencias en las últimas cuatro jornadas.
El papel protagónico adquirido por Leao en el relato de la consecución del ‘Scudetto’ nos cogió a todos por sorpresa. A todos, menos al propio protagonista. Y es que, como todo buen escritor, nos dejó una sutil pista del desenlace de la historia en el primer capítulo, el correspondiente a su presentación. Aquel día, pronunció nueve palabras que en un primer momento pudieron parecer banales, idénticas a las de cualquier futbolista en este tipo de actos. Protocolarias o no, estas nueve palabras cobran sentido en la relectura del relato. “Quiero escribir mi nombre en la historia del Milan”. No podemos decir que no nos lo advirtió.
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Fotografía de Getty Images.